Historia y humanismo: otro punto de vista

El humanismo, tal y como se define por su propio nombre, busca exaltar todas las cualidades humanas, redescubriendo al hombre y dar un sentido racional a la vida inspirándose en la época clásica. Por todo ello, dio gran importancia a la filosofía, arte, literatura y, como no, la historia de la época antigua.

El espíritu humanista trató de recuperar y actualizar el pasado grecolatino, restando interés por el resto de épocas históricas, entendiéndolas como menos importantes para su pensamiento, este que llevaba a pensar que el hombre era el centro de todas las cosas y que en la antigüedad se llevó a cabo sin ningún prejuicio hasta la extensión del cristianismo por el Imperio Romano, que ya se ve como una época de decaimiento.

Fue en los siglos XV y XVI en los que se comenzó el coleccionismo de antigüedades. Es celebre el descubrimiento de la escultura del Laocoonte, en el que estuvo Miguel Ángel y que quedó muy impresionado ante el trato dado por el artista del mismo a los cuerpos y a las expresiones de las tres figuras, utilizando el mito como excusa para mostrar la angustia del momento y la tensión de unos cuerpos perfectamente cincelados. Los criterios que primaban a la hora de demandar figuras, por parte de las personas con un pensamiento humanista, eran únicamente estéticos y artísticos, buscaban la belleza humana perfectamente esculpida y labrada en la época antigua.

Miguel Ángel Buonarroti

La caída de Constantinopla ayudó a que este conocimiento clásico fuera mayor, ya que muchos de los libros, tratados, mapas y objetos que se depositaban en sus edificios y biblioteca, habían sido hechos en la Grecia y Roma clásica o reproducían lo que se había elaborado en aquel momento. Todos estos elementos, sumado a los sabios que también abandonaron Constantinopla, recogían tantos conocimientos, fueron trasladados mayoritariamente a la península Itálica, sería con ellos, gracias a ellos o, como mínimo, favorecieron que el humanismo se implantara en los territorios de lo que hoy llamamos Italia, logrando con ello también la aparición del Renacimiento.

La invención de la imprenta por Gutemberg, permitió que el humanismo se extendiera gracias a libros más asequibles, con la visión de la historia y los textos clásicos de los que se disponía, así como de la biblia. Este invento, junto a la aparición de las universidades, donde se pudo estudiar el pasado, comprenderlo, analizarlo y sacar conclusiones presentes, hizo que los humanistas comenzaran a tener una visión de la historia muy clara; en la que la antigüedad clásica aparecía como un época ideal, mientras que la medieval se veía con desdeño, ante retroceso de hombre frente a Dios, que se dio en ese momento.

Johannes Gutemberg

El conocimiento de la historia, no solo se produjo para intentar tener más conocimientos, sino que las experiencias y pensamientos de la historiografía grecorromana del momento se empezaron a emplear en el día adía de la élite humanista.

Por ejemplo, el antropocentrismo, llevó a que los humanistas vieran en los grandes héroes clásicos como Alejandro Magno, Aquiles, Pericles, Leónidas, Héctor, Julio Cesar, Escipión o Augusto en modelos a seguir; hombres que conquistaban lugares desconocidos, luchaban como grandes guerreros, su esfuerzo en superarse, sus dotes de gobierno,… Por tanto, muchos gobernantes se vieron como estos hombres entre el mito y la realidad, utilizaron en ocasiones la misma simbología que aquellos y es lo que llevó a Maquiavelo a escribir “El Principe”, un texto impregnado de referencias históricas clásicas para definir o demostrar cómo es un gobernante contemporáneo suyo (Fernando el católico o los Medicis).

Aunque con lo aquí escrito, podríamos pensar que el humanismo fue un movimiento laico, que se fijó en la historia para elementos como el arte, la filosofía, la política o la guerra y que está desvinculado de la religión, esto no fue así. Si miramos los movimientos protestantes cristianos durante todo el siglo XVI, podemos ver una impronta común, el querer volver a los orígenes del cristianismo, a esa religión perseguida y humilde que fue logrando extenderse por todo el poderoso Imperio Romano, carcomiéndolo por dentro, hasta que los gobernantes, viendo que la represión y eliminación no servía de nada, se tuvieron que apoyar en él para lograr mantenerse en el poder; esto es lo que le pasó a Constantino. Esta iglesia primigenia era pobre, se transmitía el evangelio en grupos y abogaba por un imperio sin esclavos, que no hubiera avaricia, ni riquezas, que ningún ser humano pasara tantas penalidades como ocurría en el Imperio, de esta manera fue como las palabras de Jesús de Nazaret se fueron extendiendo por la capas más humildes, logrando crear una esperanza en todos aquellos.

Pues bien, humanistas de la talla de Erasmo comenzaron a hacer una fuerte crítica a la iglesia en ese sentido, ante el despilfarro que se llevaba a cabo en Roma. Aunque Erasmo nunca rompió con la iglesia de Roma, sí que dio razones a otras personas como Lutero, Calvino o los anabaptistas para exigir cambios inmediatos en la iglesia, para así acercarse más al ideal original de la misma, cada uno de ellos buscó un cambio más radical y con más importancia en la historia pasada de los primeros cristianos. Por todo esto, como vemos, muchas de estas reformas tan importantes para la historia, religiosa, política y social de Europa y, también, del mundo vino del conocimiento que los humanistas fueron adquiriendo del pasado, de su relato mitificado en algunas ocasiones y de su intención de volver a ese momento clásico que se estaba dando en todas la disciplinas de pensamiento histórico del momento.

El humanismo es un pensamiento muy positivista, por tanto, después de ver como una época oscura la época medieval, ven con idealización la época clásica, queriendo hacer ver que todas las explicaciones de casi todo se podían encontrar allí. Teniendo, entonces, mucha influencia los escritos de Aristóteles y su búsqueda de la felicidad y del bien común por medio del pensamiento.

Como conclusión, podemos poner en relieve la importancia que autores como Dante, Maquiavelo, Petrarca, Erasmo de Róterdam o Lluis Vives dieron al conocimiento histórico para reinterpretar su presente, quizá fue el primer momento en la historia en la que se empezó a definir el pensamiento a partir de lo que había ocurrido en el pasado, pero sibre todo, en un pasado muy concreto como es en la antigüedad clásica grecorromana, de la que extrajeron todos los conocimientos que pudieron estar a su alcance en esos momentos históricos, del largo despertar de la humanidad.

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Importartes humanistas: Erasmo de Róterdam

Erasmo fue un humanista, filósofo, filólogo y teólogo holandés, autor de importantes obras escritas en latín.

Erasmo de Róterdam

Estudió teología en la Universidad de París, institución que en ese momento se encontraba viviendo con gran fuerza el renacimiento de la cultura de Grecia y Roma. Allí hizo amistad con uno de los primeros humanistas de París, Roberto Gaguin. Posiblemente en esta etapa se encuentren los comienzos del pensamiento humanista de Erasmo, que convirtieron al joven en un pensador libre y profesor de ideas independientes.

Erasmo viajó a Londres entre 1499 y 1500, donde tuvo la oportunidad de escuchar a John Colet. Una vez que terminó, Erasmo se acercó a John Colet y mantuvo con él una larga conversación sobre el modo de efectuar una lectura verdaderamente humanista de la Biblia, que marcaría profundamente su pensamiento. Tanta era su admiración hacia Colet, que él que no reconocía a otro maestro que no fuera él mismo, dio solo a él el título de praeceptor unicus.

John Colet

En 1500 en colaboración con Publio Fausto Andrelini, escribió sus “Adagios” (fábulas), que son más de 800 refranes y moralejas de las tradiciones de las antiguas Grecia y Roma, junto con comentarios sobre su origen y su significado. Algunos de esos refranes se siguen utilizando a día de hoy. Erasmo trabajó en los “Adagios” durante el resto de su vida, hasta tal punto que la colección había crecido y ya contenía 3400 en 1521, siendo 4500 en el momento de su muerte. El libro se vendió con éxito y llegó a contar con más de 60 ediciones.

Última versión de los Adagios revisada por Erasmo en vida.

Erasmo empezó a dictar una cátedra como profesor titular de Teología en la Universidad de Cambridge en Inglaterra, durante el reinado de Enrique VIII, donde haría amistad con John Colet, Tomás Moro o Thomas Linacre, hombres de un gran humanismo cristiano y una teología fundada en la Biblia y en los padres de la Iglesia. Se le ofreció un trabajo vitalicio en el Queen’s College de la Universidad de Cambridge. Su naturaleza inquieta y viajera y su espíritu curioso, junto a un incontrolable rechazo a todo lo que significara rutina, le hicieron declinar ese cargo y todos los que se le ofrecerían en adelante.

Entre 1506 y 1509 Erasmo vivió en Italia, la mayor parte del tiempo trabajando en una imprenta. En 1506 recibió el título de Doctor en Teología. Varias veces más se le ofrecieron trabajos serios y bien pagados, especialmente como profesor, a lo cual él respondía que prefería no aceptarlos, porque lo que ganaba en la imprenta, si bien no era mucho, le resultaba suficiente.

A partir de estas conexiones con universidades y con escritores que iban a la imprenta, Erasmo comenzó a rodearse de quienes pensaban igual que él y rechazaban los abusos del clero y de los monjes ignorantes. La fama de Erasmo se extendió progresivamente por toda Italia, y sus ideas sobre la elevación intelectual y religiosa empezaron a conocerse y discutirse; sin embargo, no todos simpatizaban con Erasmo, pues había quienes rechazaban las ideas que tenía, y estos opositores comenzaron a criticarlo tanto en público como en privado. Aunque gozaba de la admiración de los cardenales Giovanni de Medici, futuro papa León X, y Domenico Grimani, estos «no pudieron convencerle de que fijara su residencia en Roma y rehusó las ofertas de promociones eclesiásticas» regresando a Inglaterra.

No sabemos cuál de las tres instituciones educativas en las que estuvo internado Erasmo fue la causante del profundo rechazo que sintió toda su vida hacia el autoritarismo que impedía pensar libremente. Pudo ser la escuela primaria (de los 8 a los 13 años), el convento agustino (de los 16 a los 22) o la Universidad de París (a mediados de la década de 1490), cuando tenía más de 24 años.

Como resultado de su estancia en alguna de ellas, o en las tres, Erasmo desarrolló un sentimiento de rechazo frente a la institución y llegó a la conclusión de que tanto los colegios como las Universidades y, en general, muchas veces la misma Iglesia, impedían pensar libremente. Desde entonces se opuso a cualquier tipo de autoridad y buscó mayor libertad leyendo a los escritores clásicos griegos y latinos. Quizá fueran los métodos de disciplina que en las tres escuelas se aplicaban para “quebrar la voluntad” de los alumnos, lo que lo llevó a distanciarse de las autoridades. Lo que nadie podía prever era que la voluntad de Erasmo se resistiría a ser “quebrada” hasta el mismísimo día de su muerte. Por otra parte, se enfurecía al ver la “disciplina” que se aplicaba con los niños, mientras los monjes disfrutaban relajadamente contrariando los propios principios que enseñaban.

En la universidad se dio cuenta de que en vez de enseñarse las nuevas ideas, se seguía practicando con mucha importancia la discusión escolástica, reclamando el retorno a las fuentes genuinas, a través de la aplicación rigurosa del método histórico crítico.

Erasmo decidió pronto que podía hacer algo para revertir la situación: con las ideas de sus amigos de los monasterios agustinos y algunas otras ideas de John Colet, comenzó a analizar detenidamente los libros más importantes de las antiguas civilizaciones griega y romana, tratando de modernizar sus contenidos e intentando aplicarlos a la vida de la sociedad en la que él vivía, intentando extraer lo más significativo de los mismos, para que cualquier persona pudiera entenderlas y penetrar en su significado.

Nunca dejó de luchar contra la cárcel espiritual que él observaba en todas partes, en todas las instituciones educativas, intelectuales, políticas y sociales de su época. Esto le acarrearía numerosos problemas a lo largo de su carrera.

Al regresar a Inglaterra hacia 1509, Erasmo escribió una de sus obras más famosas, Elogio de la locura que en poco tiempo alcanzó siete ediciones. La idea era distribuirla solo en círculos privados, «por sus críticas a los abusos y locuras de las varias clases de la sociedad, especialmente la Iglesia». Su fama alcanzaría a ser conocida en toda Europa, de todas partes le llegaría correspondencia con la intención de verse aconsejados por él.

Fue allí donde quizás alcanzó su mayor productividad literaria. Lo hizo a una edad ya madura y tardía para lo normal en aquella época, porque consideraba que quien no sabe escribir bien, siempre se equivoca al expresarse o transmitir un mensaje. Por eso, se preocupó primero de convertirse en un verdadero maestro en el uso de la prosa en lengua latina. Fue el idioma más claro que encontró, el más apropiado para transmitir ideas complejas, y el más útil para transmitir sus ideas a toda Europa.

Hallándose en la ciudad imperial de Basilea, donde se vio obligado a retirarse a causa de la insostenible situación de Lovaina en el Brabante flamenco, su anterior domicilio como empleado del emperador Carlos V, Erasmo sintió la calidez del lugar, que lo recibió con hospitalidad y cordiales atenciones, y una vez más se rodeó de amigos y seguidores que habían comenzado a creer en él y en sus ideas. Allí se dedicó a la edición crítica del Nuevo Testamento, hacia 1516. Halló en Juan Froben un impresor y editor competente para su obra, que llamará Novum Instrumentum.

Si se considera que la convicción de Erasmo era educar, para que el estudiante pudiese dudar de la administración y los asuntos públicos de la Iglesia y del gobierno, sus aparentes contradicciones desaparecen y comienza a visualizarse con claridad la enorme coherencia de su obra, mantenida con firmeza a través de los años y las décadas.

Erasmo no conoció personalmente a Martín Lutero, ni se adhirió a la Reforma protestante, sin embargo, Lutero dijo en muchas ocasiones que una de sus fuentes de inspiración era la traducción que Erasmo había hecho del Nuevo Testamento; esa traducción había llamado de inmediato la atención del gran reformador y la analizó detalladamente hasta el final de su vida. El amor de Lutero por esta versión desató una catarata de traducciones que por primera vez puso al Nuevo Testamento al alcance de la gente que no sabía leer el latín. En 1522, seis años después de la publicación de Erasmo, Lutero tradujo la Biblia por primera vez al alemán. A su vez, la versión alemana de Lutero fue la base de la primera traducción de William Tyndale al inglés en 1526.

Los seguidores de Martín Lutero se propagaron por toda Europa un año después de la publicación del Nuevo Testamento en griego de Erasmo de Róterdam, lo que puso al traductor en una difícil situación de exposición pública. Lutero clamó a los cuatro vientos que el trabajo de Erasmo le había ayudado a ver la verdad, por lo que la mirada de la Iglesia comenzó a caer sobre Erasmo, que supuestamente había dado el paso inicial de la Reforma que terminaría por dividir al cristianismo. Esta situación no fue fácil para Erasmo, siendo como era su carácter y la poca simpatía que sentía por la Iglesia y por el Papa. El conflicto entre la Iglesia y los luteranos se hizo evidente para todo el mundo, y ambos bandos exigieron de inmediato a quienes no habían tomado partido que eligiesen un bando. Lo que ni Lutero ni el Papa comprendían era que, en la mentalidad individualista del sabio, ponerse del lado de católicos o de protestantes le resultaba igualmente repugnante. No estaba dispuesto a colaborar con ninguno de los dos bandos, porque le importaba más su libertad de pensamiento y su independencia individual e intelectual, creía que esa libertad se perdería si se unía a cualquiera de los bandos, por eso se negó a tomar partido.

Bocetos en tiza de las manos de Erasmo, por Holbein el Joven. Obsérvese la artritis en las articulaciones.

A través de toda su vida, Erasmo había sido consecuente en sus críticas a los poderes establecidos y a los abusos que los malos religiosos hacían de ellos. Al verse involucrado en la trampa de tomar partido, tuvo que dar explicaciones y decir públicamente que sus ataques jamás se habían dirigido contra la Iglesia como institución ni menos contra Dios como fuente de inteligencia y justicia, sino sólo a los malos obispos y frailes que ganaban dinero vendiendo el paraíso y cometían otros delitos religiosos como la simonía.

Erasmo pudo salirse con la suya y le creyeron, principalmente porque su trabajo con la Biblia confirmaba su fe y su enorme difusión pública lo había convertido en un personaje querido y admirado por católicos y protestantes por igual. Sin embargo, Erasmo estaba de acuerdo con algunas ideas de Lutero, especialmente en las críticas sobre el modo de administrar la Iglesia. El reformador alemán, por su parte, siempre defendió las ideas de Erasmo argumentando que eran el resultado de un trabajo limpio y de una mente superior.

Martín Lutero empezó pronto a presionar a Erasmo para que se presentara como la cara visible de los reformistas, a lo que el holandés se negó completamente. Por su parte, el papado también presionaba a Erasmo para que escribiera contra los protestantes.15 La negativa de trabajar para uno u otro bando fue interpretada por ambos como cobardía y deslealtad. La Iglesia lo acusó con una frase célebre: “Usted puso el huevo y Lutero lo empolló”, a lo que el teólogo respondió con la no menos conocida ironía: “Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”.

Sin que lo quisiera, el apoyo de Erasmo al desarrollo del Luteranismo tuvo en la religión un efecto contrario al que él deseaba. Al revivir los ideales del santo fundador de la orden de los agustinos, el protestantismo daba un gran impulso al interés y compromiso personal de los fieles en la religión.

Pero Erasmo siempre había luchado por cambiar los abusos que los monjes, eclesiásticos y príncipes hacían de las ideas cristianas, pero no las ideas mismas. Él afirmaba que la reforma podía hacerse perfectamente sin recurrir a cambios doctrinales. Sólo dos veces en su vida permitió que se lo involucrara en polémicas sobre asuntos de doctrina, ya que las consideraba ajenas a la verdadera tarea de su vida. Uno de los temas que trató con gran profundidad fue el de la libertad el cual era más próximo a las ideas de la reforma de Lutero que al rigorismo característico de la espiritualidad católica del tiempo. En 1524, Erasmo reconoce y ataca las exageraciones de Lutero acerca de la libertad humana en el texto De libero arbitrio diatribe, “Discusión sobre el libre albedrío”.

Con el ansia de verdad científica que guiaba su obra y el deseo de pacificar los bandos, Erasmo analiza los argumentos contrarios de los católicos y termina concluyendo que ambas posturas contienen partes de verdad. Erasmo afirma que, en verdad, el hombre nace atado al pecado, pero que también dispone de las formas adecuadas para solicitar a Dios que le permita desatarse y depende del pecador saberlas aprovechar. Esta fue su gran aportación acerca del gran problema de su época, que enfrentaba a protestantes y católicos.

Erasmo pasó los últimos años de su vida acosado tanto por católicos como por reformadores. Esos tiempos fueron amargos por las duras disputas con hombres a los que Erasmo había querido y respetado en el pasado pero que no le perdonaron el hecho de no haber querido tomar partido e intentaban desprestigiarlo en su ancianidad.

La más notable disputa verbal fue la que sostuvo con Ulrich von Hutten, un estudioso brillante pero de carácter inestable, que se había volcado al luteranismo con toda la fuerza de su corazón. Hutten dijo que “Erasmo, si le queda algo de decencia, tiene que hacer lo mismo”. En su libro de (1523), acusa a Hutten de haberlo malinterpretado acerca de su apoyo a la Reforma y reafirma su férrea determinación de no tomar partido en la disputa, cualesquiera que fuesen los argumentos que las partes en pugna intentaran utilizar para convencerlo.

La ciudad suiza de Basilea, donde residía Erasmo desde 1521, se adhirió oficialmente en 1529 a la Reforma protestante, por lo que se alejó de allí y estableció su residencia en la ciudad imperial de Friburgo, donde continuó con su actividad literaria, llegando a concluir la obra más importante de este período: el “Eclesiástico” paráfrasis del libro bíblico del mismo nombre, en el cual el autor afirma que la labor de predicar es el único oficio verdaderamente importante de la fe católica. En 1521 conoció a Johannes a Lasco, el futuro reformador de Frisia, que se convirtió en uno de sus alumnos preferidos. La última obra del pensador, titulada “Preparación para la muerte”, asegura que haber llevado una vida íntegra, proba, honesta es la única condición para alcanzar una “muerte feliz”.

El papa Paulo III le dio en 1534 una renta en el priorato de Deventer, por ello decidió regresar a su patria con la intención de pasar allí los últimos años de su vida, sin embargo, por motivos laborales —Johann Froben seguía publicando sus obras— se desplazó una vez más a Basilea en 1535 poco después de la publicación del libro del Eclesiástico, pero por causa de un fuerte mal de gota, que no le permitió emprender el viaje se vio obligado a quedarse en la ciudad.

Murió en Basilea en la noche del 11 al 12 de julio de 1536. Prueba del respeto que gozaba es el hecho de que fue enterrado en la catedral de Basilea pese a ser sacerdote católico. Parte de su legado se expone en el Museo de Historia de Basilea.

Erasmo quería utilizar su formación universitaria y su capacidad para transmitir ideas, para aclarar las doctrinas católicas y hacer que la Iglesia permitiera más libertad de pensamiento. Pero estos objetivos no eran compartidos por muchos obispos del siglo XVI. Es importante tener en cuenta que su “guerra” no era contra los dogmas de la Iglesia sino contra la vida moral y las prácticas piadosas externas de las personas, muchas veces incoherentes, en especial de los eclesiásticos.

Desde su trabajo de académico versado tanto en la doctrina como en la vida monacal, Erasmo creyó que su obligación era liberar a la Iglesia de la parálisis a que la condenaban la rigidez del pensamiento y las instituciones de la Edad Media, ya que él creía que el Renacimiento era una manera de pensar fundamentalmente nueva. Buscaba purificar el cristianismo de lo accesorio y pegadizo que se la ha ido adhiriendo a través del tiempo, por medio de una espiritualidad auténtica y no formalista, despojada de ritos agobiantes. En definitiva, para él, la práctica de la religión debe ser iluminada con las fuentes originales: la Palabra de Dios y los Padres de la Iglesia. Sobre esa base recondujo, al menos teóricamente, la vida espiritual del cristiano al bautismo, «que introduce al hombre en un horizonte de libertad y de amor».

Para Erasmo la vida consagrada no añade nada al cristiano, no representa un grado de vida superior, porque no es el lugar (monasterio o convento) el que cambia la condición del hombre, sino la condición de bautizados.

Para el humanista de Rotterdam, la finalidad de la teología es descubrir a Cristo, de ahí su lucha contra la escolástica basada, según él, en «discusiones vacías que no contribuyen en nada a la conversión del hombre». Por eso el evangelio debe ser accesible a todas las personas y en todas las lenguas, con la razón de ayudar a los cristianos a volver a una religión interior, centrada en la imitación de Cristo.

En 1503 Erasmo publica el primero de sus libros más importantes: el Enchiridion militiis christiani (Manual del soldado cristiano, llamado a veces La daga de Cristo). En este pequeño volumen Erasmo explica los principales aspectos de la vida cristiana, que luego pasaría el resto de su vida desarrollando y profundizando.

La clave de todo, dice en el libro, es la sinceridad. El Mal se oculta dentro del formalismo, dentro del respeto ciego por la tradición, dentro del consumo innecesario, dentro de las organizaciones que se niegan a cambiar, pero nunca en la enseñanza de Cristo.

Durante su estancia en Inglaterra comienza un estudio profundo de los libros del Nuevo Testamento, para preparar una nueva edición en traducción latina y su Nuevo Testamento en griego. Publicada por Johann Froben en Basilea en 1516, la versión erasmiana de esos libros hizo que se profundizaran los estudios bíblicos durante el proceso de la reforma protestante. De hecho, en esta nueva traducción se basó Martín Lutero para llevar a cabo su trascendental estudio científico de la Biblia, del cual sacaría el fundamento para sus ideas posteriores. Por eso el trabajo de Erasmo tuvo consecuencias históricas que continúan hasta el día de hoy y se le encuentra en la misma génesis del protestantismo y de las nuevas iglesias cristianas.

La versión griega que Erasmo hizo del Nuevo Testamento es la base de la versión inglesa, conocida como King James Bible (lit. “del rey Jacobo”, por Jacobo I de Inglaterra, a veces llamada del rey Jaime). Tiene la virtud de representar la primera aproximación desde tiempos de la versión de la Vulgata de un académico para traducir con certeza el contenido de la Biblia. En un gesto que suele interpretarse como de profunda ironía, Erasmo dedicó su versión de la Biblia al papa León X, que representaba todo lo que el escritor odiaba en la Iglesia y el Estado.

Apenas publicado el texto, Erasmo acometió de inmediato la escritura de su sorprendente “Paráfrasis del Nuevo Testamento”, la que en varios tomos y en un lenguaje sencillo y popular pone al alcance de cualquiera que sepa leer los contenidos completos de los Evangelios, profundizando con precisión incluso en sus ideas más complejas. El impacto de la obra de Erasmo, a pesar de estar escrita en latín, fue enorme en la sociedad renacentista y, por ello, de inmediato se tradujo a todas las lenguas vulgares de los países europeos. A Erasmo le gustaron y agradeció estas traducciones, porque comprendía que pondrían su obra al alcance de muchísima gente, algo que nunca podría lograr el original en lengua latina.

Las cartas de Erasmo son interesantes: hay en ellas 500 hombres de los más destacados del mundo de la política y el pensamiento que le escribían para pedir su ayuda, su apoyo o su consejo. Muchos de ellos respetaron la palabra de Erasmo, pero no todos.

A pesar de su magnífica variedad, cantidad y calidad, lo más interesante de la correspondencia de Erasmo es su interminable intercambio con el líder protestante Martín Lutero.

Desde el mismo inicio de su relación, Erasmo y Lutero intercambiaron multitud de cartas, que se conservan y arrojan una importante luz sobre sus caracteres y el tipo de relación que los unió.

En los primeros mensajes, el reformador no se cansa de alabar exageradamente el trabajo realizado por Erasmo a favor de una mayor y mejor cristiandad, pero sin hacer mención a la Reforma que él mismo pensaba emprender. Más adelante, comienza a rogar y luego a exigir a Erasmo que abandone el catolicismo y que se una al recién formado bando protestante.

Erasmo responde con palabras de comprensión, respeto y simpatía hacia la causa reformista, pero —como era habitual en él— se negaba amablemente a comprometerse con ningún tipo de actitud partidista. Explica a Lutero que el hecho de convertirse en un líder religioso a su lado, destruiría su reputación como estudioso y pondría en peligro sus obras de pensamiento puro, un trabajo que le había llevado décadas y que era su único interés y el objetivo de su existencia.

Lutero le responde que, al revés de lo que opina Erasmo, la única manera de poder efectuar una reforma real y completa de la Iglesia es abandonando los libros y convirtiéndose de hecho en un líder espiritual del pueblo.

Erasmo reconoce que el gran aporte de Lutero ha sido reunir y organizar los hasta entonces desparramados intentos de reforma, le agradece sus desvelos y su valentía pero se niega definitivamente a unirse a él en su tarea.

Todas las obras de Erasmo fueron censuradas e incluidas en el “Índice de Obras Prohibidas” por el Concilio de Trento. De manera similar fueron denunciadas por la mayoría de los pensadores protestantes.

Erasmo tuvo en España más influjo que en cualquier otro país, incluso el suyo. El tema fue estudiado por Marcel Bataillon en Érasme et l’Espagne (1937), traducido al español por Antonio Alatorre y publicado en México en 1950. El libro tuvo mucho influencia entre hispanistas, como Albert Sicroff, pero durante el franquismo no pudo, como tantos otros libros, editarse en España.

Erasmo ha sido homenajeado innumerables veces. Existen multitud de escuelas, colegios y universidades que llevan su nombre, comenzando por la Universidad de Róterdam.

La Red de la Comunidad Europea para Intercambios Académicos lleva asimismo el nombre de Programa Erasmus en homenaje al carácter multinacional y europeísta del filósofo humanista.

Erasmo fue representado en retratos por diversos pintores; algunos llegaron a conocerlo pero otros tuvieron que recurrir a imágenes ajenas. Entre sus primeros retratistas se cuenta Quentin Metsys; una efigie pintada por él fue tomada como modelo por Durero para un retrato grabado de Erasmo, nada fiel a sus rasgos según él mismo juzgó.

Hans Holbein el Joven fue el principal retratista de Erasmo; pintó diversas versiones de su efigie y a cambio Erasmo le dio cartas de recomendación para que obtuviese un buen empleo en Londres. Hacia 1630, Anton van Dyck se basó en uno de estos retratos, de 1530, para un grabado destinado a su serie Iconografía. Si bien no completó el grabado por deficiencias técnicas, la plancha llegó a imprimirse en varias ediciones que son ahora muy cotizadas. Otro grabado fue realizado en fechas próximas por Lucas Vorsterman I.

Es innegable que las obras de Erasmo produjeron una verdadera revolución intelectual en toda Europa. La consecuencia más importante fue que por primera vez se tradujo el Nuevo Testamento al alemán y al inglés.

Por otra parte, la increíblemente difundida popularidad de sus obras, traducidas del latín a las lenguas vernáculas y escritas en un lenguaje simple y directo, puso los más complejos problemas religiosos al alcance de todos los lectores del continente, universalizando y haciendo accesibles numerosas cuestiones que hasta ese momento habían sido exclusivas de una pequeña élite intelectual eclesiástica.

Erasmo hizo pensar a los sabios de su tiempo, y también, gracias a su lenguaje sencillo y agradable, a la gente común de aquellos años. Pero en los últimos años de su vida, el mundo se había vuelto muy ingrato. Católicos y reformistas se enfrentaban unos contra otros, se mataban, torturaban, quemaban, y además, a veces se peleaban entre sí con tanto odio como si se tratara de los peores enemigos y no de compañeros de religión. Erasmo dijo hacia el final de sus días:

Todos tienen estas palabras en la boca: evangelio, palabra divina, fe, cristo y espíritu, pero veo a muchos de ellos comportarse como si estuvieran poseídos por el demonio.

En ese momento de locura universal, donde la razón era asesinada por la pasión y la justicia por la violencia, unos y otros cometían las peores atrocidades en nombre del Dios del Amor. Los soldados y cañones reemplazaron a los argumentos. Erasmo pudo saber que en París habían quemado a fuego lento a quien le traducía sus libros. En Inglaterra, sus dos amigos, John Fisher y Tomás Moro, habían caído bajo el hacha del verdugo, y su amigo suizo Zuinglio había sido matado a mazazos en el campo de batalla.

Ya no hay espacio para la libertad de pensamiento, para la comprensión y la tolerancia, es decir, ya no hay espacio para Erasmo.

En sus últimos días sabe que el amor a la humanidad que había llenado su corazón y su palabra, que los ideales humanistas, estaban completamente derrotados.

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El redescubrimiento de la arquitectura clásica

El detalle y la forma clásicos han estado siempre presentes en la arquitectura italiana, pero el interés por lo clásico surgido durante el Renacimiento inspiró una nueva forma de imitación casi arqueológica. En el humanismo, este interés se mezcla con el pensamiento neoplatónico, que defendía la claridad en formas y proporciones. Así, la arquitectura se convirtió en una disciplina tan intelectual como práctica.

El pensamiento neoplatónico y las estructuras protoclásicas coexistieron un tiempo, antes de que Leon Battista Alberti las implantara en sus edificios y tratados, mencionando especialmente De Re Aedificatoria. Reconociendo su deuda con el mundo clásico, Alberti valoraba la virtud cívica por encima de todas las cosas. La arquitectura era un medio para alcanzarla y hacer demostración de ella, por tanto debía ser precisa y capaz de transmitir ideas avanzadas sobre los hombres, la sociedad y su relación con lo divino (pensamiento neoplatónico). Alberti empleaba los ordenes clásicos para establecer jerarquías: el arco de triunfo no sólo señalaba  la importancia de un edificio, sino también la relación entre sus partes.

Grabado de León Battista Alberti

Alberti pasó gran parte de su vida en la corte real y sus ideas se extendieron a muchas ciudades del norte de Italia. En el siglo XV, Federigo Montefeltro instaló su corte en Urbino, uno de los grandes centros del saber humanista y contrató al pintor Piero della Francesca como mecenas, contribuyendo a la construcción del palacio Ducal, con el patio elegantemente proporcionado de Luciona Laurana y su colección de arte. Nació en Urbino en 1444. Donato Bramante se educó en el humanismo. Sus edificios de Milán y Roma, donde inició la reconstrucción de San Pedro y completó el exquisito Tempietto. Estos artistas encarnan la síntesis perfecta entre el saber clásico y el pensamiento neoplatónico.

Templete de San Pietro in Montorio, obra de Bramante.

Del análisis de los monumentos antiguos y de las fuentes literarias y filosóficas, se desprende la importancia de las proporciones, del número, de la medida, como fundamento de la belleza arquitectónica. De estas mismas fuentes los arquitectos deducirán los conceptos de originalidad y grandiosidad, que serán incentivos esenciales para el desarrollo de la arquitectura renacentista.
Cuando la búsqueda de relaciones de medida constituye el problema central de la Teoría Arquitectónica, el arquitecto se muestra de acuerdo con la filosofía neoplatónica de su época. Para ellos el universo está regido por las leyes en las que se manifiesta la omnipotencia de Dios. Las relaciones armónicas de medida de la obra humana deberían ser o reflejar la armonía divina del universo. La idea renacentista de belleza y perfección se basa en un racionalismo orientado matemáticamente, de forma que la Teoría de la Proporción intenta llevar a un denominador común el canon de proporciones del cuerpo humano y las leyes matemáticas de las formas geométricas básicas, como la circunferencia y el cuadrado, y expresarlas en reglas de proporción de validez universal. La proporcionalidad matemática del conjunto arquitectónico (planta, alzado, columnas, capiteles, entablamentos y cornisas), convierte los edificios del renacimiento en construcciones racionalmente comprensibles, cuya estructura interna se caracteriza por la claridad.
A partir de este momento, el artista se educa en las medidas y proporciones del modelo clásico, y aspira a la objetivación del proceso creador, a la codificación científica de lo estético. Ya no se apoya, como los maestros medievales, en fórmulas que pasan de mano en mano, sino que intenta integrar su labor en un extenso sistema artístico-teórico y fundamentarla racionalmente. En esta época se publicarán los primeros tratados de arquitectura que, como Vitrubio en la antigüedad, codificarán los conocimientos arquitectónicos de la época.

Según Zeysing “Para que un todo, dividido en partes desiguales, parezca hermoso, debe de haber entre la parte menor y la parte mayor la misma razón (proporción) que entre la mayor y el todo”.Esta fórmula matemática fue utilizada en épocas clasicistas en construcciones arquitectónicas, en escultura, pintura y música.
Con el renacimiento la construcción profana o civil se sitúa al mismo nivel que la religiosa y, desde entonces, los grandes constructores de iglesias son, al mismo tiempo, los creadores de importantes edificios profanos.
Los nuevos elementos arquitectónicos y, en especial, la cúpula, plantean problemas fundamentales que afectan a la traza general del edificio. Se busca un tipo de templo que aúne la utilización de los elementos clásicos y las necesidades derivadas del culto y la liturgia cristiana. Era preciso compaginar la grandiosidad de los edificios clásicos y el carácter aéreo de la arquitectura gótica; pues si la primera imponía por su solidez, la segunda se distinguía por la luminosidad de sus interiores. Si los arquitectos góticos lograron, o buscaron, desmaterializar el cuerpo del edificio y borrar los límites espaciales, el arquitecto renacentista se inspirará en las formas geométricas básicas, que ya se encontraban en los edificios clásicos. El círculo y el cuadrado, el cubo y la esfera, el cilindro, son las formas más adecuadas, gracias a su perfecta regularidad y racionalidad. La dinámica lineal y ascendente del gótico será desplazada por la lógica claridad del clasicismo.

Dos tipos de templo se consolidan:
· El modelo de planta basilical, inspirado en la basílica paleocristiana.
· El modelo de planta centralizada, inspirado en el Panteón de Roma y en los modelos bizantinos.
· El deseo de fundir ambos modelos conduce al prototipo ideado por Alberti en San Andrés de Mantua, de iglesia de planta basilical de una nave con capillas laterales y crucero con cúpula, en la que la gradación lumínica está perfectamente lograda al concentrarse la luz en el crucero y el presbiterio.

Predominan dos tipos de construcción, además del gran desarrollo que tendrán los edificios públicos (ayuntamientos, lonjas, puentes, etc.), el Palacio y la Villa. Los palacios renacentistas florentinos adoptan la forma cerrada de un bloque con pisos bien diferenciados, ventanas repartidas regularmente y recintos de altura uniforme, sin tener en cuenta la distinta función de las estancias. La estructura del edificio está condicionada por la claridad racional; en el interior se agrupan las cuatro alas en torno a un patio interior rodeado por logias (galerías abiertas de arcos de medio punto sobre columnas que se repiten regularmente). La torre medieval ha desaparecido, aunque en ellos es reconocible la tradición medieval de los palacios toscanos medievales. Los vanos de la fachada suelen estar enmarcados y decorados con elementos arquitectónicos de raíz clásica (pilastras, frontones, etc.) que se repiten de forma rítmica. La Villa es la residencia campestre de carácter señorial que se generaliza entre las clases pudientes de esta época. Se aparta por completo del modelo tradicional de villa fortificada, creándose un marco arquitectónico perfectamente adaptado a la vida campestre. El edificio se funde con el paisaje, asentando un sencillo cubo sobre un zócalo, una logia abierta que forma una terraza tendida en torno al bloque cúbico de la casa.

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El arte renacentista: el redescubrimiento de las artes clásicas

Desde el siglo XIV, y comenzando en Italia, se desarrolla el pensamiento humanista, que tiene como fundamento el antropocentrismo (frente al teocentrismo medieval). El hombre ahora se convierte en el centro del universo.

Para esta nueva mentalidad, se desarrolló un lenguaje artístico, que manifestase el protagonismo del hombre en su historia. Fue en Italia, en principio por ser la heredera del mundo clásico, pero también por la existencia en ella de prósperas ciudades-estado, como la república florentina.

En este momento el mecenazgo de las obras de arte, deja de ser una actividad única y exclusiva de la monarquía y el clero. Los nobles o la burguesía, clase social que asciende imparable desde la época del gótico, pasarán a patrocinar a artistas y proyectos artísticos: familias nobles como los Médicis, los Gonzaga, los Rucellai, los Malatesta, los Farnesio, los Montefeltro, los Sforza, los Strozzi, etc. En el siglo XVI los más importantes mecenas del arte serán los papas.

El punto de partida de la renovación artística fueron las antiguas civilizaciones, especialmente el legado romano, pero también lo fue el legado griego. En 1505, en excavaciones se descubre el grupo escultórico del Laocoonte, que con su ruptura con el arte clasicista (nunca se había hallado anteriormente una obra de este estilo), influirá en personalidades como Miguel Ángel (estaba presente cuando estaba siendo excavada, y realizó uno de los brazos de Laocoonte, que fue encontrado con posterioridad).

Laocoonte y sus hijos. Inspiró a Miguel Ángel y a autores como El Greco.

El concepto de individualismo, ligado al pensamiento humanista, terminará desarrollando el concepto del mito, como vemos en obras de los artistas Miguel Ángel, Leonardo, Rafael, etc. Pero donde los artistas pensaron que superaban a los clásicos fue en la formulación de la perspectiva lineal, aspecto que se vuelve imprescindible en las composiciones pictóricas del quatroccento.

Otro importante logro en las nacientes repúblicas italianas, fue la consideración social del artista, que rompía con los límites del trabajo gremial. Fue Alberti el primer artista italiano que analizó en uno de sus tratados (“de re aedificatoria”) la condición social del arquitecto, que necesitaba de una preparación intelectual, muy diferente a la del artesano gremial, para producir obras de arte. A este tratado le seguirán otros muchos por parte del amplio grupo de artistas que constituye esta importante generación creativa.

De re aedificatoria, tratado publicado por el arquitecto Alberti en el que analizó la condición social del arquitecto.

Para el diseño gráfico fue una época de gran esplendor, pues al renacimiento de la literatura clásica, se le suma la labor de los artistas-tratadistas, que en sus libros exponen no sólo sus teorías artísticas, sino también los fundamentos del diseño gráfico:  los diseños de los tipos, la composición  de la página, los ornamentos, las ilustraciones, etc. En general el diseño del libro se vio inmerso en este movimiento de renovación artística, que no hubiera sido el mismo sin la invención y el desarrollo de la imprenta.

Los principios artísticos del Renacimiento y las ideas humanistas se expandieron con fuerza desde las principales ciudades  italianas al resto de Europa. Desde Florencia, Roma, Venecia o Milán, muchos artistas italianos viajaron por Europa llevando consigo las nuevas tendencias. A la vez muchos artistas  europeos acudieron a las ciudades  italianas a aprender de los grandes  maestros. Fue el caso del artista Alberto Durero.

El Renacimiento, más que una ruptura respecto a la época comunal, constituye una etapa de evolución y renovación. Nunca muere una época y nace otra, espontáneamente, sino que persisten elementos que continúan y evolucionan. Hay, efectivamente, una vuelta al clasicismo grecorromano, y a partir de ella se manifiestan los caracteres propios del renacimiento. El movimiento se origina en Florencia, propagándose luego por Europa. En las dos etapas del Renacimiento italiano (cuattrocento y cinquecento), la arquitectura adapta al tempo o al palacio distintos electos romanos tomados aisladamente, sustituyendo a elementos góticos (pilares y bóvedas) o creándose unos nuevos al variarse la disposición general del edificio (cúpulas, frontones o entablamentos). Analizando detenidamente una construcción renacentista, podrían desarmarse en piezas que ya los romanos empleaban y que ahora se consideran indispensables, siguiendo la tendencia general  a actualizar todo lo clásico. Cambios fundamentales se operan en la planta de las iglesias, que deja de ser cruciforme para adaptarse a un núcleo central según un principio humano de belleza, que se antepone a las necesidades y tradiciones del culto divino. Los edificios románicos y góticos eran fruto de un trabajo colectivo, en el que grupos de anónimos artífices expresan sentimientos de grupo. La cúpula de Santa María de las Flores, en Florencia, es obra de Filippo Brunelleschi, un artista renacentista que fue, ante todo, el primer arquitecto en el sentido moderno del término. Concibió la arquitectura como expresión personal y elaboró unas teorías científicas sobre la “perspectiva”, entendida como unión geométrica del espacio.

La escultura sigue el mismo camino que la arquitectura; imita los temas y modelos romanos, vuelve al mármol y al bronce y utiliza el desnudo, o bien viste las figuras con toga romana o ciñe las sienes con una corona de laurel. La escultura románica y gótica tenían carácter mágico y evocativo, alternando las figuras humanas con los motivos decorativos. Es el artista Donatello quien descubre la relación existente entre la expresión escultórica y la naturaleza. Se comienza a observar la realidad con el método de los antiguos, y el artista se va acercando cada vez más a la figura humana para descifrar su profundo significado.

La pintura, que nace igualmente en la ciudad de Florencia, continúa la técnica y la tradición del artista Giotto. Según Cennino, Giotto, en el siglo XVI, “cambió el arte de pintar de griego (aquí el término griego, significa bizantino) en latino, y lo redujo al moderno, y tuvo el más cumplido arte de pintar que jamás nadie haya tenido”. Estas características que aportó Giotto; la vivacidad de las imágenes, su sentimiento, fundidos en la realidad corpórea, se desarrollarán a lo largo del Renacimiento, hasta adquirir unas características más particulares y diferenciadas en el cenit del movimiento.

 

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Los humanistas: mirando hacia el pasado para comprender el presente

Durante el Renacimiento se produjo un cambio en la actitud del hombre frente al mundo. Los filósofos, los científicos, los literatos y los políticos consideraron que el pasado greco-latino era la perfección en materia de creación humana y buscaron en él elementos que los ayudaran a comprender el mundo y, al mismo tiempo, comprenderse.

En la Italia del siglo XV florecieron ciudades que recordaban por su pujanza a las antiguas ciudades-estado griegas. Esta cultura urbana se diferenciaba claramente del mundo feudal y rural. En sus inicios, el renacer del interés por la Antigüedad surgió en algunas ciudades donde la tradición clásica había perdurado. La presencia del pasado greco-latino se manifestó no sólo en los antiguos monumentos arquitectónicos, sino también en el uso y el gusto por la lengua latina.

Los intelectuales humanistas revelaron al Viejo Continente la experiencia histórica de sus antepasados y de la civilización greco-romana. En estos nuevos saberes se formó un importante grupo de hombres de letras que participaron activamente en la sociedad. Eran eruditos de formación universitaria, que comenzaron a resucitar obras las filosóficas, históricas o literarias de la antigüedad grecorromana.

Sus ideas se vinculaban con las aspiraciones de los sectores burgueses, que adquirieron mayor poder en la sociedad. Los humanistas y los burgueses coincidieron en el intento de crear una cultura laica, diferente de la medieval tradicional.

La escuela de Atenas

Los humanistas buscaron en los pensadores de la Antigüedad, como Platón o Aristóteles, el punto de apoyo para formular sus ideas. Pretendieron que el conocimiento le diera al hombre mayores posibilidades de felicidad y libertad.

En esos primeros momentos del Renacimiento, los humanistas se ocuparon del estudio de las obras antiguas y de la difusión del conocimiento facilitada por la creación que supuso la imprenta. Este intento por expandir la cultura los diferenció de los hombres de la Edad Media, que habían conservado el saber, fundamentalmente, en los monasterios, donde se hallaba la mayor parte de la sabiduría medieval.

Los humanistas recuperaron a los antiguos como hombres modernos, es decir, como personas comprometidas con los intereses y las preocupaciones del tiempo en el que vivían. No tuvieron un solo maestro. Estudiaron a Platón, a quien consideraban por encima Aristóteles, y a los autores del helenismo, del judaísmo y del cristianismo primitivo.

Los humanistas fueron hombres religiosos, la mayoría de ellos cristianos, que buscaron descubrir en los antiguos la manera de preguntarse sobre el mundo y las cosas. Su búsqueda intelectual se caracterizó por el desarrollo del pensamiento crítico en oposición al pensamiento dogmático.

Con esta nueva mirada hacia el pasado, lograron establecer una síntesis entre la cultura clásica y el cristianismo. Así fue como resurgió con gran fuerza el estudio de la cultura greco-latina y de las lenguas griega y latina. Los humanistas italianos comenzaron también a escribir en su propia lengua. Ya en el siglo XIV, los italianos Dante Alighieri, Francesco Petrarca y Giovanni Boccaccio (precursores del Humanismo) habían escrito en italiano. Paralelamente, entre los siglos XV y XVI, los estudiosos españoles, como Antonio de Nebrija y Luis Vives se ocuparon del estudio de su propio idioma y crearon la primera gramática castellana.

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El humanismo se concebió como una manera de pensar en sociedad. En Florencia, el Humanismo estuvo estrechamente asociado con los intereses y las preocupaciones de quienes gobernaban la ciudad. Allí inició Nicolás Maquiavelo (1469-1527) sus reflexiones sobre la política. En su obra El Príncipe (escrita en 1513) analizó las distintas formas de gobierno, los modos de llegar al poder y los métodos para conservarlo, recurriendo a ejemplos tomados de la historia antigua. Maquiavelo quería contribuir con sus escritos a lograr la unidad de Italia. Para ello, describió las formas de acción política que consideraba adecuadas a la realidad que lo rodeaba, brindando consejos al príncipe gobernador para que pudiera sostenerse en el poder.

Florencia era la ciudad más rica del norte de Italia gracias a su industria textil, al comercio de productos de lujo y a la actividad bancaria. La ciudad se transformó en el centro del Renacimiento durante su primera etapa. Estaba gobernada por los Médicis, una familia de banqueros que, además, fueron grandes mecenas de intelectuales y artistas. Bajo el gobierno de Lorenzo el Magnífico (1449-1492), Florencia alcanzó su período de mayor brillo.

Otro humanista que ejerció una gran influencia en su época fue el holandés Desiderio Erasmo (1467-1536), quien en su sátira Elogio de la Locura (1511) criticó aspectos de la sociedad, particularmente los abusos de la Iglesia. Algunos autores consideran que contribuyó con esas críticas al desarrollo de la Reforma protestante a la que, sin embargo, nunca adhirió.

El humanismo buscó la difusión de los conocimientos para hacer del hombre un individuo verdaderamente humano y natural, en contraposición a lo divino y sobrenatural, que constituyeron la meta del medievo. Humanismo viene de “humanisti” que significa amante de la ciencia, del saber, y cultor de las letras. Entre las características del movimiento humanista se cuentan:

– Libertad de pensamiento para desterrar el sentido dogmático en cosas e ideas.
– Gran amor a la naturaleza a la que considera fuente de investigación para el progreso de las ciencias.
– Cultivo de la inteligencia para ejercer el espíritu de crítica, análisis e interpretación.
– Tendencia al estudio de los idiomas clásicos (griego y latín), a los que se tiene como bases de las lenguas modernas.
– Sentido de reacción contra el espiritualismo medieval.

Con el humanismo se hace hincapié en el valor y la agencia de los seres humanos, individual y colectivamente, y por lo general el humanismo prefiere el pensamiento crítico y las pruebas (racionalismo, empirismo) sobre la doctrina establecida o la fe (fideísmo). El significado del término humanismo ha fluctuado, según los movimientos intelectuales sucesivos que se han identificado con él. En general, sin embargo, el humanismo se refiere a una perspectiva que afirma alguna noción de libertad y progreso. En los tiempos actuales, los movimientos humanistas están normalmente alineados con el secularismo y hoy “humanismo” normalmente se refiere a una filosofía de vida no teísta centrada en la agencia humana que mira a la ciencia en vez de al dogma religioso, con el fin de entender el mundo.

 

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