A finales de los sesenta, en plena ebullición contracultural, circulaba el siguiente mensaje, visible en los muros y en las protestas de los estudiantes parisinos: «si no vives como piensas terminarás pensando como vives».
Se trata de un mensaje certero, válido hoy día, pues invita a entender que frente al adocenamiento, frente a la aceptación o la rendición ante la realidad establecida, está el intento constante de cambiar las cosas para construir una realidad distinta. También nos habla del choque entre «lo viejo» y «lo nuevo» y de cómo, para captar «lo nuevo» y hacerlo prosperar, es necesario desprenderse de las ideas adquiridas y de las inercias mentales que habitan en la memoria e impiden reconocer lo que está por venir.
Dar la bienvenida a lo nuevo siempre trae consigo desgarros, tanto en las personas como en los grupos, los partidos, los países, es decir, en todos los que se instalan en un lugar confortable –definible– al abrigo de los retos que inevitablemente se presentan.
La izquierda se ha destacado siempre por su papel transformador del statu quo. Si miramos al caso de España, ha sido la izquierda, principalmente, la que más ha empujado en la dirección de construir una sociedad más justa e igualitaria, asentada en la extensión de la democracia, las libertades y la solidaridad. Apenas alcanzamos a valorar, por formar parte del paisaje cotidiano, el avance que en todos los órdenes –materiales, institucionales y culturales– ha experimentado la sociedad española en los más de treinta y seis años del cambio constitucional que tuvo lugar en 1978. La fórmula que se acuñó entonces –válida también en el presente– es la de un Estado integrado en torno a un modelo social y democrático de Derecho.
Pero es verdad que dicho modelo se ha visto seriamente afectado a raíz de las transformaciones de las últimas décadas. Desde los años setenta, en que ya se manifiesta la desintegración del Estado Social, hasta la Gran Recesión actual, con efectos aún más demoledores, se han ido minando los fundamentos del tal forma de Estado. Sólo dos datos: el capital, en sus variadas formas, ya no juega sus bazas en la liga local del Estado, sino que lo hace en el espacio global, mientras que el mundo del trabajo está recluido en lo local, sin perspectivas de hacer valer su fuerza negociadora por medios democráticos. Por otra parte, el Estado –España– que ha buscado abrigo en Europa para responder conjuntamente a los retos de la globalización, cediendo soberanía, se expone a políticas europeas que directamente conspiran contra su modelo constitucional.
La crisis ha traído consigo niveles muy elevados de desintegración social, pobreza y marginación, acompañadas de la incertidumbre ante el futuro. El resultado es una izquierda dividida, aunque en ascenso, entre lo viejo y lo nuevo.
El PSOE instalado aún en la una foto fija, acusa el desgaste de años de gobierno y del acomodo confortable de muchos de sus cuadros. Su principal reto es romper con las inercias adquiridas –programáticas, organizativas, éticas– y con las malas prácticas que lastran su credibilidad y le impiden conectar con lo «nuevo». Renovarse en serio, en la práctica, es la única posibilidad de mantener la presencia de un partido más que centenario que ha escrito páginas brillantes al servicio del bienestar y al progreso de nuestro país.
La izquierda emergente, representada por Podemos, ha acertado en conectar con una protesta social difusa que reivindica para España respeto y dignidad ante las políticas que vienen de Europa. Pero tendrá que desprenderse de las ideas «viejas» que su núcleo dirigente lleva en la mochila y que se han demostrado históricamente inviables y socialmente desastrosas.
«Lo nuevo», como decía, no está escrito en los libros ni se deriva de experiencias anteriores.
http://polop.cpd.ua.es/dossierua/index.jsp?status=publicada&date=09-02-2015