Ha tardado el partido socialista un tiempo precioso en darse cuenta de que la toma de conciencia del grueso de la sociedad española, ante los abusos cometidos a lo largo de los últimos años, no tiene marcha atrás. Pero el efecto producido ante tal descubrimiento ha sido paralizante.
Acostumbrado a comportarse como un partido del sistema que actúa como contrapeso de la derecha tradicional, dentro de un esquema de turno pacífico, el partido socialista puede presentar, sin duda, un balance positivo en muchos aspectos, especialmente en lo que se refiere a la estabilización democrática de España, la universalización de ciertos derechos sociales y el avance en términos de progreso y de igualdad de diversos colectivos.
Pero la crisis económica, a la que contribuyó en su medida, bien por acción bien por omisión, ha desdibujado su perfil y, lo que es peor, traslada a la sociedad la imagen de que no es capaz de orientarse en lo que verdaderamente importa en estos momentos: ofrecer un proyecto en que se vea reflejado la mayoría del país, es decir, un proyecto para España.
Un partido de gobierno, como es el partido socialista, tiene que asumir el desgaste que supone mancharse las manos en el día a día de la gestión y en la toma de decisiones. El problema es que se ha apartado de la pulsión popular, desairando a sus propios votantes en temas cruciales que no ha sabido resolver. La última etapa de Zapatero, en plena crisis, revela esta parálisis, al asumir como mal menor las recetas neoliberales –la emblemática reforma del art. 135 de la Constitución– en lugar de plantear lo que todo partido democrático debe hacer: apelar a la ciudadanía y buscar su respaldo ante los retos que se presentan.
Desde la cómoda posición de una dirigencia que creyó que la cosecha electoral estaba garantizada de por vida, el partido socialista ha visto pasar por delante cambios profundos en la sociedad española: la deriva y la descomposición de las clases medias, la transformación del trabajo, la nueva sociedad de la información y el papel de las redes sociales, las nuevas actitudes de los jóvenes, la resistencia a formas viejas de autoridad no justificada, las nuevos esquemas de auto-organización social, etc., todo ello en el contexto de una crisis empantanada en clave de desigualdad, de aumento lacerante de los privilegios de unos pocos, de desarticulación del Estado social, del exilio de los jóvenes, y de condena a la marginación y la pobreza de sectores cada vez más importantes de la población.
¿Es tarde para reaccionar? Más allá de la dificultad de sacudirse de encima una imagen anquilosada, que ha calado en la población, todo depende de lo que sea capaz de hacer en los próximos meses, hasta las elecciones generales. Afianzar el liderazgo que encarna ya Pedro Sánchez es el primer reto, pues su liderazgo tiene que funcionar como la base de un proceso de refundación que se extienda a toda la organización. Un liderazgo que deje claro que la batalla contra la corrupción tiene que ser exhaustiva y total, que sirva de punto de inflexión para desterrar las malas prácticas políticas que anidan en otros escalones inferiores del partido, que siguen mirándose a sí mismos, despreciando las exigencias de la ciudadanía. El partido tiene que impulsar un rearme ético, extremadamente radical, a la hora de seleccionar a sus dirigentes locales, autonómicos y nacionales en torno a los valores del socialismo democrático, poniendo coto a los oportunistas que buscan procurarse su propio interés.
En un país que sangra por las heridas de la crisis, el partido socialista tiene que ponerse decididamente de parte de los perjudicados –la mayoría de la población– no solo por un deber de justicia sino también por ser la base de un proyecto de recuperación económica y de progreso social. Aunque posee programas y análisis muy perfeccionados y realistas para acometer los retos más importantes que afectan a los jóvenes bien formados pero migrantes (uno de los más sangrantes episodios de la crisis), para incentivar el empleo y luchar contra la desigualdad rampante; aunque sus propuestas de política económica y de reforma fiscal sean asimismo realistas por lo que se refiere a la necesaria reactivación de las pequeñas y medianas empresas y del consumo, el partido socialista no las podrá hacer valer si no van acompañadas de acciones concretas tanto en el corto plazo (porque la agonía de familias y empresas, de parados y precarios, no puede esperar), como en el medio y largo, como son las políticas que permitan el cambio de modelo económico sobre la base de la innovación, la productividad y la inversión en formación.
Gobernar en la crisis y en la complejidad de los problemas que afectan a un país como España, inserto en la UE, no se resuelve ni aplicando las recetas neoliberales, rotundamente fracasadas, ni apelando a confusas recetas populistas, hoy en auge en toda Europa. Unas y otras pueden hacer que España retroceda décadas y profundice aún más en su penoso estado de deterioro y malestar social. Como decía, el partido socialista tiene la obligación de presentarse, buscando la alianza, la participación y la complicidad de amplios sectores de la sociedad española, con un proyecto político para España en Europa. Un proyecto que parta de hacer realidad los contenidos constitucionales y que lleve a cabo reformas en la propia Constitución para avanzar en la integración de España en la diversidad. Un proyecto, en fin, de progreso y de solidaridad.
Fuente: http://polop.cpd.ua.es/dossierua/index.jsp?status=publicada&date=27-10-2014
http://www.diarioinformacion.com/opinion/2014/10/27/malestar-social-refundacion-partido-socialista/1560267.html