Los orígenes medievales del ideal de Carlos
Carlos V dedicó su vida a intentar llevar a la práctica el viejo sueño medieval de la restauración del Imperio romano bajo el paraguas del cristianismo. El Emperador se sentía heredero de Carlomagno pero, también, de Constantino y Justiniano.
Los orígenes medievales de este ideal de restauración de la Cristiandad podemos encontrarlos, sobretodo, en el pensamiento filosófico y político de San Agustín de Hipona, además de en la obra de Dante Alighieri.
San Agustín de Hipona (354-430) sintetiza, en De Civitate Dei contra paganos, su pensamiento tras la caída de Roma. S. Agustín temió que la entrada de los bárbaros a Roma hiciera desaparecer la sociedad cristiana, lo que le llevó a contraponer dos modelos sociopolíticos: la Civitas Terrena y la Civitas Dei. La ciudad terrena es una ciudad pagana que, al no tener dioses, es incapaz de mantener el orden. La ciudad de Dios es el modelo ideal propuesto por S. Agustín: una ciudad gobernada por Dios y que tiene como principal instrumento al Emperador, para hacer cumplir los deseos del Papa. El Papa había de restaurar un Imperio romano cuyo nexo volvería a ser la religión. Sería, por tanto, un Imperio cristianizado, cuyo emperador había de defender la Civitas Dei y la fe cristiana. El poder laico debía ser así un instrumento para la iglesia.
Esta teoría del llamado “padre de la Iglesia” se hizo realidad en la figura de Carlomagno, bajo cuya figura resurgió el Imperio en la Navidad del año 800, cuando fue coronado por el papa León III.
El otro pensador medieval que influyó notablemente en la idea imperial de Carlos V fue Dante Alighieri (1265 –1321). En De Monarchia (1310) expone cuál es su forma de gobierno ideal. Para el poeta florentino, al igual que Dios gobernaba el universo, un solo gobernante debía liderar una monarquía cristiana universal. Sólo mediante la fórmula del Imperio es posible mantener la paz, pues el emperador posee todos los bienes materiales y así no tiene la codicia (cupidigia), que es la verdadera causa de guerras y luchas. Como consecuencia de esta afirmación, Dante era partidario de la existencia de un Sacro Imperio Romano y de la separación de Iglesia y Estado. Por ello, el Estado debía estar gobernado por un monarca que no fuese el Papa.
Según Dante Dios da el poder tanto al Papa como al Emperador: al primero, el poder religioso o espiritual; al segundo, el poder político o temporal. La tarea del Emperador debe asegurar la felicidad terrenal del hombre, mientras que el Papa debe prepararle para la felicidad después de la vida.
El poeta italiano utilizará más adelante estas ideas políticas en la Divina Comedia.
No obstante, algunos autores como José Antonio Maravall (Carlos V y el pensamiento político del Renacimiento) sostienen que dado lo oscilante y complejo de esta idea imperial dantesca, es difícil proyectarla sobre otro momento histórico y no sirve para caracterizar la fórmula política del Emperador.