El término academia ha sido empleado de muchas formas a lo largo de la historia. La primera de todas para referirse a la institución creada por Platón, hace más de dos mil años, en el campo llamado Akademeia, en honor de Akademos, legendario héroe de la mitología griega. Fue en esta Academia donde Platón dialogaba con sus discípulos sobre la caverna, las ideas, el amor y el gobierno de los sabios.
Posteriormente su uso se generalizó para referirse tanto a las asambleas de sabios como a los edificios que los cobijaban. Deslumbrados por esta palabra numerosos maestros, de pueblos y ciudades, llamaron academias a los habitáculos donde miembros de mi generación, aprendían contabilidad, cultura general, música, baile e incluso corte y confección. También en el medio universitario, de forma coloquial, hablamos de la academia para referirnos al conjunto de los profesores.
Hablar de canalla requiere alguna precisión, especialmente cuando es mi intención asociar ese adjetivo a un grupúsculo de académicos que por sus cualidades morales y éticas, deberían ser evangélicamente separados del resto, como la paja del grano. Son muchas las acepciones dadas a la palabra canalla, pero si omitimos la que se usa, de forma candorosa, entre la gente que se aprecia, el termino se reduce a las siguientes aseveraciones sobre una persona: moralmente despreciable, de malas costumbres, sin nobleza, ruin, miserable, granuja, guache, mezquina, avara, malvada y perversa. En algún momento pensé titular este artículo “villanos académicos”, emulando el título de otro publicado por el Profesor Manuel Atienza (http://www.ua.es/dossierprensa/2007/07/29/index.html), pero sinceramente villano es un piropo para los rufianes académicos a los que me refiero. Les ajustan mejor epítetos como charranes, randas, albardanes o belitres.
¿Y por qué razón debemos asociar el termino canalla a un grupúsculo de académicos? ¿Merece la pena gastar una sola gota de tinta por gente con tales atributos?. Creo que si y la idea surgió al leer el libro “Economia Canalla” de Loretta Napoleóni. En él la autora dice así, refiriéndose a esa forma de economía: “Al igual que en la película de culto Matrix, los consumidores vivimos en un mundo de fantasía. Creemos que la vida nunca ha sido mejor que ahora…Pero si intentamos ir más allá de las apariencias…el cuadro que aparece ante nuestros ojos es similar al mundo real de Matrix”. Algo así esta ocurriendo en la vida académica que nos rodea. Bajo la aparente calma de un mundo supuestamente normalizado y reglamentado, a poco que escarbemos, descubriremos las siniestras prácticas de un grupúsculo de bergantes y rufianes que amparados en una serie de tópicos cuyo significado no conocen (orden, calidad, excelencia, organización, rendir cuentas, …) tratan de domeñar al resto utilizando una de las formas de violencia más sutiles, la denominada por Diana Scialpi, “Violencia político-burocrática”, denominada así por practicarse en el ámbito de la Administración Pública y porque dichas prácticas, ajenas a la ley, son perpetradas por quienes tienen la responsabilidad de cuidar a los ciudadanos.
¿Pero, realmente existen académicos canallas?. Pues sí, haberlos, “hailos”, como las meigas. ¿Y cual es el perfil de estos truhanes?. Resaltaré, de nuevo, que se trata de un grupúsculo de camanduleros, amalgamados por sus intereses personales, propios de desaprensivos, abellacados y fulleros, que usan artes arteras para sacar “tajada”, cual sollastres, estafadores y bribones. Además, son sujetos autoritarios, mendaces, tergiversadores, opacos y tramposos. O lo que es lo mismo, “cuatreros con birretes y cananas”.
Algunos de ellos, a la sombra del poder y sin recato, intentan apoderarse de los logros obtenidos por otros académicos y docentes decentes con su trabajo, ingenio y con el sudor de sus frentes. Para ello, no tienen empacho en difamar y destruir a quien se ponga en su camino, al tiempo que favorecen a los que les aúpan a los catafalcos y túmulos de su repugnante pseudopoder.
Son ya demasiados los años de vampirismo y licantropía universitaria que superan a la de “Luna Nueva” de Guillermo del Toro y del “Crepúsculo” de Katherine Hardwicke. Es hora ya de colgar los ajos en el quicio de nuestra universidad, para eliminar de su frontispicio la frase ¡Lasciati ogni speranza, voi ch´entrate!” que el Dante colocara en el infierno. Es hora ya de que luzca con orgullo, esta otra: “sapientia aedificavit sibi domun”.
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