Recelo a los jesuitas
La Compañía de Jesús fue una orden decisiva en el contexto de la Contrarreforma o Reforma Católica y tuvo una relación particular con el poder absoluto de los monarcas. El tiempo que duró la contrarreforma, hasta mediados del S. XVII, tuvo una relación graduada o contemporizada con los gobiernos imperiales, especialmente con España. Actuaban conforme a los intereses de ambos, pero una vez terminado el tiempo de la contrarreforma, ya en tiempos de Felipe IV, esta relación fue alejándose cada vez más. En algunas colonias españolas de América del Sur los jesuitas cada vez tenían mayor peso en todas las esferas de las organizaciones políticas que básicamente eran creadas por ellos mismos bajo unos principios fieles al pensamiento jesuita resultado de un hipotético puente desde la escolástica hacia formas de Fe más modernas y actualizadas.
La expulsión de los jesuitas se da en España en el año 1767, sirviendo como excusa el famoso Motín de Esquilache (1766), ya que cogieron como cabezas de turco y grandes culpables de los motines que se dieron a lo largo y ancho de la península a los jesuitas. Y coincide esa expulsión con las reformas fiscales para las colonias españolas en América de Carlos III. Uno de los síntomas que hubieron antes de la expulsión fue el miedo que existía en la corte española porque los jesuitas discutían el poder absoluto del Rey siguiendo algunos métodos muy actuales que casi disponían la explosión de las ideas que desembocaron en la Revolución Francesa. Acabado el tiempo de la reforma católica, con una Iglesia muy consolidada y un prestigio jesuita ganado por las acciones y consecuencias positivas de las reducciones en América, los jesuitas seguramente se sentirían con un gran vigor para conseguir intereses tanto espirituales como terrenales. Y es conveniente resaltar que lo que se mandaba desde España no se cumplía en América, y que los jesuitas tenían sus propios métodos para la colonización, ajenos a los de la corte española.
Sistema impositivo
Hay que decir que los jesuitas fueron unos grandes protectores de los indígenas y que consiguieron que las sociedades creadas en el Nuevo Mundo fueran productivas. En este sentido cabe destacar a Queijo, jesuita que consiguió una provisión real en 1555 donde se pedía mejor trato y derechos para los nativos. Las ordenanzas de Alfaro -oidor Francisco de Alfaro- de 1611 permitieron cambiar el sistema impositivo, que convirtió un sistema encorsetado y medievalista basado en los diezmos en un sistema con un pago anual que se sacaba de las explotaciones de las reducciones jesuíticas en lo que suponía un sólido modelo industrial. Es interesante lo que dice Juan Eduardo Leonetti a través de Magnus Mörner sobre esto: “los jesuitas de América se resistieron desde 1624 a pagar el diezmo sobre la producción agrícola e industrial de sus propios establecimientos, dirimiéndose el pleito en 1750 cuando la Corona dispuso que pagasen sólo la treintava parte de lo producido, lo que fue drásticamente modificado en 1766 [reforma fiscal de Carlos III y latente expulsión de los jesuitas] disponiéndose que el diezmo sería del diez por ciento y con efecto retroactivo.” Se volvió al diezmo a pesar de que el sistema impositivo de los jesuitas dio resultados hasta 1753.
Al margen de esto cabe destacar que la aceptación de los jesuitas por parte de los indios tiene mucho que ver con la protección que estos les aseguraban. Los jesuitas aseguraban a los indios no tener que servir a los encomenderos -que en muchas ocasiones no realizaban un trato ni siquiera aceptable de sus encomendados-, sino solo al Rey, una cabeza no visible y, por lo tanto, casi intrascendente para los indígenas. Esto les aseguraba a los indígenas convivir con los jesuitas con ciertas garantías y libertades. Y es que confluían intereses mutuos, y se llegaron a crear 30 misiones jesuitas, un número que refleja el vigor y éxito de los jesuitas en Latinoamérica. Es muy reseñable el hecho de que, a pesar de la oposición existente contra los jesuitas, estos consiguieron en 1743 de Felipe V el dictado de la llamada Cédula Grande “aprobando casi todos los aspectos de la administración jesuita en los pueblos guaraníes y confirmando sus privilegios, incluso el tributo de un solo peso por cabeza”, como bien dice otra vez Leonetti a través de Mörner.
Polémica posición de Groussac y filme The Mission
Las misiones guaraníticas son de las más decisivas que dan sentido a la labor de la Compañía de Jesús en el Nuevo Mundo. Una zona donde se pusieron en práctica casi utopías. De esas utopías se podrían extraer experiencias positivas para ponerlas en práctica también entre los imperios europeos. Existe un filme ya soslayado en el anterior capítulo que es La Misión (The Mission, de Roland Joffé, 1986) donde se puede observar cómo funcionaban las misiones guaraníticas de los jesuitas. La imagen que se desprende de la ficción cinematográfica es la de una orden que desea evangelizar a un pueblo nativo que no poseen valores occidentales. Pero se observa que el método de los jesuitas no es conseguir la aculturación mediante la violencia, sino todo lo contrario. Ellos desean que se interiorice una forma de vida que incluye un sistema político, social y económico diferente al que los indígenas poseen, y que, además, es mejor y más eficaz. Las intenciones que vienen desde la corte española es precisamente eso, pero existen diferencias entre lo que entiende la corte y la diplomacia española por un modelo perfecto y lo que entiende la Compañía de Jesús. Las decisiones que toman los jesuitas en relación con los indígenas y sus métodos son ajenos a la corona aunque se deban a ella. En el filme hay un personaje que debe redimirse del asesinato de su propio hermano y esto lo consigue mediante la penitencia, que consiste en subir más allá de las cataratas de Iguazú y participar de la misión de San Carlos integrándose en la sociedad indígena. Se observar que la integración se lleva a cabo de forma contraria a lo que se nos muestra, por ejemplo, en 1492, La Conquista del Paraíso (1492: The Conquest of Paradise, de Ridley Scott, 1992). En esta se nos muestra una conquista y aculturación por la fuerza, donde deben aprender los indígenas la lengua española para integrarse. En La Misión no es así, se observa que primero los jesuitas se integran en la tradición y lengua guaraní para posteriormente adoctrinar a los indígenas. Pues bien, volviendo a la disciplina de la historia, existe un autor, Paul Groussac, que acusa a los misioneros “de estar ciento cincuenta años mandando a Europa el sudor monetizado de los pobres indios, sin dignarse siquiera introducir en las tribus más nociones de civilización que el manejo de las armas de fuego con las que se rebelarán abiertamente contra su señor el Rey de España cuando la cesión de aquellos terrenos a Portugal.” Y dice Leonetti, “se refiere Groussac al levantamiento de la población indígena como consecuencia de la entrega de siete pueblos guaraníes al dominio portugués a cambio de la Colonia de Sacramento –en la actual República Oriental del Uruguay–, la que fue duramente resistida por la población autóctona alzada en armas, que fue derrotada en 1752 por un ejército mixto español y portugués de 2500 hombres.” Por cierto que precisamente uno de los pilares históricos fundamentales en la película La Misión es este momento, el de la cesión de unos territorios de España a Portugal. Y sucede que la misión de San Carlos no esta claro a quien pertenece por situarse en la frontera de los límites establecidos por ambos imperios. Esto es lo que alegan los jesuitas en la película, bien representado por el padre Gabriel (Jeremy Irons).
Mariluz Urquijo dice respecto de las polémicas palabras de Groussac: “No creemos que los jesuitas hayan participado de la guerra como se dijo alguna vez ni está probado que hayan intervenido en la preparación militar de los indígenas pero lo que no parece dudable es que buena parte de ellos miró con simpatía el esfuerzo bélico guaraní y alentó una campaña de esclarecimiento en la que se llega a cuestionar el derecho del rey a disponer de los pueblos.” (Mariluz Urquijo, José María. El cambio ideológico en la periferia del imperio: el Río de la Plata. Madrid, 1997, p. 166). En el filme de La Misión es esto lo que se refleja, que hay un apoyo claro de los jesuitas a la población pero no luchan con ellos, excepto el penitente, que anteriormente se ganaba la vida de mercenario. Benítez de Almada dice en defensa de la obra misionera que “crimen fue salvar a doce mil indígenas del hambre, de la peste, de la catarata inmensa y de la indolencia natural […] pero por sobre todo el crimen eran sus cuarenta y ocho escuelas y sus catorce colegios repartidos a lo largo de todo el territorio del Plata”. (Benítez de Almada, Enrique. La leyenda negra jesuita: cuatro siglos bajo la calumnia. Buenos Aires, 1941, p. 37). Queda meridianamente claro que la labor de los jesuitas, sobre todo comparándola a otras labores de conquista y colonización, no fue traumática y si positiva en algunas aspectos de las poblaciones indígenas.
En el tercer y último capítulo de esta serie se tratará la Expulsión de los jesuitas y se procederá a una conclusión de los temas tratados.