Lucrecia/Lucrezia

Lucrezia Borgia

Alejandro admiraba y hasta temía a su hijo, pero adoraba a su hija con todo la intensidad con la que era capaz. Parece ser que se deleitaba con su moderada belleza, su precioso y largo cabello color sol (tan pesado que incluso le daba dolores de cabeza) y en la devoción que la hija sentía por su padre. No era particularmente bella, pero fue descrita en su juventud como dolce ciera (dulce rostro) una expresión que permanecería hasta su muerte a pesar de los horrores que tuvo que vivir: divorcios, asesinatos, intrigas…

Como todas las italianas de su tiempo que lo podían permitir fue a un convento para recibir una completa educación. Auna edad que desconocemos se trasladó de la casa de su madre a la casa de una prima de su padre, Donna Adriana Mila, donde conoció a la nuera de su tía, Guilia Farnese, con quien entabló una sincera amistad que duraría hasta el resto de sus días. Favorecida por la buena fortuna, Lucrecia vivió una infancia feliz y acomodada.

Esta sensación de felicidad duraría hasta su primer matrimonio. Probablemente no se sintió ofendida cuando su padre le escogió un marido; este era el procedimiento normal para todas las mujeres de su clase. Alejandro, como cualquier otro soberano, pensaba que los matrimonios de sus hijos debían avanzar al mismo son con el que los intereses de su estado. Nápoles era por entonces hostil a Roma y Milán era enemiga de Nápoles; de tal forma que su primer matrimonio, a la edad de trece años, fue con Giovanni Sforza, de veintiséis, Señor de Pesaro y sobrino de Ludovico, regente de Milán (1493) Alejandro preparó la casa de los recién casados en un lugar cerca del Vaticano para poder tener a su hija próxima a él. Pero Sforza debía vivir en Pesaro buena parte del año llevándose con él a su joven esposa. Ella languidecía en tan lejanas costas, tan remotas de su padre y más aún de la vida bulliciosa y cosmopolita que Roma le ofrecía; después de unos meses volvió de nuevo a la capital donde se reencontraría con su marido más tarde. El 14 de julio de 1497 Alejandro pidió a Sforza que consintiera en la anulación de su unión matrimonial a causa de su impotencia—la única causa reconocida por la ley canónica para la anulación de un matrimonio legítimo. Lucrezia, quizás por pena, quizás por vergüenza se retiró a un convento. Unos días más tarde el Duque de Gandía era asesinado, las malas lenguas sugirieron que el crimen había sido cometido bajo las órdenes de Sforza, quien celoso se vengaba de Giovanni Borgia por haber intentado seducir a su esposa. El marido negó su impotencia y acusó a Alejandro de tener relaciones incestuosas con su hija. El Papa congregó un comité de investigación, liderado por dos cardenales, para averiguar si el matrimonio había sido consumado. Lucrezia con todo el aplomo del que fue capaz se sometió a las pruebas, y se le aseguró a Alejandro que Lucrezia era todavía virgen. Ludovico propuso a su sobrino demostrar que no era impotente delante de una delegación papal en Milán, Giovanni declinó la oferta pero firmó una admisión formal en la que declaraba que el matrimonio nunca había sido consumado, le devolvió a Lucrezia su dote de 31,000 ducados y en diciembre de 1497 el enlace era anulado.

Es posible que Alejandro hubiera roto el matrimonio con la intención de hacer mejores alianzas políticas, pero es más probable que Lucrezia contara la verdad acerca de la consumación. En cualquiera de los casos el Papa no iba a dejar a su hija soltera. Con la intención de acercarse a su enemigo, Alejandro, propuso al Rey Federico la unión de Lucrezia con Don Alfonso, Duque de Bisceglie. El Rey accedió y un documento oficial fue firmado en junio de 1498, en agosto la boda era celebrada en el Vaticano.

Lucrezia facilitó enormemente las cosas enamorándose de su marido. Ella tenía entonces dieciocho años y él diecisiete, pero las cosas empeorarían por culpa de la mala fortuna y la política. Cesar Borgia rechazado en Nápoles, buscó novia en Francia (octubre de 1498); Alejandro entraba de esta forma en una alianza con Louis XII, el declarado enemigo de Nápoles. El joven Duque de Bisceglie enfermaba viendo como la Roma en donde vivía se llenaba de agentes franceses: marchó hacia Nápoles. A Lucrezia se le rompió el corazón, para entretenerla Alejandro la hizo regente de Spoleto (agosto 1499); Alfonso se reunió allí con ella; Alejandro les fue a visitar a Nepi y se los llevó con él a Roma donde Lucrezia tuvo su primer hijo, al que llamaron Rodrigo en honor de su padre.

Pero el mayor problema de la joven pareja residía el odio acérrimo que se procesaban los dos cuñados. , quizás por el carácter temperamental de Alfonso o tal vez porque Cesar representaba la alianza con los franceses. En la noche del 15 de julio de 1500 unos bandidos atacaron a Alfonso cuando volvía de la catedral de San Pedro, fue herido de gravedad pero se las arregló para llegar hasta la casa del Cardenal de Santa María en Portico. Lucrezia se desmayó al ver las condiciones en las que se hallaba su joven marido, le atendió día y noche junto a su hermana Sancia. Alejandro envió una guardia de dieciséis hombres para protegerle de posibles nuevos ataques. Cierto día mientras Cesar paseaba por un jardín cercano, Alfonso convencido de que aquel era el hombre que había contratado a la banda que le había intentado asesinar, tomó arco y flecha disparando a Cesar en el corazón. La flecha falló su propósito por muy poco y Cesar no estaba dispuesto a darle una segunda oportunidad a su enemigo: mandó sus guardias al cuarto de Alfonso, teóricamente a darle una lección, pero le ahogaron con una almohada hasta que murió. Alejandro aceptó la muerte de Alfonso según la versión que le dio Cesar, encargó para Alfonso un pequeño funeral, e hizo lo imposible por animar a la inconsolable Lucrezia.

Se retiró a Nepi, donde escribió cartas firmándolas como la infelicissima principessa, ordenando misas para el descanso del alma de su difunto marido. Aunque parezca extraño, Cesar la fue a visitar a Nepi solamente dos meses y medio después del asesinato de Alfonso. Lucrezia era influenciable y paciente; parece ser que ella entendía la muerte de Alfonso como la defensa que su hermano tenía que hacer frente al que había atentado contra su vida. No parece que ella creyera que hubiera sido Cesar el hombre que contratara a los infructuosos bandidos que intentaron matar a su marido, aunque esta la posible explicación de otro de los misterios del Renacimiento. Durante el resto de su vida dio muestras más que suficientes de que quería a su hermano, quizás porque, como su padre, él también la adoraba con intensidad. Pudiera ser que por estos motivos tanto en Roma como en la rencorosa Nápoles la siguieron acusando de incesto; un de las plumas de la época la llamó: “La hija del Papa, esposa y nuera” Estas perfidias se las tomó también con cierta resignación. Todos los estudiosos de la época actualmente coinciden en que todos estos cargos fueron crueles calumnias, pero semejantes acusaciones tan escabrosas han perdurado a través de los tiempos. (Cambrige, Modern History)

Que Cesar matara a Alfonso con la intención de confirmar una nueva alianza política es improbable. Tras un periodo de luto Lucrezia fue ofrecida en noviembre de 1500 al Duque Ercole de Ferrara para casarla con su hijo Alfonso, y no fue hasta septiembre de 1501 que sonaron las campanas de boda. Como ni Ercole ni su hijo habían visto a Lucrecia, siguieron los trámites diplomáticos acostumbrados de la época, pidiendo a Ferrarese, embajador en Roma, que enviara un informe sobre su persona, morales y virtudes. El embajador contestó con lo siguiente:

Ilustrísimo Señor: Hoy durante la cena, Don Gerardo Saraceni y yo, hemos ido a ver a la Ilustre Madonna Lucrezia para presentarle nuestros respetos en el nombre de su Excelencia y Su Majestad Don Alfonso. Hemos tenido una larga conversación sobre distintos aspectos. Es una mujer de lo más amable e inteligente además de estar dotada de todas las bendiciones. Su Excelencia y el Ilustre Don Alfonso—según nuestra más humilde opinión—estará encantado con ella. Aparte de ser extremamente bondadosa en todos los aspectos, es modesta, tierna y decorosa. Además es una piadosa y devota cristiana, temerosa de Dios. Mañana irá a confesar y en Navidades recibirá la comunión. Es una mujer realmente hermosa, pero su encanto es aún más cautivador. Resumiendo, su carácter es tal que es imposible sospechar que exista algo “siniestro” en ella.

Don Alfonso fue convencido y envió un magnífico cortejo de caballeros para escoltar a la novia de Roma a Ferrara. Cesar Borgia equipó doscientos cavaliers para acompañarla, además de músicos y bufones para entretenerla durante el arduo camino. Alejandro, orgulloso y feliz, le procuró un cortejo de 180 personas incluyendo a cinco obispos. Vehículos especialmente diseñados para la ocasión, y 150 mulas, trasladaban su ajuar. El 6 de enero de 1502, Lucrezia comenzó su viaje por Italia para reunirse con su prometido Roma jamás había presenciado semejante espectáculo y probablemente tampoco Ferrara. Después de veintisiete días de viaje, Lucrezia fue recibida a las afueras de la ciudad por el Duque Ercole y Don Alfonso con una soberbia cabalgada de nobles, profesores, setenticinco arqueros montados, ochenta trompeteros y catorce carros llevando a las mujeres de la alta aristocracia elegantemente vestidas. Cuando la procesión llegó hasta la catedral, dos trovadores cantaron la belleza de su nueva señora. Al pasar por el palacio ducal todos los prisioneros fueron liberados, la gente se regocijaba por la llegada de la futura duquesa; y Alfonso se sentía radiante ante su encantadora prometida.

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