El estallido de las rebeliones de Portugal y Cataluña en 1640 abrió dos nuevos frentes de guerra en la península Ibérica que generaron demanda de soldados. El enfrentamiento armado con Francia también se estaba desarrollando en el norte de Italia y no se pudo contar con los veteranos allí curtidos. Se recurrió a españoles recién reclutados, con el consiguiente cambio radical en el carácter de las fuerzas de infantería peninsulares que se organizaron en Tercios.
Paralelamente, la demanda de combatientes para prestar servicio en las mismas zonas de reclutamiento creció en todos los escenarios de guerra y cada vez hubo más Tercios originarios del país donde operaba la unidad. La ausencia de veteranos y la progresiva falta de recursos para financiar los múltiples frentes abiertos minaron la eficacia del Tercio conforme avanzaba la segunda mitad del siglo XVII. En esta etapa, el frente de los Países Bajos tuvo que ser relegado desde el primer momento y los Tercios de Flandes fueron derrotados por los franceses en Rocroi (1643) y por Holandeses en Hulst (1645). En Cataluña detuvieron la insurrección pero las derrotas sobrevinieron en casi todos los escenarios a partir de esa fecha. A finales del siglo XVII, la extinción de la dinastía de los Austrias y la entronización de los Borbones trajeron notables cambios políticos y también militares en respuesta a las exigencias de la Guerra de Sucesión española (1702-1714). Entre ellos, la organización de las fuerzas de infantería en unidades organizas y tácticas distintas: los regimientos, comandados por coroneles, con lo que acabó la trayectoria de la unidad militar más importante de los siglos XVI y XVII.