A pesar del ideal imperial transmitido por sus propagandistas, la política exterior de Carlos V no parecía tener otro objetivo que la defensa obstinada de su herencia dinástica. Para ello tuvo que recurrir casi constantemente a la guerra (a veces simultánea) contra tres enemigos principales: el rey de Francia, el sultán del Imperio otomano (tamién denominado turco, según la época) y los príncipes alemanes que abrazaron la causa del protestantismo.
Desde la perspectiva de los intereses de Castilla y Aragón, lad efensa del Mediterráneo occidental frente a los turcos era prioritaria. Sin embargo, el monarca dio preferencia a la hegemonía en Europea; emprendió para ello guerras por todo el continente, pero también se valió de instrumentos heredados de Fernando de Aragón: una eficaz red de embajadores y un poderoso ejército que ya había combatido en Italia. A este último se sumó un número creciente de mercenarios, organizados en tercios (unidad básica de la infantería en el ejército de Carlos V y sus sucesores).
La política exterior y las guerras fueron factibles gracias a la financiación proporcionada por el oro y, sobretod, la plata procedentes de las Indias, que empezaron a llegar en cantidades considerables a partir de 1530.
Deja un comentario