La necesidad de poner a disposición de los reyes cantidades de dinero en lugares y fecha determinados propició la aparición de los asentistas, que contrataban con el monarca el asiento de una cantidad de dinero en un lugar fijado. A cambio, el rey les ofrecía el cobro de determinadas recaudaciones de impuestos en una ciudad concreta.
Por esa vía, los banqueros, especialmente los alemanes durante el reinado de Carlos I y los genoveses en el de su hijo, fueron haciéndose con cantidades crecientes del importe de los impuestos de la monarquía. Los desajustes de fecha entre el desembolso del dinero anticipado por los arrendadores de rentas y la recaudación de los impuestos, con el consiguiente aumento de intereses, fueron frecuentes. Ello, junto con la disminución del oro americano, ocasionó sucesivas bancarrotas de la Hacienda pública durante el reinado de Felipe II. Para hacerles frente, este recurrió a la venta de tierras de realengo, tierras baldías de los concejos y de cargos de gobierno en los municipios.
El acta fundacional en Castilla del sistema de bancos se encuentra en la pragmática de Juan II de 1436, librecambista hasta su destrucción a fines del siglo XVI. En dicha pragmática se establecían tres modalidades de negocio bancario:
- 1. Bancos privados.
- 2. Bancos públicos.
- 3. Bancos de Corte.
En Aragon, el sistema dominante es la banca pública, predominantemente municipal. Desde principios del siglo XVI asistimos a una oleada de creaciones de tales instituciones, generalmente bajo la forma de Taules de Canvi o bancos municipales: Valencia 1519, Barcelona lo poseía desde el siglo XV, Mallorca 1507, Gerona, Vic, Lleida o Zaragoza.
En el siglo XVI los mercados de valores comenzaron a evolucionar hasta su forma actual.
La bolsa de Amsterdam, fundada en 1611, es la más antigua, e Inglaterra implantó en 1697 un sistema para reglamentar la actividad de los comerciantes de acciones. Hasta principios del siglo XIX la mayoría de las bolsas de valores consistían en reuniones informales de comerciantes, en los barrios mercantiles de las ciudades. El auge industrial y la explosión en el número de acciones y títulos en oferta, crearon la necesidad de establecimientos permanentes.
El papel de la riqueza como medio de poder no dejaba de ser una evidencia para los gobernantes europeos a comienzos de la Edad Moderna. El dinero permitía levantar y mantener ejércitos, financiar guerras, sostener complejas burocracias y, en definitiva, costear ambiciosos programas de gobierno. No es de extrañar, por ello, el interés mostrado por el poder político en intervenir en los asuntos económicos, particularmente los comerciales.
La praxis económica derivada de estos conceptos se la conoce con el nombre de mercantilismo. El mercantilismo no constituye exactamente una escuela sistemática de pensamiento económico. Más bien se trata de un conjunto de ideas y prácticas en el plano de la política económica, definidas por características comunes.
La primera de ella es la orientación nacionalista. El fomento de la economía nacional y la defensa de los intereses propios subyace en todo programa de política mercantilista. Los Estados intentaban promover el crecimiento material de sus súbditos como condición indispensable de su propio poder. Se trata, por tanto, y en segundo lugar, de una política económica proteccionista e intervencionista, pues se entendía que era la propia acción del poder político, ejercida mediante leyes y prohibiciones, el más eficaz medio de conseguir los objetivos trazados.
Tal intervencionismo, lejos de estorbar los intereses de la incipiente burguesía mercantil y financiera, constituyó en realidad una práctica favorable para sus negocios en esta fase inicial de desarrollo del capitalismo, al permitirle disfrutar de condiciones ventajosas derivadas de la protección estatal.
El comercio se consideraba la forma más eficaz de promover la riqueza de la nación. La política económica mercantilista se orientó, en este sentido, a garantizar una balanza de pagos favorable para la economía nacional mediante la promulgación de medidas legales de carácter proteccionista. Las leyes aduaneras desempeñaban un importante papel como medio de conseguir este objetivo. De lo que se trataba, en definitiva, era de favorecer la exportación de mercancías manufacturadas producidas en el propio país y de impedir la importación de las producidas en países extranjeros. Exportar más que importar era una regla de oro.
Ello se pretendía lograr mediante una política de tasas aduaneras que penalizara las mercancías foráneas hasta el punto de hacer poco rentable su comercialización y de perder capacidad competitiva respecto a las manufacturas nacionales.
La rivalidad de los países por intereses mercantiles dio lugar a la aparición de un fenómeno relativamente nuevo: las guerras económicas. Junto a los problemas de carácter dinástico y político, los enfrentamientos por causas económicas, como los protagonizados por Inglaterra y Holanda ya en el siglo XVII, pasaron a engrosar el panorama de la conflictividad internacional.
Por otro lado, la necesidad de poner a disposición de los reyes cantidades de dinero en lugares y fecha determinados propició la aparición de los asentistas, que contrataban con el monarca el asiento de una cantidad de dinero en un lugar fijado. A cambio, el rey les ofrecía el cobro de determinadas recaudaciones de impuestos en una ciudad concreta.
Por esa vía, los banqueros, especialmente los alemanes durante el reinado de Carlos I y los genoveses en el de su hijo, fueron haciéndose con cantidades crecientes del importe de los impuestos de la monarquía. Los desajustes de fecha entre el desembolso del dinero anticipado por los arrendadores de rentas y la recaudación de los impuestos, con el consiguiente aumento de intereses, fueron frecuentes. Ello, junto con la disminución del oro americano, ocasionó sucesivas bancarrotas de la Hacienda pública durante el reinado de Felipe II. Para hacerles frente, este recurrió a la venta de tierras de realengo, tierras baldías de los concejos y de cargos de gobierno en los municipios.
Por otra parte la economia se reflejara en la vida cotidiana, a la gente de esta sociedad le gustaba vestir bien, lucir joyas y vivir en casas acomodadas, participar en fiestas, banquetes y recreos. Las cortes y los moralistas protestaran en varias ocasiones por esta suntuosidad. El lujo obliga a gastar mas de lo que se gana, lo cual obliga a la gente a tomar prestado y a contraer deudas. El desarrollo extraordinario de los juros y censos es una de tantas manifestaciones de una economia y una sociedad que han entrado en la fase monetaria. El que dispone de dinero (mercaderes, letrados, conventos…) lo presta con interes, el que lo necesita compra censos, es decir, se endeuda.
Los censos fueron durante aproximadamente los dos primeros tercios del siglo XVI un instrumento eficaz para financiar la agricultura, la ganaderia, la construccion, la vivienda y otras actividades productivas. Pero paralelamente, se empezo tambien a emplear los censos para comprar mercedes, regimientos, para dotar conventos y para gastos suntuarios. De esta forma va acentuandose la tendencia a vivir de rentas.