Los ejércitos del Islam siguieron asaltando durante siglo y medio las tierras de Pamplona, centro neurálgico de la naciente monarquía, contra la cual habían acabado volviéndose con gran rigor los Banu Qasi de las últimas décadas del IX.
A la incursión normanda (859) y la captura y el consiguiente rescate del caudillo García Íñiguez debe atribuirse un carácter meramente episódico.
El dinamismo y la capacidad de maniobra de Sancho Garcés I y sus baskunis frustraron los principales objetivos de las grandes campañas de Abd al-Rahman III; la primera sorprendió a un contingente cristiano en Muez-Valdejuquera (920), pero quedó agostada con esta pírrica victoria; la segunda recorrió a marchas forzadas los dominios pamploneses hasta la recóndita “Sajrat Qays”, más no logró atraer a la lucha en campo abierto al escurridizo monarca pirenaico, quien, amparado por la geografía, pudo vigilar y amenazar día a día a los invasores en todo su largo itinerario.
Ni la aparente debilidad que dieron muestras con fino sentido político García Sancho Garcés I y Sancho Garcés II que abarca la etapa de mayor esplendor califal, ni finalmente, las correrías de Almanzor por el país, llegaron a quebrantar de forma grave la integridad del reino que, con la descomposición del califato cordobés y la cesación definitiva de los ataques sarracenos, iba a hallar grandes oportunidades de desarrollo
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