He mencionado antes que la casa de Isabel de Valois en España fue nutrida. Con tantos oficiales, era natural que se gastara mucho en esta casa regia. Pues Felipe II se pensó en un pincipio asignarle a Isabel 80.000 ducados anuales para sus gastos. Era una suma muy sustancial, ya que la del príncipe Carlos, cuando se asentó, fue de 50.000 ducados (subiendo poco después a 60.000).
Sin embargo, resultó que esta suma no había podido cubrir los gastos de Isabel. Entre 1562 y 1565 Isabel había contraído una deuda que sumaba a unos 180.000 ducados. A finales de junio de 1566, cuando la reina escribió su testamento, sus deuda se estimaban en 140.000 ducados.
¿Cómo había podido gastar tanto la reina?
Calculaban que al año Isabel gastaba más de 20.000 ducados en su cámara, especialmente sedas, telas de oro, holandas, oro y plata hilado, etc. por su voluntad y a instancia de personas que estaban en su servicio. Estimaban asimismo que habría gastado otros 10.000 ducados en joyas de oro, botones, piedras y perlas para su persona durante los tres años (1562 y 1565). Declaraban también que no podían calcular la mucha cantidad que Isabel había gastado para comprar joyas, cadenas de oro que había regalado a caballeros franceses y otras personas que le visitaban. Además, los desplazamientos, la comida, la casa, etc. durante los viajes suponían inevitablemente un gran coste.
Al enterarse de la situación económica de Isabel, era imposible que Felipe II se quedara quieto. Continuamente ofreció el rey ayudas extraordinarias: contribuyó anualmente una gran cantidad de ducados, incluso mayor que la suma asignada; cubrió gran parte del gasto de los viajes que había hecho la reina a Aranjuez y Segovia, lo cual suponía algún ahorro para la casa de Isabel.
Pese a las ayudas del rey, no sabemos si la reina se quedó fuera de las deudas al final, ya que siguió gastando de forma exagerada hasta su muerte.