Sólo su contemplación desde el recogimiento y la meditación, puede abrirnos los ojos ante la crudeza del llanto de María…
Es la obra más valiosa del MUBAG, según su propio testimonio. De importantes dimensiones (227 x 186 cm), esta tabla pintada al temple por Rodrigo de Osona representa a Cristo muerto en la cruz; a sus pies, San Juan, María Magdalena y la Virgen María lloran la muerte de Jesús.
Así fueron los primeros momentos del arte del dieciséis en España: góticos, flamencos. Mientras en Italia se aproximaba la muerte de Rafael, uno de los genios del renacimiento, los franciscanos capuchinos de Alicante recibían esta obra en su convento. Podemos imaginar cómo se sentirían esos monjes al postrarse ante esta pintura, de fondos medievales, pintados como si de una miniatura se tratase. Para ellos, acostumbrados a esta estética, debía ser ésta una de las mejores pinturas vistas; una verdadera ventana al Calvario a la que dirigir sus oraciones y donde buscar un vínculo con lo trascendente.
Sin embargo, a nosotros esta tabla se nos presenta como un muro difícil de atravesar. Los caminos del arte moderno, contemporáneos ya a esta obra, condenan a la estética flamenca del medievo a una apariencia lejana y arcaizante. Sólo su contemplación desde una perspectiva sensible, que nos imbuya de recogimiento y meditación, puede abrirnos los ojos ante la crudeza del llanto de María, que contempla el cadáver escarnecido de Jesucristo, su hijo.
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