Casi parece como si las azucenas de la Anunciación estuvieran despertando el metal y retorciéndolo para poder abrir sus pétalos
Orihuela, ciudad del sur de Alicante, posee en su casco histórico uno de los conjuntos histórico-artísticos de mayor importancia, si no de toda España, sí de su mitad oriental. Ello se debe, en gran medida, a que fue erigida como capital de diócesis en 1564, después de décadas de enfrentamiento con la diócesis de Murcia, a la que se adscribía hasta entonces. La diócesis de Orihuela continúa existiendo hoy como “Orihuela-Alicante”, pues en la capital de la provincia el templo de San Nicolás de Bari ostenta el rango de Concatedral.
La Santa Iglesia Catedral del Salvador y Santa María de Orihuela es un templo gótico construido entre los siglos XIII al XV con tres naves y girola. No obstante, sufre transformaciones constantes con posterioridad, de modo que contiene trazas artísticas hasta del siglo XVIII.
En la catedral encontramos dos conjuntos artísticos realizados en el siglo XVI y de gran interés: el primero, el conjunto de rejería del coro y el de la capilla mayor; y el segundo, el de la portada de la Anunciación.
La reja del coro se presenta dividida en tres cuerpos y tres calles. Presenta, sobre el acceso, una gran representación del escudo de armas de Carlos V, flanqueado por una fabulosa decoración a candelieri, de medallones, de leones…
De tres cuerpos y tres calles es también la reja de la capilla mayor, y aunque de diferente concepto por sus mayores dimensiones, resulta tan destacable o más que la anterior. En el espacio central aparece, en un medallón, la Anunciación: el Arcángel San Gabriel anuncia a la Virgen su embarazo; entre ambos, vemos una jarra de azucenas, símbolo de la pureza y la virginidad de María.
Lo más interesante del conjunto se desarrolla alrededor del medallón, pues vemos un fantástico ejemplo de grutescos, conformados por motivos vegetales, grifos y otros animales fantásticos. El ático lo ocupa una representación de Adán y Eva, en la que ella se dispone a probar el fruto prohibido mientras Adán la advierte del pecado que va a cometer. Finalmente, el conjunto se corona con un Calvario en que Jesús Crucificado se asienta sobre Dios Padre.
Ambas rejas se atribuyen a Jerónimo Quijano, aunque en este caso, como en tantos otros, la atribución es lo de menos. Lo de más es contemplar cómo, en una superficie tan transparente y reducida como la de una reja, se consiguen crear verdaderos retablos que parecen cortinas de humo. Los barrotes se elevan ligeros, ingrávidos; los grutescos se van entrelazando etéreos. Casi parece como si las azucenas de la Anunciación estuvieran despertando el metal y retorciéndolo para poder abrir sus pétalos; y los animales fantásticos, sacados de un imaginario onírico de saber qué ascendencia, se desperezaran, gratamente sorprendidos por la inesperada visita del ángel.
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