Recalar en Toledo es recalar en una ciudad con cientos de años de historia y con un extensísimo patrimonio histórico y artístico. Del siglo XVI, la capital de Castilla-La Mancha posee numerosas edificaciones y obras de arte que bien merecerían un espacio en este blog, como los Hospitales de Tavera o de la Santa Cruz; la Sala Capitular de la Catedral; o el patio y la escalera del Alcázar, por citar sólo algunos ejemplos. Sin embargo vamos a centrarnos en algo que no tiene nada que ver con estas obras antes mencionadas: la Custodia de Arfe.
Como no corren días de cultura religiosa, explicaremos que una custodia es un ostensorio o instrumento, labrado en metales preciosos, en que se coloca la hostia, una vez consagrada, para su veneración. Se trata por tanto de piezas de un alto valor puesto que para el culto católico, sostienen a Dios. Por ello, se explica que estos elementos se enriquezcan hasta el punto de la custodia toledana de Juan de Arfe.
Los Arfe fueron una familia de orfebres o “plateros” cuyo primer miembro instalado en España, Enrique, procedía probablemente de Alemania. Adquirió prestigio labrando las custodias de León y Toledo, y sus descendientes Antonio (hijo) y Juan (nieto) continuaron su estela, creando magníficas piezas de orfebrería para las catedrales de Santiago y Sevilla, respectivamente.
En su custodia para la catedral de Toledo, Enrique de Arfe creó entre 1515 y 1523 un dispositivo que envolvía el pequeño ostensorio que perteneció a Isabel la Católica, rodeándolo con una torre gótica en miniatura constituida por pilares de plata finamente labrados. Todo ello fue dorado a finales del siglo XVI, dándole el aspecto actual. Nos encontramos por tanto ante la trasposición del gótico florido en una estructura vacía y hueca, donde los elementos arquitectónicos cobran importancia como constituyentes de un templo de plata y oro que alberga, para los católicos, a Dios mismo.
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