En este apartado, vamos a explicar el caso de las brujas de Zugarramurdi y el auto de Logroño que se inició como consecuencia de éstas.
En los primeros años del siglo XVII, la tormenta se desató en la pequeña aldea navarra de Zugarramurdi debido a, una vez más, de una caza de brujas habida en el país vasco-francés dirigida por el tristemente célebre Pierre de Lancre. En el otoño de 1608, volvía a dicha aldea María, una muchacha de veinte años que había emigrado a la localidad francesa de Ciboure pocos años atrás, donde tuvo la ocasión de presenciar dicha caza de brujas y movida, por su fértil imaginación, comenzó a contar a sus vecinas las extraordinarias cosas que habían presenciado entre ellas su asistencia a los aquelarres de Zugarramurdi. Al dar los nombres de otros asistentes, se desató la espiral, podríamos decir, brujomaníaca, por lo que en enero de 1609 llegaba a la aldea un comisario de la Inquisición y pronto se iniciarían las detenciones, que culminaron en el auto de fe celebrado en Logroño en noviembre de 1610, con siete brujas quemadas en persona y cinco en efigie (recordar que no siempre se quemaban a los herejes en persona, llegándose incluso a quemar sillas).
Consecuencia directa del caso de las brujas de Zugarramurdi, fue el inicio del auto de fe de Logroño de 1610 del impresor Juan de Mongastón, donde se detallaban exhaustivamente las acusaciones que pesaron sobre los brujos y sus ricos y ceremonias.
Las consecuencias que se derivaron del auto de fe celebrado en diciembre de 1610 fueron de enorme importancia en cuanto a la postura a adoptar por la Inquisición española ante la brujería, delimitándose claramente dos tendencias: la de quienes abiertamente negaban la existencia de brujas y brujos, y la de quienes se aferraban a su realidad. (Arturo Morgado García, 1999, pág. 129-138).
En definitiva, no existía en el seno de la Iglesia una opinión única acerca de la veracidad o no de la existencia de brujería, como quedó patente en el auto logroñés. De todos modos, la quema de brujas quedó de manifiesto en los numerosos documentos del Santo Oficio.
Finalmente, nos gustaría finalizar con un pequeño documento que trata algunos de los temas tratados anteriormente. Muy abundante es lo que se ha impreso acerca de los brujos y las brujas procesados por los inquisidores de Logroño; es decir, los que tenían sus juntas en Zugarramurdi y que fueron objeto de un auto de fe en 1610. El gran antropólogo y conocedor de la brujería vasca Julio Caro Baroja nos los describe:
La acción práctica del inquisidor Alonso de Salazar y Frías
Salazar parte de la idea de que la mayoría de las declaraciones y acusaciones son producto de la imaginación. Examinó, en primer lugar, a 1384 niños y niñas de seis a catorce años los varones y a doce hembras que fueron absueltos ad cautelam y cuyas declaraciones le parecían llenas de defectos. Sobres estos menores había hasta 290 personas más de todas edades incluidos los viejos decrépitos de más de ochenta años que fueron reconciliados amén de cuarenta y una persona con menores culpas, absueltas ad cautelam, también con abjuración, como levemente sospechosos de herejía. De estos hubo seis relapsos, que declararon haber vuelto a las absueltos y reconciliados juntas de las brujas. Más también ochenta y una personas que revocaron confesiones anteriores: sesenta y dos hechas ante el comisario del distrito y nueve en Logroño, otras en la visita.
El núcleo principal para sus averiguaciones, lo dieron 420 individuos que hubieron de testimoniar en un sentido u otro y que fueron interrogados sobre todos estos puntos esenciales:
1) Forma de ir a los aquelarres y lugares donde estos se celebran
2) Actos realizados en ellos.
3) Pruebas externas de ellos.
4) Evidencia que resultaba para declarar culpa o inculpabilidad.
5) En la memoria, síntesis de otras anteriores prolijas en punto a la primera cuestión, dice Salazar de comprobación de los lugares de los aquelarres mandada realizar por un comisario del Santo Oficio, examinando treinta y seis testigos de los pueblos de Santesteban, Iraizoz, Zuibieta, Sumbilla, Dona María, Arrayoz, Ciga, Vera (y Alzate, que aún era señorío aparte), no hubo el menor acuerdo ni se llegó a conformidad, sino es en las ocho preguntas que se les hicieron referentes a dos lugares. Las declaraciones sobre el modo de ir y de volver resultaban también contradictorias o, por lo menos, sospechosas. La mayor parte de los inculpados decían que dormían antes de ir; que, en efecto, volaban incluso en la figura de mosca o de cuervo, saliendo por los resquicios y agujeros más pequeños. Pero no faltaban los que parece que creían ir o iban de modo menos extraordinario. Pero, en conjunto, todos declaraban insistiendo en las notas de misterio. Ahora bien, habiéndose descubierto veintidós ollas y una nómina de ungüentos, polvos y cocciones. […]
Algunos animales a los que se administraron las sustancias terroríficas dieron excelente prueba de que todo era mentira, que aquellos potingues eran inoperantes.
Pero Salazar va más adelante y a los testigos y luego a los propios brujos, les demuestra que no han ocurrido las cosas que dicen. Una vieja, María de Echevarría, en una audiencia afirmó que veía a una porción de personas que los demás no pudieron ver. Un muchacho, Martín de Arraçum, sostuvo que había sido llevado a un aquelarre a dos leguas de distancia de donde estaba y nadie le echó en falta en aquel tiempo. Otro tanto le ocurrió a una tal Catalina de Sasterarena. A otra tocaya de ésta, Catalina de Lizardi, se le demostró que, después de haber tenido ayuntamiento carnal con el Demonio y de haber derramado mucha sangre, según decía, había quedado doncella y lo mismo comprobaron varias matronas sobre otras muchachas. Pero esto no fue todo. En Santesteban, algunos muchachos hablaron de un aquelarre famoso que se solía celebrar el día de San Juan, en determinado punto. Dos secretarios del Santo Oficio, comprobaron que no había nada en aquel lugar. […]
Tampoco creyó Salazar nada de lo que se dijo acerca de las asechanzas que le prepararon, echándole polvos, poniendo fuego a la sala donde estaba o volando sobre él en un viaje, a la entrada de San Sebastián.
El año de 1613 completó el inquisidor sus averiguaciones examinando los antecedentes en cuestiones de Brujería que constaban en los archivos de la Inquisición, y pudo comprobar que, desde 1526 a 1596, se registraron nueve complicidades y siempre se reconoció la ambigüedad de la materia. De cualquier forma, resultaba evidente que en el proceso de Logroño de 1610 se había procedido con ligereza. Salazar se acusa de no haber respondido en su voto a los argumento en su voto a los argumentos flacos de los oponentes y cree que no se actuó con la rectitud y cristiandad debida por todo esto;
1) Por haber coaccionado a los procesados a que declararan positivo y dándose por culpables, prometiéndoles libertad si lo hacían sugestionándoles de varias formas.
2) Por haber no consignado muchas revocaciones, incluso de gentes que en trance de morir habían pedido revocar por medio de su confesor
3) Por no haber acabado de averiguar la verdad.
Las violencias con los revocantes fueron tan escandalosas en casos que una pobre mujer, llamada Margarita de Jauri, al ver que se negaban a admitir su revocación se suicidio echándose al agua. Salazar, llevado de su prurito de exactitud, anota hasta 1672 perjurios y falsos testimonios levantados a inocentes tomando como base las ochenta revocaciones más conocidas por él y por otro lado se apoyó en principios completamente viciosos. […]
Una tesis tan radical no podía por menos de ser combatida por aquellos colegas de Salazar que en el proceso de Logroño, antes y después manifestaron credulidad absoluta. Así parece que hubo de escribir varios memoriales respondiendo a los que, por su parte, redactaban aquellos, irritados, según parece porque fuera Salazar el que salió responsable del edicto de gracia, que cada uno deseaba administrar. […]
Julio Caro Baroja, Las brujas y su mundo.