Concha Alós dejó la isla de Mallorca en 1960 para instalarse en Barcelona junto a Baltasar Porcel. Consiguieron un enclave privilegiado en Vallvidrera y, allí, comenzaron a forjar un círculo de amistades nutrido de las diferentes manifestaciones artísticas. Así, la literatura de ambos escritores entró en contacto con el arte pictórico de grandes figuras catalanas del momento. El libro biográfico sobre Baltasar Porcel de Sergio Vila-Sanjuán (2021) arroja algunas trazas al respecto.
El escritor y periodista expone en su monografía cómo la amistad con Miguel Lerín Seguí, un «agente de aduanas y coleccionista de arte» −no menciona nada sobre su pasión por el tenis y su labor destacada como juez-árbitro del Conde de Godó−, permitió a la pareja entrar en contacto con el arte. Miguel Lerín Seguí tenía una casa en Vallvidrera a la que apodaban «La Gordita» por su opulencia de espacios. «La Gordita» era el lugar de encuentro del ámbito intelectual que se deleitaba cada fin de semana con una paella sentados en el mirador de la residencia con vistas a la ciudad, según cuenta Sergio Vila-Sanjuán. En esas reuniones coincidían Concha Alós y Baltasar Porcel con artistas de la talla de Jacqueline Laurent o Jaume Pla. Sin embargo, pronto crecería una afinidad mayor entre ellos y el pintor Eduardo Arranz-Bravo y su esposa, Carmen Mestre. A los cuatro les gustaba Vallvidrera porque «ofrecía una forma de vivir más discreta», opina Arranz-Bravo. Pero no solo, al pintor le encantaban los atardeceres de Vallvidrera porque le parecían «un espectáculo prodigioso, vivo, tan repetido como inédito». En aquella altitud de vientos hinchados de «rojos alucinados», paleta de azules y nubes plateadas, «se creó un hilo de simpatía entre nosotros, entre su literatura y mi pintura», continúa el pintor. (cit. en Vila-Sanjuán, 2021: 49).
Además, añade: «En la intimidad teníamos un contacto muy fácil y natural, no íbamos de divinos. Nuestras carreras se fueron desplegando bastante paralelamente». De hecho, La Vanguardia del 17 de octubre de 1965, Juan Cortés reseñó la exposición de Arranz-Bravo en la Galería de Arte Syra donde se recogieron «treinta lienzos al óleo, una serie de guachas y dibujos en tinta china y la ilustración de tres textos de los cuales uno es una narración de Concha Alós, caligrafiada también por él»; así como otras cuatro ilustraciones «para un cuento de Baltasar Porcel» (p. 43). La amistad trajo inspiración y creatividad común. La transferencia en el arte se había hecho obra.
La exposición de la Galería Syra fue el inicio de aquella transmedialidad artística entre literatura y pintura. Se descubre de nuevo en La Vanguardia del 6 de octubre de 1968, la exposición de «El VII Salón Femenino de Arte Actual», ubicado en la Sala Municipal de Arte −«antigua capilla del Hospital de la Santa Cruz, […] contando con la colaboración del Ayuntamiento de Barcelona y la Diputación»− que reunió a ochenta expositoras. La junta directiva estuvo compuesta por la presidenta María Asunción Raventós, la secretaria Concepción Ibáñez, como relaciones públicas Mercedes de Prato y Claude Collet como tesorera. Además de otras vocales como Teresa Lázaro, María Josefa Colom, Caty Juan, Nuria Limona y Rosario Velasco. El nombre de Concha Alós aparece en la formación de patronato junto a Elisa Lamas, Amparo Ramírez de Cartagena, Montserrat Rogent, Roser Grau y Trinidad Sánchez Pacheco. Todas ellas de estimable protagonismo en las artes plásticas del ámbito catalán. El objetivo del evento era presentar un catálogo de nómina femenina a «la sección catalana A.E.C.A». La redacción del catálogo contó con el prólogo «del Doctor Castillo», acompañado de «un agudo escrito de Concha Alós glosando la incorporación femenina a la producción artística y dos notas biográficas, con sus correspondientes ilustraciones de las invitadas de honor» que fueron Maruja Mallo y la esmaltista barcelonesa Montserrat Mainar, continúa explicando el artículo del medio catalán (6-X-1968, p. 49).
Concha Alós continuó activamente en los círculos de exposiciones. Se hizo amiga de las pintoras Caty Juan y Concha Ibáñez. El 15 de noviembre de ese 1968, poco más de un mes tras El Salón Femenino de Arte, Caty Juan expuso su obra en la Sala Macarrón tal y como muestra el diario ABC. La nota de prensa reproduce las impresiones de Concha Alós sobre el arte de su colega: «Tiene razón Concha Alos: de sus cuadros se desprende una atmósfera armoniosa y tranquila, real» (p. 41). Dos años más tarde, Miguel Fernández Braso escribió para la cabecera madrileña sobre la exposición «El paisaje humano» de Concha Ibáñez el 27 de noviembre de 1970. Miguel Fernández Braso asegura que Concha Alós acompañó en todo momento a su tocaya y añade: «La popular novelista interpreta con gran lucidez los lienzos de esta enteriza pintora catalana» (p. 101). Por su parte, Julio Trenas reseñó la exposición en La Vanguardia el 30 de diciembre de ese mismo año, completando la información de Miguel Fernández Braso. La entradilla concreta que la exhibición tuvo lugar en el «Club Pueblo» y que Concha Alós prologó la misma con estas palabras: «estos cuadros respiran serenidad y miran de frente, sin desmelenamiento, toda la desnuda soledad del hombre» (p. 59).
Tanto el trabajo de Sergio Vila-Sanjuán como la tesis doctoral de Noémie François, revelan a través de la epístola conservada de la escritora que la amistad con las pintoras mallorquina y barcelonesa, así como con el matrimonio Arranz-Bravo y Mestre se prolongó hasta más allá de la ruptura sentimental con Baltasar Porcel. La correspondencia entre la pareja durante el verano de 1970, mientras él estaba en París con María Àngels Roque, que se casaría con ella el 27 de julio de 1972, indica el ferviente interés de la escritora por el arte pictórico. En ausencia de Baltasar Porcel en ese último verano como compañeros, Concha Alós acudió con sus amigos a exposiciones de Joan Miró u otras exhibiciones como L’Arc en la Sala Rovira. Además, continuó celebrando cenas con el círculo del pintor catalán y planeando escapadas con sus amigas Concha Ibáñez y Emilia Xargay con motivo de la inauguración de la exposición Caraltó en Palamós. Sin embargo, Concha Alós no pudo reunirse con sus amigas en aquella ocasión porque, según cuenta en una carta del 5 de julio de 1970, la noche anterior cenó con otros amigos y bebió whisky: «como me pasa a veces, me hizo daño y pasé el sábado fastidiada; por eso no pude ir. Ya estoy bien» (en Vila-Sanjuán, 2021: 280).
La hemeroteca y las anécdotas rescatadas de la epístola reproducida por Sergio Vila-Sanjuán abren la ventana a un pasado efervescente de continuo trasvase creador entre la escritura de Concha Alós y los cuadros de sus amigos; pues Concha Alós tenía la habilidad de leer aquellas pinturas llenas de magnetismo y personalidad con la misma maestría con la que empuñaba su pluma. Ellos pintaban y ella narraba, pero a la inversa, ella pintaba sus narraciones y ellos escribían sus cuadros en gamas de colores.
La transferencia del arte no se limitó al ámbito catalán, traspasó fronteras. El holandés Adrian Stahlecker también formó parte del círculo de amistades de Concha Alós. La Vanguardia del 16 de mayo de 1965 descubre un retrato de Concha Alós pintado por el artista. La fotografía encabeza la reseña de una exposición del holandés en Barcelona que es tildada de «bravía tónica» (p. 51). Ese retrato hace inferir una amistad que todavía no ha sido explorada del todo. Por el momento, no se sabe cómo ni cuándo se conocieron Adrian Stahlecker y Concha Alós, el grado de complicidad entre ambos, si también acudía cada fin de semana a comer paella a «La Gordita»; cómo surgió la idea de pintar ese retrato, ¿fue por algún motivo concreto? ¿Simple inspiración? ¿Un regalo? La nota de prensa tampoco indica la fecha en la que el cuadro fue pintado. Tampoco aclara si formó parte de la exposición que tuvo lugar en Barcelona, pero ¿por qué lo elegiría La Vanguardia si no? La reseña concluye diciendo: «Muy digna de ser tenida en cuenta es también la penetración con que el artista arranca la psicología de las personas que retrata». Aquí se añade el recorte de prensa, la foto no tiene buena calidad, pero juzguen ustedes.
Sin respuestas claras ante la lluvia de interrogantes, las alosianas pensamos que la amistad entre Concha Alós y el holandés tuvo que ser firme porque por esas fechas (1964) Los enanos se tradujo al holandés por Mr. A. Schwartz, según aporta el dato Verónica Bernardini, bajo el título De Dwergen. La transferencia del arte no solo traspasó fronteras a nivel creativo e interpretativo, también sirvió para abrir el texto a más lectores. La transferencia del arte tiene muchas formas de manifestarse y Concha Alós supo estar en el momento adecuado con las personas adecuadas.