De aquel congreso Voces de papel, ha nacido un monográfico suculento y muy tentador: Voces de mujer en la prensa hispánica (siglos XIX, XX y XXI), editado por las investigadoras Helena Establier Pérez, Laura Palomo Alepuz y Dolores Thion Soriano Mollá. El volumen se encuentra disponible en abierto en el portal de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Una gozada que un estudio de tal envergadura esté accesible tanto para el grueso académico interesado en el tema como para cualquier lector/a curioso/a.
El libro se divide en dos partes englobando un total de doce y siete estudios respectivamente. El objetivo del mismo es rescatar y volver a poner negro sobre blanco el nombre de aquellas autoras que desafiaron las normas patriarcales y se acercaron a mundos que no eran suyos. Sin embargo, su valentía, tesón y audacia rompieron algunas barreras y entre las grietas de aquellos muros encontraron su espacio de luz en el que firmar en un periódico o revista con su nombre. En el libro podemos conocer la labor de escritoras como Carmen Kurtz, Gloria Fuertes, Concha Castroviejo, Montserrat Roig, Nuria Pompeia, Mercedes Pinto… hasta llegar a las más actuales como Irene Vallejo.
Entre la nómina de escritoras no falta nuestra Concha Alós. Noémie François retoma la pluma para realizar un repaso de la trayectoria periodística de la autora en sus etapas más floridas y abundantes como escritora y colaboradora de cabeceras como La Vanguardia, La Estafeta Literaria, Diario femenino o Destino. Recomiendo mucho su lectura para conocer de cerca los temas sociales que preocupaban a Concha Alós y de los que no le temblaba la mano sobre la máquina de escribir para postularse. Sus caballos de batalla fueron la posición en igualdad de la mujer en sociedad y la educación social e infantil para liberarla de los tenaces estereotipos de género. Toda una labor de lucha.
La intencionalidad de Concha Alós no fue única en los diferentes contextos socioculturales que abarca el estudio Voces de mujer en la prensa hispánica, lo que demuestra un síntoma del machismo que adolecía la sociedad y nos sigue mostrando el camino para no bajar la guardia y no callar nunca esas voces de mujer.
Imagen de la cubierta del libro: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Hace ya una semana que defendí mi tesis. Parece que ha pasado un siglo. He necesitado una semana para asimilar todas las emociones: desde los usuales nervios escénicos hasta la alegría más inmensa. Tuve el privilegio de contar con un tribunal de altura, generoso y con muy buenas aportaciones a mi investigación. He tenido el honor de contar con una dirección rigurosa y paciente que después del acto me dedicó unas palabras preciosas en su blog Varietés y república. A mi lado estuvieron mis familiares, mis amigos, mi alosiana Amparo Ayora del Olmo, mis colegas de departamento, mis profesores… mi gente. ¿Qué más se puede pedir?
Al parecer, se podía pedir algo más. Al día siguiente, me llegó al correo una noticia muy grata: oficialmente paso a formar parte de un grupo de investigación afiliado a la Universidad Internacional de La Rioja. El proyecto ha sido aprobado y eso significa dos cosas. Una: voy a tener el gusto de trabajar codo a codo con grandes investigadoras de la materia. Y dos: continuaré trabajando sobre Concha Alós. La reivindicación no decae. El término de la tesis solamente ha significado el final de una etapa para mí, pero no el abandono del tema que me apasiona.
Concha Alós is reloaded más que nunca. No suelta mi mano, sino que me da impulso para seguir adelante divulgando su palabra. Perdón si suena mesiánico, pero un poco es así. O, al menos, así me siento. Las alosianas así nos sentimos: embajadoras de una creación narrativa que merece reconocimiento, estudio y comprensión. Este proyecto investigador al que recién me adscribo tiene la facultad de poner en red de diálogo a muchas de nuestras escritoras del siglo XX, ya estuvieran en el exilio o en el insilio. Concha Alós no se sintió en el insilio, pero sí asfixiada de una realidad social que la constreñía, que la llamaba bastarda y, luego, veladamente, la miraba de soslayo por vivir en concubinato con un hombre más joven que ella. La voz de Concha Alós dijo muchas cosas en su momento a través de sus obras, pero lo más apasionante es que su mensaje nos llega intacto en nuestros días y todavía tiene mucho, pero que mucho que decir. Este proyecto es la oportunidad para continuar escuchando esa voz. Como las sagas de Matrix, Concha Alós is still alive.
El nuevo curso académico ha tomado impulso y Concha Alós está expectante. Dentro de dos semanas defenderé mi tesis doctoral. No voy a lanzar en estas líneas el estado catatónico de nervios en el que me encuentro. Eso es para otro blog alternativo. El caso es que, con motivo de la defensa, quiero pensar a una Concha Alós en el mismo estado de morderse las uñas en el que estoy yo. Y no es para menos, es la protagonista de tres tesis doctorales de ámbito internacional: Corea del Sur, Francia e Italia, según el orden cronológico de lectura. Además, forma parte de otras investigaciones doctorales que cuentan con alguna de sus obras para su corpus analítico. Una de ellas la de nuestra querida Cristina Somolinos Molina a la que ya dedicamos una entrada aquí. Pero no solo. Actualmente, me consta que al menos dos investigadoras están con las manos en la masa de la literatura alosiana. Entre ellas, Isabel Ginés cuyo artículo titulado «Concha Alós: una voz incómoda que merece volver» aparece publicado en la cabecera digital Periodismo Alternativo el pasado 17 de agosto. Las alosianas somos legión. ¿Es para estar o no expectante?
A este listado pronto se unirá mi modesta aportación. Tengo ganas. Después de tantos años de implicación, ver, por fin, el trabajo finalizado, −a falta de que el tribunal me pele las orejas y asumiendo todas las carencias que pueda tener (perdón esto era para el otro blog)−, es una satisfacción indescriptible. Quiero pensar a Concha Alós orgullosa de su legado que ha inspirado a muchas investigadoras e investigadores a lo largo de las décadas: desde los ochenta hasta nuestros días, lo hemos estado viendo los blogueros alosianos.
El volumen de estudios dedicados a la obra de Concha Alós, es algo que he escrito en reiteradas ocasiones, confirma que la literatura alosiana no es una literatura menor, aunque algunos críticos la lean de soslayo con la nariz tapada o muy pegada al techo. Eso en mi pueblo se llama envidia. Pero no quiero entrar aquí en este tipo de calificativos, creo que también sería para otro blog. Lo que me gustaría subrayar en este punto es la calidad narrativa de una autora que pasa desapercibida, «que engaña» como diría mi madre.
El trampantojo literario de Concha Alós no es otro que el de plasmar de manera sencilla temas complejos como la alienación del sujeto, la mezquindad humana, la incomunicación radical, el desamor existencial… y todo ello para darle la vuelta a la tortilla y ofrecer rayos de luz que inspiren al lector hacia un cambio de paradigma social. Devolverle el amor por la vida. Al menos esta es la idea que, grosso modo, defiendo en mi tesis.
Concha Alós siempre se aquejó de no llegar al sumun de la expresión de lo que ella deseaba representar. Así se lo confesaba a su amigo Miguel Fernández-Braso el 18 de diciembre de 1968:
Posiblemente escribo mejor ahora que años atrás. El oficio de escribir, como todos los oficios, se consigue trabajando. Pero no es fácil. Cada vez que me enfrento con un nuevo tema, con el propósito de novelarlo, encuentro dificultades, tantas dudas, que a veces llego a pensar si no habré aprendido nada. […] Palabras, ideas, personajes, todo se desborda, se amontona. El trabajo está en limar, concretar, decir escuetamente, sobriamente, cortar. Es difícil, muy difícil (1970: 141).
Obviamente, Concha Alós consiguió aquello que ella tachaba de «difícil» y no es porque le quitemos la razón, es simplemente porque trabajó duro. Volcó toda su energía en cincelar su oficio de escritora. Estoy segura de que Élisabeth Cadoche y Anne de Montarlot tendrían algo que añadir a las dudas de talento y capacidad de la escritora consigo misma. Pero esto sería desviarnos de la línea principal argumental −estoy contemplando seriamente la posibilidad de crear un blog alternativo−.
La calidad literaria de Concha Alós es merecedora de estudios. No solo en su literatura propia, sino también en relación con la manifestación cultural de su contexto sociohistórico. Su voz tiene mucho que decir sobre la época dictatorial que le tocó vivir y resulta imprescindible aunarla con sus colegas de letras coetáneas. Por eso me enorgullezco de formar parte del elenco alosiano y dentro de dos semanas se hará oficial. Qué pena que no exista un carné alosiano acreditativo. Me conformo con la esperanza de que mi pequeña aportación académica ilumine el trabajo de otros que desean indagar en esta voz narrativa que siempre tiene mucho que decir. Concha Alós tiene motivos suficientes para estar expectante.
Vídeo de Isabel Ginés Vicent con motivo de la feria del libro 2025 en Castellón de la Plana. Participan en el acto: Amparo Ayora del Olmo, Meizuo Yang y Concha Pascual, actriz que dio vida a Concha Alós en las celebraciones del centenario de la escritora en Castellón de la Plana. Aquí material extra sobre el evento y entrevistas emitidas en À punt.
El curso académico concluye con el trámite del depósito de la tesis en marcha. En realidad, ya estaría todo, solo falta que la Comisión dé el visto bueno. Burocracia. El verano se presenta apacible: lecturas y sol. Bueno, también debo añadir la preparación de un par de artículos y varios congresos. Mejor no hablemos de la defensa oral que me espera a finales de septiembre. En definitiva, la serenidad idílica de baños de sol con libro debajo del brazo se transforma en seguir delante del ordenador con Concha Alós acariciándome la nuca. La compañía de mi escritora de cabecera no me supone un mal plan. Pero ya me gustaría tomar su ejemplo de gran nadadora y saltar algunas olas en la costa azul mediterránea.
Pensando en el verano y en lo propio de nuestra cultura estival, me viene a la cabeza las estancias de Concha Alós en Calafell junto al séquito de Barral y sus escapadas a altamar en el Capitán Argüello. En sus Memorias (2001), volumen que aglutina sus tres libros Años de penitencia, Los años sin excusa y Cuando las horas veloces, fechados entre 1973 y 1988, el editor y poeta no menciona ni una sola vez el nombre de Concha Alós. Sin embargo, el epistolario que revela Sergio Vila-Sanjuán en El joven Porcel (2021) demuestra que la escritora subió en más de una ocasión al viejo barco Barral, compartió tertulias con el núcleo duro en la Espineta e, incluso, llegó a preparar una «cena copeo» en su apartamento que −eso no está claro− imaginamos que alquilaba cerca de la comitiva. Calafell para Concha Alós fue su refugio tras la ruptura sentimental con Baltasar Porcel. Carlos Barral le abrió las puertas de su casa y ella se dejó abrazar por la brisa marina y el escozor de la piel al final de un día repleto de sol.
Aunque Carlos Barral omitiera aquellas aventuras junto a Concha Alós −quiero pensar que lo hizo por elegancia, por discreción−, la novela Os habla Electra es una ficcionalización de aquellas noches de juerga en el New Love, un pub alternativo regentado por un danés que tenía «apellido de cerveza», Sören Touborg. Memorias recrea descripciones sobre la transformación de Calafell, pintoresco pueblo pesquero, en un armatoste de cemento y hoteles. La especulación inmobiliaria no es de nuestro tiempo. Por su parte, Os habla Electra se encarga de retratar la peor cara de la destrucción del litoral en una ciudad ficticia llamada Bañabel. Esta ciudad inventada recuerda mucho al Calafell de Barral. No cabe duda, por tanto, de la vinculación de ambos y de lo importante que fue para ella aquel refugio de sol y playa.
Concha Alós publicó su colección de cuentos Rey de gatos. Narraciones antropófagas (1972) bajo el sello editorial de Barral, justo en el tiempo de aquellos veranos reparadores. Podría decirse que fue la última publicación con notable repercusión crítica. Os habla Electra, que vendría tres años después, bajó considerablemente su relumbrón. Una pena porque se trata de una de sus novelas más ambiciosas narrativamente hablando. Con esta obra, Concha Alós demostró que se puede veranear a gusto, desinhibirse, y no dejar de tomar notas, de observar el alrededor para luego transformarlo en un buen libro. La escritora bebe de su cuaderno interior para plasmar una realidad crítica: la sociedad decadente del último franquismo, las consecuencias de dejar al capitalismo campando a sus anchas. Os habla Electra es una novela incómoda porque sacude los cimientos de nuestra cultura occidental, especialmente la estival.
Cubierta de la novela. Edición de 1978
Ya que no podré seguir el ejemplo de gran nadadora de Concha Alós −entre otras cosas porque no se me da muy bien hacer de sirena−, trataré de seguir su otro ejemplo de observadora y analista de la realidad. Quizá me sirva para hacer frente a todas las tareas que tengo por delante en este verano atípico en el que la tesis se concluye, pero sigo llevando a Concha Alós colgada en mi hombro.
El camino doctoral va concluyendo: la tesis ahora mismo está en manos de los evaluadores externos. Llegada a este punto, comienza la retrospectiva, el examen de conciencia. El viaje en el tiempo se detiene en el otoño de 2019. Paseo por la Gran Vía de Granada. Me acompaña mi amigo Ángel. Vamos charlando animadamente, bueno, corrijo, soy yo la que no deja de hablar y mi tono de voz se eleva por las cabezas de los viandantes que nos preceden. Voy entusiasmada porque quiero ir a una librería de viejo, buscando libros de Concha Alós. Estoy determinada a comenzar la tesis analizando su obra. Por aquel entonces, era una autora descatalogada de las estanterías. Entramos. Los libros están ordenados alfabéticamente según la inicial del primer apellido. Voy al estante de la A. Ahí está: Los enanos. Increíble. Pago. Mi amigo y yo salimos a tomar un café para terminar de echar la tarde. La sorpresa que me guardaba con Los enanos espera paciente en la bolsa.
Llego a casa contenta con mi nueva adquisición. Se la enseño a mi marido. Él arquea las cejas: mira, hay algo escrito aquí. ¡Cómo! Es un autógrafo de Concha Alós para una tal Lucía con fecha de mayo de 1975. La dedicatoria es cordial, pero llena de cariño, dice: «en esta Granada inolvidable». No es posible saber por qué Lucía se deshizo del libro o cómo fue a parar a una librería de libros usados. Hay historias que siempre se escapan de entre los dedos, solo queda la imaginación, la suposición. Sea como fuere, el azar quiso que aquellas palabras escritas con el puño y letra de Concha Alós llegaran a mí. Aquellas palabras fueron como un susurro en el oído de confirmación, de impulso. En el otoño de 2019, recién armaba mi proyecto investigador, o sea, que no tenía ni idea de lo que quería hacer exactamente. Las dudas me invadían, la orientación académica no era la esperada… El desánimo comenzaba a instalarse cómodamente en mi cabeza. Por eso, las palabras de Concha Alós, aunque no fueran para mí, las sentí como tal y me reafirmaron en mi proyecto. Fue el aliento que necesitaba, la señal del universo de los cuentos de Coelho. De alguna manera pensé que Concha Alós me estaba pidiendo que continuara. Así lo quise pensar y así me sirvió para respirar.
Enredada en mi investigación, olvidé el detalle fortuito de aquella dedicatoria que en su día colgué en mis redes sociales, emocionada como estaba con el hallazgo. No hace mucho, el recuerdo de aquella publicación de hace seis años reapareció. Sonreí ante la ingenuidad de aquella casualidad y volví a colgarlo. De nuevo, el azar hizo de las suyas y Amparo Ayora del Olmo me reveló un dato importante de aquel mayo de 1975. En comentarios del post, me facilita un recorte de prensa en el que se anuncia −con foto incluida− la participación de Concha Alós en la Feria del Libro de Granada el 17 de mayo de 1975, tres días antes de su clausura. No sabemos cómo llegó el libro a la librería de viejas reliquias editoriales. No sabemos quién fue aquella Lucía privilegiada que intercambió unas breves impresiones con la escritora −de la dedicatoria infiero que fue una charla amena con una Concha muy cercana y cálida con sus lectores−. Pero la aparición del dato de la fecha exacta de aquel encuentro, a estas alturas de camino investigador, vuelve a tener un efecto catalizador en mí. Parece que es Concha Alós quien sonríe, allá donde esté. Quiero pensar que la escritora está orgullosa de que haya llegado a este punto. La valoración de mi trabajo depende de los evaluadores externos, aun así, me gusta pensar que ella está satisfecha, ya no tanto por la discutible calidad del trabajo, sino por todo lo conseguido hasta el momento: su nombre vuelve a brillar y en las estanterías están sus obras. Es un pensamiento reparador, un consuelo que cierra una etapa.
Concha Alós estuvo en Granada el 17 de mayo de 1975 firmando libros. Seguramente, caminó por Gran Vía, por el Paseo de los Tristes. Me la imagino apoyada en el murete que protege al Darro, mirando al río. Ella era una gran observadora de la naturaleza. Me la imagino feliz, sonriente. Y soltando un garabato en la portada de una novela suya pensando que cobraría sentido para una joven doctoranda cuarenta y cuatro años después. Al menos, con este ánimo de reflexión le cuento a mi amigo Ángel, ahora que charlamos de nuevo por Gran Vía.
Mañana se cumplirá un mes desde el último apagón que paralizó más de la mitad de la península Ibérica. Los medios (al menos aquellos titulares que me han llegado) solían hablar de un evento «extraordinario» sin precedentes. Para documentar casos antiguos, acudían a otros países como el apagón del estado de Nueva York en agosto de 2003 que dejó a oscuras a gran parte del noroeste americano, incluyendo territorios de Canadá. Los apagones recurrentes en Cuba y Ecuador (por continuar con más ejemplos) responden a otras logísticas que, por lo que sea, pasaron desapercibidas al colectivo periodístico que consideró no hacer el paralelismo. El caso es que, montando ya la parte de la bibliografía de la tesis doctoral, apareció en las referencias una noticia publicada en ABC el 22 de marzo de 1979 cuyo titular decía: «Atraco frustrado a Concha Alós la noche del apagón» (p. 55). Este «apagón» dejó sin luz a buena parte del Levante y zonas de Aragón. La nota de prensa tilda de «noche del gran apagón», pero no especifica cuántas horas duró ni a qué hora comenzó.
La noticia, ubicada en una breve columna de la sección «Sucesos» de la cabecera nacional, centra su atención en el intento de atraco que un par de chavales desalmados aprovecharon la vulnerabilidad del momento para llevar a cabo su fechoría. A Concha Alós el apagón la pilló en Barcelona, cenando en casa de unos amigos. Salió a la calle alumbrada con una vela, tomando rumbo a casa. Dos muchachos se acercaron a ella con la vieja excusa de preguntar la hora. La escritora intuyó que a esos dos chicos la hora les importaba un pepino y que buscaban otra cosa. Así que, decidió ignorarlos y continuar su camino. Pero ellos insistieron, poniéndose a su lado amenazadoramente: le exigieron las pertenencias que llevaba encima. No sabemos si los muchachos tenían algún arma o, simplemente, se dedicaron a extorsionar con el empleo de la violencia verbal. Concha Alós sacó arrojo desde sus entrañas y reaccionó empujando a los chicos. Salió corriendo hacia un coche que transitaba por allí. Resultó ser un taxi libre. La escritora aseguró que pasó mucho miedo y que no sabe cómo consiguió dominar la situación. Ella lo achacó a su falsa seguridad ante el par de maleantes. A mí me gusta pensar que fue la adrenalina, esta querida hormona que nos pone a tono en situaciones extremas.
Cuando leí por primera vez, hace ya tres años, la noticia sobre la anécdota del atraco frustrado, la eventualidad me sacudió porque me ayudó a humanizar a la escritora. Me explico: mi admiración por ella, a veces, toca el grado de mito o leyenda que despoja a Concha Alós de materialidad, de cuerpo, de una vida, a fin de cuentas. El intento de atraco bajó la figura de Concha Alós de mi Olimpo personal y la aterrizó en una cotidianidad anodina e, incluso, cruel, si me aprietas. Ya me lo dice mi director de tesis: “no idealices tanto”, “tienes que ser más objetiva con la autora…”, lo intento siempre, créeme. Pero he de admitir que no me es tarea fácil.
Sin embargo, leída ahora esta noticia con nuestro apagón todavía caliente en la memoria, el caso de Concha Alós se aleja de aquel idealismo para aproximarme a otras reflexiones. El apagón del pasado mes nos dio una lección importante: no podemos dar elementos por sentados en nuestro modo de vida y, sobre todo, no podemos perder la calma ante acontecimientos extraordinarios que alteren nuestro ritmo cotidiano por muchos estragos que estos produzcan. Asimismo, nuestro apagón, con todo su dramatismo de gente atrapada en ascensores, en el metro, parada en mitad de la nada sobre las vías de un tren, de un atasco infinito… no fue algo inaudito en nuestro día a día, se trata de un riesgo que asumimos como sociedad dependiente de la energía eléctrica, tan compleja, tan inestable, a veces. El suceso de marzo de 1979 nos enseña que nuestro apagón no fue único en la historia y nos aterriza lo insólito a la llana realidad o cotidianidad. Yo lo hice con Concha Alós y su atraco frustrado, ni siquiera reparé en su momento en el detalle del apagón. Espero que esta noticia nos ayude a todos a normalizar un riesgo asumible, sin caer en el caos o en el amarillismo del drama. No dejemos que la adrenalina se apodere de nosotros.
Fragmento de la noticia en ABC (22-III-1979, p. 55).
Hace un mes que ando callada por estos lares. La recta final antes de oficializar el depósito de la tesis está siendo especialmente dura y absorbente. Hoy, corrigiendo y montando en firme el borrador de lo que será el mecanoscrito final, me he topado con una reseña dedicada a la novela Argeo ha muerto, supongo que no había incluido en el epígrafe correspondiente. El artículo está firmado por la crítica y académica Isabel de Armas y aparece publicado en La Estafeta Literaria en su número de diciembre de 1982 (pp. 102-104). El texto lleva por título «Julia y el miedo a volar». Julia es la protagonista de la obra, aunque su familia, los Vilache, la llama Jano cariñosamente.
Esta reseña de la novela me ha llamado la atención, primero, por su extensión y, segundo, por su lucidez a la hora de abordar la trama, de hallar las tensiones y conflictos de los personajes. Sin embargo, a pesar de sus sabias observaciones, no he podido evitar cierto regustillo rancio. Una suerte de sentimientos encontrados en los que, paradójicamente, esta crítica literaria me chirría a la par que me fascina. La tesis de Isabel de Armas es que Julia (o Jano) desarrolla a lo largo de las doscientas cuarenta y cuatro páginas que ocupa la novela un «miedo a volar». Ese miedo a volar es sinónimo de salir de los convencionalismos sociales, dar rienda suelta a los deseos. En este caso, el deseo y el placer de Jano es su hermanastro Argeo con el que mantiene una relación casi incestuosa. Lo de casi en cursiva es porque biológicamente no son hermanos, aunque son criados como tal en el mismo hogar. De este amor prohibido, clandestino, finalmente descubierto por una tía, surgirá el declive, la necesidad de sobrevivir; es decir, de adaptarse a los preceptos sociales. Se anula toda posibilidad de vuelo.
Isabel de Armas observa este conflicto interior de Julia que se debate entre el amor a su hermano o la comodidad de un matrimonio reparador al lado de un hombre rico. Julia, aunque no muy conforme, se decanta por lo pragmático, por la vía fácil socialmente hablando. La conclusión de la crítica literaria es que Julia tiene miedo a volar, a salir de su zona de confort, que se diría ahora. La lucha interior de Jano finalmente es abatida hacia una realidad asfixiante y nada deseable por la protagonista. Ella abraza los estribos sociales en pro de la adaptación, de la vida tranquila. «Así, Julia no es capaz de salvar su circunstancia y tampoco de salvarse a sí misma», viene a decir la autora parafraseando la cita orteguiana. Hasta aquí podría estar de acuerdo. Pero, a mi parecer, creo que este juicio no es del todo justo, valga la redundancia. Al menos, no del todo exacto.
La crítica literaria pone el foco exclusivamente en la acción de Jano: en su decisión de casarse con ese señoritingo rico que vive con su madre y que es introducida con la misma naturalidad en el hogar conyugal. Pero yo me pregunto: ¿cuál debería haber sido la acción noble y rebelde de Jano para no acoplarse a los designios sociales? ¿Huir con Argeo? Recordemos que, tras el descubrimiento del delito incestuoso, ella es castigada y encerrada en un convento para su rehabilitación, como si su expresión sexual fuera una enfermedad o algo sacrílego para el trastorno de las buenas familias, y él es enviado al extranjero a estudiar, a formarse en una escuela de élite. El escarmiento cae únicamente para el lado femenino de la historia. Años después, cuando la pareja vuelve a encontrarse, Argeo tiene pareja: una mujer dócil, blanca y rubia. El ideal femenino del amor cortés garcilasiano. Él rechaza a Jano, la niega. Por tanto, ¿qué puede hacer ella para salvar su circunstancia, para curar su profunda herida si el único acicate que podría empujarla a la rebelión social le da la espalda, la abandona definitivamente?
No sé, querida Isabel de Armas. Me da a mí que tu espléndida crítica se ha quedado coja en el análisis. Porque, quizá, la novela de Concha Alós no desea mostrar tanto el conflicto existencial de Julia, su miedo a volar, que también. Pero, leyendo el texto y conociendo profundamente la novela, me da por pensar si, realmente, lo que pretendía exponer Concha Alós en último término no era tanto el miedo a volar del individuo, sino, más bien, las nulas posibilidades de vuelo en una sociedad estructurada bajo férreos tabúes y unos convencionalismos que anquilosan cualquier atisbo de vida alternativa a la propuesta y diseñada por el mainstream. La circunstancia se salva con las herramientas disponibles al alcance de cada cuál y Julia no es que se quede en pista, es que decide enterrar un amor. Una pasión negada socialmente primero y por la otra mitad de la historia después. ¿Cómo rebelarse ante el último golpe? ¿Cómo salvarse del dolor? Ese es el verdadero conflicto que recrea la novela, la lucha existencial de Julia es sólo el móvil que pone en marcha la representación de una realidad más y más profunda…
Cada vez es más frecuente encontrar a Concha Alós en estudios académicos dedicados a la literatura escrita por mujeres. Estas monografías consideran el nombre de nuestra escritora una presencia ineludible. Bien. Algo bueno estamos consiguiendo. Fernando Candón-Rios se encarga de editar otro de los trabajos recientes sobre escritoras: Nuevos estudios críticos. Las voces femeninas en la literatura hispánica (2024). En este volumen, la investigadora Lorena García Saiz se aproxima a la literatura de Concha Alós en el capítulo: «La cotidianeidad incómoda en la España franquista en la narrativa de Concha Alós» (pp. 105-119). La autora repasa las cinco primeras novelas de la escritora, las publicadas en la década de los sesenta, aquellas afincadas en el realismo social del medio siglo. El recorrido subraya los temas principales que se hallan en la narrativa alosiana: la represión, las voces de los marginados, la mujer ninguneada en una sociedad machista… Realmente, no nos descubre nada nuevo, nada que no se haya dicho antes de Concha Alós. Sin embargo, la presencia de la escritora en un estudio como este me abre ciertos interrogantes y algunas certezas.
Las certezas o, más bien, la certeza es que el nombre de Concha Alós está en un momento álgido de reconocimiento. El número de publicaciones dedicadas a ella durante la última década así me lo da a entender. En cambio, los interrogantes son unos pocos más. Primero: ¿Cuándo se considera un autor o autora definitivamente restaurado en el canon? Segundo: ¿Está Concha Alós plenamente insertada en ese canon al nivel de Carmen Martín Gaite o Ana María Matute? Es decir, ¿podemos respirar tranquilas las alosianas y tumbarnos al sol a disfrutar de nuestra labor reivindicativa, de rescate? Un par de cuestiones más: ¿Seguirán publicando monografías en las que sigan incluyendo a Concha Alós? ¿Concha Alós es una moda pasajera? ¿Por qué ahora sí Concha Alós y antes no? ¿Es que antes no había alosianas? ¿Somos nosotras las originarias? Siento pinchar la burbuja, pero en la década de los ochenta ya hubo un movimiento alosiano bastante potente desde el ámbito estadounidense: Lucy Lee-Bonanno, Elizabeth J. Ordóñez, Ada Ortúzar-Young, Lynn K. Talbot… Actualmente, Debra J. Ochoa y, un pelín antes que ella, Astrid A. Billat tomaron el relevo de sus predecesoras. Contrariamente a lo que pasó en los ochenta, esta vez el pulso alosiano quiere caer hacia aguas nacionales. Esto no es una competición, quiero decir, que el impacto que tuvo por entonces Concha Alós en la academia yanqui, no llegó ni por asomo a la española. Hoy, parece que las tornas están cambiando. Bien por la parte que nos toca.
Sin embargo, observar el antecedente estadounidense, que comenzó con fuerza y luego se fue desinflando poco a poco, me hace pensar en qué pasará con nuestro globo sonda ahora, ¿por cuánto tiempo? ¿Qué más seguir haciendo? No podemos bajar la guardia. Por otro lado, también es justo ampliar el rango alosiano. ¿Qué hacemos con las coetáneas a Concha Alós que merecen el mismo podio: Carmen Kurtz, Dolores Medio, las Elenas Quiroga y Soriano, Adelaida García Morales, Mercè Rodoreda…? Hay tantas que las alosianas no damos abasto. A falta de respuestas contundentes ante tanta incógnita, sólo se me ocurren dos cosas. Una, no cejar en el empeño de reconocer a Concha Alós como una autora de nivel en nuestro panorama literario. Dicho de otra manera, ya nos podemos despedir del cóctel con sombrillita y aroma de coco sobre la tumbona. Y dos, celebremos y valoremos la presencia de estudios académicos que cada vez más amplían la lupa del canon y nos muestran joyas literarias de muchos quilates. El volumen que edita Fernando Candón-Rios es uno de ellos que saca brillo a nombres como Dolores Medio o Elena Quiroga, además de otras más contemporáneas como la dramaturga Mariana Villegas, de otras más allá como María de Zayas, otras inolvidables del 27 como María Teresa León, otras más canónicas como Almudena Grandes o Mariana Enríquez y poetas como Isabel Bono, Josefa Parra o Mercedes Escolano. No sé cuánto de innovación traen estos estudios sobre estas autoras, pero tanto da, porque lo importante aquí es no perderlas nunca de vista.
Imagen de la portada del libro. Obtenida desde la web de Casa del Libro.
La trayectoria multifacética de Concha Alós nos sorprende con un hito que, sin ser insólito, surge como una isla rara que bien recuerda a Las islas nuevas (1910) de María Luisa Bombal por su misteriosa aparición. Un libro: El extraño mundo de los papúes emergió al mercado editorial en 1969. El libro guarda en su interior un prólogo −conciso, emotivo− escrito por Concha Alós. El autor del libro es el sacerdote Avelino Mallada Cordero que, en misión pedagógica, convivió durante diez años con la tribu de los papúes en la remota −desde el ombligo europeo− Nueva Guinea. El misterio es saber quién fue ese intrépido sacerdote que dedicó diez años de su vida, ya no tanto a evangelizar, sino más bien al aprendizaje de lo que trae el intercambio cultural. El otro misterio es averiguar cómo, dónde y cuándo se cruzaron las vidas del clérigo aventurero y de nuestra escritora.
Las pesquisas, hasta el momento, han resultado nulas. Avelino Mallada Cordero es una isla remota, nueva, que surgió para mostrar al mundo lo que tenía que decir y para cuando llegaron los cazadores −o investigadores en este caso− esa isla desapareció en la bruma de La Pampa o para el caso: bajo el espesor de las selvas tropicales y constantemente nubladas por la altitud de Sierra de Nueva Guinea. ¿Quién fue este sacerdote off shore del catolicismo que se quitó el alzacuellos para sembrar en tierras tan lejanas? ¿Qué vínculo le unió a Concha Alós? ¿Cómo llegó el proyecto de prologar el libro a sus manos? Misterios. Lagunas. Brumas que dejan ver (o no) pequeños islotes, pinceladas de pistas que abren horizontes de exploración.
Me siento como los valerosos cazadores de Las islas nuevas que van escopeta al hombro a conquistar un territorio fantasma. Habrá que esperar a los días claros de sol y cielo azul apretado para iniciar una nueva expedición. O no. A veces, las nieblas son necesarias para no romper los misterios y dejarnos siempre con la mirada puesta hacia el interrogante, si no, que le pregunten a Yolanda con su ala rota de la espalda.
Imagen de la portada del libro. Extraída de la web de IberLibro.
El domingo anuncié la celebración de un encuentro de altura literaria que iba a ocurrir en el Centro Cultural La Malagueta ayer lunes. La magia de las redes sociales permitió que pudiera contactar con el magnífico Vicente Luis Mora. Por cierto, aprovecho la mención sobre la capacidad de conexión en las redes para contar que, gracias al consejo de un anónimo, conseguí que Maruja Torres respondiese a mis mensajes. Aunque nuestra charla se ha pospuesto sin fecha determinada, ya que ella tiene las mil y una ocupaciones, espero finalmente conseguir un breve intercambio de impresiones y poder escribir sobre ello por aquí más adelante. Volviendo a la sesión del club de lectura del Centro Cultural La Malagueta, quiero dedicar las líneas de hoy a felicitar la delicadeza, el mimo y el rigor de Vicente Luis Mora en el encuentro de ayer.
Como decía, a pesar de mi enemistad con las redes sociales (me estoy reconciliando un poco), conseguí contactar con Vicente Luis Mora que, rápidamente y súper amable, me brindó la oportunidad de participar (en diferido) en el coloquio dedicado a la novela de Concha Alós: Las hogueras. Mi aportación a la causa no fue gran cosa: un vídeo escueto de apenas cinco minutos en el que trato de condensar, a partir de tres aspectos, tantos y tantos matices que esconde la novela. Imposible hacerlo de una manera mínimamente decente. Pero como dice la canción de Mecano: en su fiesta me colé.
Sin embargo, esta entrada no va de mi participación en el encuentro (he de admitir que me hizo mucha ilusión la predisposición de Vicente Luis Mora y agradezco mil), sino de la calidad de Vicente Luis Mora para conducir la sesión del coloquio. Me dejó atónita la cantidad de significaciones que se comentaron de la obra. Me dio mucho gusto escuchar los comentarios de todos los participantes; tan diversos en sus lecturas y, a la vez, tan certeros y relevantes. Escuchándolos ampliaron mi óptica de investigación, a veces, tan encerrada en algunos aspectos que se olvida de mirar con la lupa necesaria para sobresaltar los matices, los pequeños detalles que marcan y guían una senda de análisis que se nutre de perspectivas, de aristas que se contradicen y se complementan. En definitiva, se trata de observaciones que iluminan partes del texto que en la lectura propia quedan en la sombra o pasan desapercibidos. Ahí reside la riqueza de la lectura y ahí reside la riqueza de compartir esa lectura con un grupo tan sensible como el que comentó ayer Las hogueras.
La sesión desarrolló prácticamente los puntos esenciales de la novela. Vicente Luis Mora hizo una introducción magistral tanto de la autora como de la obra. Además, añadió material fotográfico de apoyo que fue fundamental para la contextualización de la época en la que transcurre la trama. Me cautivó su análisis de la novela. Con él, Las hogueras adquiere cuerpo, relevancia, las llamas crecen. La capacidad de este profesor y escritor para extraer de su lectura tal profusión de detalles y aspectos a tener en cuenta es abrumadora. Me quedé maravillada, embelesada escuchando. Cinceló con sumo cuidado y respeto la psicología de los protagonistas Archibald, Sibila y Asunción Molino, junto a Daniel el Monegro, pero también hubo espacio para los personajes secundarios que dan lecciones a los principales con su modo de vivir, de diseñar su existencia. La novela es un constante juego de paralelismos y contrapuestos. Bien lo dice una participante al principio de la sesión.
Las hogueras arrasa al lector con su fuego porque la calidad narrativa de la autora es tal que es capaz de poner delante una serie de cuestiones existenciales como, por ejemplo, qué es lo que busca el ser humano en última instancia; por qué se siente tan solo, aun acompañado de la sociedad; qué es lo que nos impide comunicarnos de manera profunda y auténtica con el otro; a qué se tiene miedo; por qué nos aislamos en nosotros mismos y quedamos a la intemperie como los restos del naufragio que quedan varados en la bahía de las algas de Son Bauló. Vicente Luis Mora cierra la sesión con esta tremenda reflexión e imagen de la novela. Y a mí no me queda más que compartirla con todo aquel que le apetezca quemarse un poquito con las hogueras que ya crecen y crecen… Me doy cuenta de que encuentros como el de ayer son la mecha del movimiento alosiano. Gracias, Vicente Luis por ser el portador de una antorcha tan potente y dignificar así el legado de Concha Alós. Muy feliz de que nuestra autora llegue cada vez a más personas y que todas ellas la lean con sincera admiración y comprendiendo el fin último de su mensaje. Creo que Concha Alós estará orgullosa allá donde esté.