Echando una mano a Juan Manuel de Prada

Las alosianas nos hemos quedado con los dientes apretados cuando a nuestras manos ha llegado el ejemplar Raros como yo (Espasa, 2023) de Juan Manuel de Prada. El volumen aspira a ser una antología de escritores y escritoras que, a juicio del autor, han sido considerados como «raros» o «malditos» a lo largo de la historia. Concha Alós se encuentra entre la abultada nómina de autores rescatados −cuarenta y cuatro en total−. No hay que desmerecer el trabajo recopilatorio que realiza Juan Manuel de Prada para corregir el «injusto olvido» al que muchos de estas rara avis han sucumbido con el paso del tiempo. El libro guarda una especial mención al escritor y sacerdote argentino Leonardo Castellani, muy admirado por Juan Manuel de Prada. Asimismo, dedica la última parte a las «Rosas de Cataluña», como él bautiza al ramillete compuesto por nueve poetas catalanas: Carme Guasach, María Luz Morales, María Teresa Vernet, Elvira Augusta Lewi, Rosa María Aquimbau, Irene Polo, Llucieta Canyà, Anna Murià y, quizá, la que más «fama» disfrutó de ellas, Elizabeth Mulder.

Concha Alós se ubica entre la «Gavilla de malditos» compartiendo cartel con su tocaya Concha Espina, Diego San José, Juan Antonio de Zunzunegui, Víctor de la Serna o Margarita de Pedroso, por hacer una somera mención entre los más de treinta que componen «la gavilla». Las aproximaciones a cada uno de estos autores son escuetas, apenas tres páginas que recorren los hitos más principales de sus biografías. No seré yo quien ponga en duda la capacidad y/o rigor investigador de este prolífico escritor firmante del volumen. Pero, déjeme decirle señor Juan Manuel de Prada −contando con el respaldo de mis alosianas detrás−, que con Concha Alós no ha sido usted muy preciso con su breve retrato.

Las referencias a la vida personal de la escritora continúan reproduciendo los mismos errores manidos ya hace tiempo desmentidos. Por ejemplo, su año de nacimiento que continúa situando en 1926. A partir de este dato, todo lo demás cae en cadena como un efecto dominó. Por consiguiente, Concha Alós no se casó con Eliseo Feijóo a los diecisiete años y tampoco tenía once más que Baltasar Porcel. Quien sea seguidor de este blog sabrá que la fecha de nacimiento de Concha Alós no está libre de controversia porque existe disparidad a la hora de situar el año según la referencia bibliográfica que se consulte. Recordemos la monografía de Fermín Rodríguez que ponía el dato en 1928. Sin embargo, una simple búsqueda en Dialnet −por mencionar una base de datos de fácil manejo y acceso a la mayoría− nos devuelve un significativo listado de referencias sobre estudios dedicados a la figura de Concha Alós en los que destacan los de mis alosianas Amparo Ayora del Olmo, Verónica Bernardini y Noémie François que, le puedo asegurar, aparece corregida la fecha 1922, según su partida de nacimiento.

El epígrafe de Juan Manuel de Prada no se olvida de mencionar el «escándalo literario de primera magnitud que ocupó varios días titulares de prensa» que el XI Planeta suscitó con Los enanos. Es muy probable que, con tantos titulares, se le haya podido hacer un batiburrillo el desarrollo de los acontecimientos y sea más eficaz para el señor de Prada mezclar los ingredientes según le encajen mejor. Ya saben el dicho: que la realidad no me estropee un buen titular. Juan Manuel de Prada basa su información siguiendo la nota de prensa que publicó ABC el 20 de octubre de 1962 (p.59), días después de la celebración de la entrega de premios. Si, al menos, hubiera buscado una sola referencia más en hemeroteca −sólo una, por ejemplo, la del diario zamorano Imperio (17-X-1962, p. 8)− habría sabido que Tomás Salvador, «el villano de la película» que ya contamos en su momento en este blog, no denunció el asunto de los derechos de editorial al día siguiente, sino en la noche de la gala, entrando un poco a la gresca con José Manuel Lara. En Imperio se reproducen las palabras de Tomás Salvador donde acusa al editor de Planeta de haber organizado la polémica intencionadamente para beneficiarse de la publicidad.

De hecho, otra noticia de ABC (19-X-1962, pp. 45 y 46) asegura que Tomás Salvador estaba al tanto de que Concha Alós había presentado su novela al Planeta y que él mantenía su intención de no publicar la obra. Fue después de que el nombre de Concha Alós saliera del último sobre cuando se acordó de la famosa cláusula siete del acuerdo que había firmado previamente con la autora (La Vanguardia, 18-X-1962, p. 25) y que, precisamente él, había decidido romper verbalmente (Rodríguez, 1985: 18). Aunque, claro, ya se sabe que las palabras se las lleva el viento… No obstante, era solo rascar un poco más en la hemeroteca.

En el lógico batiburrillo de Juan Manuel de Prada −digo «lógico» porque no referencia nada y se limita a señalar el diario ABC sin fechas ni orden cronológico−, no solamente confunde la sucesión de los hechos, sino también las noticias mismas. Como no se encuentran especificaciones a las notas de prensa consultadas −tampoco hay al final del volumen un apartado de bibliografía donde se pueda buscar la referencia, primero de carrera de investigador−, se sobreentiende en el texto que las frases que entrecomilla pertenecen a la misma nota de prensa del 20 de octubre de 1962 (p. 59), pero no. Juan Manuel de Prada alude al titular «Concha Alós, una maestra de treinta años, ha sido galardonada con el premio Planeta de novela» que no se resiste a apostillar: «En realidad contaba con seis más». El titular responde a un artículo de ABC del 16 de octubre de 1962 (p. 61) y Concha Alós «en realidad» tenía una década más. Las fichas continúan golpeándose unas a otras.

Por otro lado, reproduce, con un poco de mala baba a mi parecer, las palabras de Concha Alós cuando admitía que el desaguisado del Planeta la catapultó a la fama. Juan Manuel de Prada sigue en su nota de prensa del 20 de octubre de 1962 de ABC y toma únicamente los fragmentos que le convienen para que encajen sus juicios de valor: «se defiende como una leona ante las maledicencias»; «apostillaba con cierta desfachatez». Perdóneme, señor de Prada, el tono de las entrevistas no fue ese: ni la defensiva de ningún ataque, ni descaro de ninguna clase. Obviamente, no es ingenua y sabe que el lío mediático le beneficia. Pero se limita a afirmar un hecho irrefutable. Si hubiera leído entrevistas posteriores como las de Miguel Fernández-Braso para Diario de Burgos (14-V-1965, p. 3) o, meses antes a esta, el 4 de febrero de 1965 para ABC en «La necesidad de leer» (p. 23) o, incluso, para la genuina sección de «Mano a mano» con Manuel del Arco (La Vanguardia, 16-X-1962, p. 23), se habría dado cuenta de que Concha Alós estaba tan sorprendida por el escándalo como agradecida, ya que su premio, a pesar de todo, le «ha abierto una puerta que estaba cerrada» (p. 23). Bien es cierto que Concha Alós no tuvo paciencia presentando su novela a varios premios literarios a la vez. Sin embargo, eso no quita que la jugada de Tomás Salvador fuera un tanto a contrapié. Siento estropearle el titular.

Más adelante, indica que «leída hoy Los enanos…», señor Juan Manuel de Prada, ¿está usted seguro de que ha leído la novela? Porque la protagonista, esa «muchacha desvaída y melancólica», se llama María. Eloísa es la dueña de la pensión destartalada. Vale que solo haya consultado dos notas de prensa de ABC para referirse al Planeta de 1962, que ni cita debidamente y confunde, pero tampoco le ha puesto mimo al redactar esta semblanza.

Después, alude a «unos orígenes confusos» de la escritora que siempre aparecen en sus obras a través de «asuntos familiares escabrosos». Bien la dosis de morbo. También le ha faltado delicadeza, señor Juan Manuel de Prada porque ha lanzado una piedra para, luego, esconder la mano. Pasa rápidamente por la trayectoria de su vida sentimental, de su etapa en Mallorca hasta detenerse en su nueva estancia en Barcelona junto a Baltasar Porcel y asegura que el mallorquín se consagra como escritor gracias a «los desvelos de [Concha] Alós, que se encarga de traducir al castellano sus obras». Esto es sí y no, señor Juan Manuel de Prada. Es cierto que Concha Alós tradujo obras al castellano de Baltasar Porcel, dos para ser exactos: Los argonautas y Los chuetas mallorquines. Pero no fue ésa la única razón por la que Baltasar Porcel se consagraría en las letras catalanas: él sabía moverse muy bien mucho antes de conocer a Concha Alós. No hacía falta más que leer la correspondencia entre Baltasar Porcel y Llorenç Villalonga que edita Rosa Cabré en Les passions ocultes (2011). Son ganas de hacer buenismo, me da la impresión.

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Por último, se permite afirmar que, después de Las hogueras con la que consiguió definitivamente su Planeta, ya no obtuvo ningún éxito «neto» literario. Si por «neto» se refiere usted a bombazo editorial, puede que tenga razón. No le voy a negar que las demás novelas que publicó posteriormente no fueron galardonadas en ningún certamen, pero El caballo rojo y La madama tuvieron su eco mediático y sus vitolas de ediciones. Juan Manuel de Prada realiza una breve aproximación de El caballo rojo y Los cien pájaros, olvidando La madama. Tiene razón cuando asegura que «sus últimas obras, durante la década de los ochenta, pierden el fuelle que caracterizó sus años de esplendor». Sin embargo, no puedo estar de acuerdo con su impresión sobre estas obras cuando afirma que se trata de novelas en las que «abundan vagabundeos oníricos». Déjeme decirle que, en realidad, representan la introspección al subconsciente femenino, al deseo de la mujer, normalmente coartado por la trampa del patriarcado. Siento de veras que usted las haya leído como delirios de una señora trasnochada.

No sé, señor Juan Manuel de Prada, me disgusta en sobremanera escribir estas líneas porque le puedo asegurar que yo fui a la biblioteca con la mayor de las ilusiones para leer su libro −me dio el aviso de su existencia el historiador Josep María Cuenca Flores que me ha ayudado mucho en unas cuestiones de mi investigación−. Esperaba con su libro poder dar cuenta de que la estela de Concha Alós no está tan «maldita», después de todo. Ni tan olvidada. No fue una «rara», ya que ella seguía la tónica de la época y escribió el mensaje que ella quiso dejarle al mundo, igual que hicieron Dolores Medio, Mercè Rodoreda, Elena Quiroga, la otra Elena Soriano, Carmen Gómez Ojea, Marta Portal…

Usted podrá contraargumentarme que para montar el epígrafe de Concha Alós debía ajustarse a unas limitaciones de espacio. Lo veo razonable. Pero no me negará usted que hay algunas precisiones que podría haber salvado con un poquito de ganas investigadoras y no reproduciendo lo que dice Wikipedia, con todos mis respetos a la página. Únicamente con un poquito de mimo, delicadeza… interés, en una palabra, habría conseguido usted un esbozo de Concha Alós mucho más ajustado a la realidad, sin recurrir a los detalles morbosos si luego no va a desarrollar o justificar por qué los saca de la chistera. Y todo ello en la misma extensión, sin añadir una palabra.

Déjeme contarle algo, señor Juan Manuel de Prada, por si todavía no está enterado. Efectivamente, Concha Alós murió en soledad arrasada por el alzhéimer y que a su entierro acudieron «un puñado de amigos» y que su cuerpo descansó en el cementerio de Montjuïc, pero no «frente al mar», como dice usted. Su sepultura quedó en lo alto de una de las colinas encaramada en un sexto piso, perdida. Siento estropearle la retórica. Sin embargo, desde noviembre de 2022, los restos mortales de Concha Alós fueron trasladados a Castellón de la Plana, la ciudad que la vio crecer. Gracias al esfuerzo inhumano de Amparo Ayora del Olmo, nuestra escritora descansa hoy como merece: reconocida al calor de un columbario escultórico diseñado por Juan Cabeza. Se le organizó un funeral de primer orden con música de cámara en directo y estuvo acompañada por las autoridades del Ayuntamiento, las alosianas abrazadas por la emoción y su familia que no pudo despedirse en su día. Puede darse una vuelta por este blog si le interesa conocer los detalles de aquel evento, sobre todo, si está usted pensado reeditar sus Raros como yo.

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