A la atención de Maruja Torres

Querida Maruja:

Disfruté muchísimo con la lectura de tu novela Un calor tan cercano (1998). Tu prosa tiene encanto, fuerza, pulcritud. Cautiva, en una palabra. Continuaré leyendo tu obra, me consta que es abultada. El motivo de mis líneas se aleja un tanto de tu labor como escritora y va más por el camino del periodismo. Ese del año catapún, de los comienzos. Aquellos al lado de Carmen Kurtz.

Hace tiempo intercambié algún correo electrónico con Fernando Valls, una de las pocas personas que vio a Concha Alós en un evento cultural antes de su desaparición de la vida pública y de su letargo a causa del Alzhéimer. Fue a principios de 1995, según indica el escritor en su entrada de blog La nave de los locos. Él me dijo que si deseaba saber más sobre Concha Alós debía ponerme en contacto contigo, que la conociste bien. Pero me ha sido imposible desde entonces.

Mi primera opción fue buscarte a través de redes sociales. Yo solo tengo Facebook, me he negado a seguir la ristra de la conectividad (aunque eso es otra historia). El caso es que vi que tenías Instagram y embarqué a mi amigo Ángel Madero para que te mandara mensajes a través de ese canal. Imagino que ahora entenderás quién era el desconocido que invadió tu intimidad. Él no era el acosador, sino yo. Esperamos meses una respuesta que no llegaba. Hasta que mi amigo me dijo que te estabas apartando de las redes. Aplaudo la decisión (aunque eso ahora mismo no importa mucho y menos mi opinión al respecto).

Mis investigaciones sobre Concha Alós siguen su curso. Mis pasos académicos me llevaron hasta la profesora Inmaculada Rodríguez Moranta. Su ponencia sobre la labor periodística de Carmen Kurtz encendió una bombilla en mí: Concha Alós y Carmen Kurtz compartieron espacio juntas. Creo firmemente que son narradoras gemelas. Inmaculada Rodríguez Moranta me puso en la pista de que Carmen Kurtz fue un bastión importante para tu entrada en el mundo del periodismo. La conexión entre las tres no puede ser más obvia. Imagino que ya comienzas a entender el motivo de mi persecución, de mi insistencia en contactar contigo, de mi necesidad de hablarte.

He escrito sin éxito a la editorial Planeta para que me den una referencia tuya. También escribí a Cadena Ser. Cualquier pista, me vale. Ya sé que con el tema de la protección de datos hoy día es complicado, pero les he dicho que sean ellos los que te pongan en contacto conmigo. Les he dado permiso para que te pasen mi correo electrónico. Sigo sin respuesta. Voy a la desesperada ya. Como último recurso, me quedan estas líneas suplicantes en una entrada de blog que finge ser una carta.

Por favor, querida Maruja escucha mi reclamo. Ojalá puedas leer esto algún día más pronto que tarde. Esta entrada de blog que finge ser una carta parece una plegaria al cielo de las comunicaciones, al mundo interconectado, a la casualidad de que te lleguen noticias de este humilde blog y de estas palabras ahogadas. No sé qué más hacer. Se me agotan las ideas. Si alguien ajeno a la conversación puede ayudarme, estaré encantada de saber.

Gracias de antemano a ese ser desconocido y desinteresado que pueda hacer de enlace. Gracias, Maruja por tu trabajo, tu empeño y tu literatura. No pierdo la esperanza, seguiré tocando puertas. En alguna tendrán que abrirme.

Te abraza sinceramente, Nieves Ruiz.

Maruja Torres en 2013. Foto Leila Méndez. Asociación de la Prensa de Madrid. Cuando Maruja Torres fue galardonada con el XXII premio Agustín Merello de la comunicación.

Vocear la condición femenina: Los enanos y Duermen bajo las aguas, según Marie Gourgues

A finales del pasado mes de abril, tuvo lugar un Coloquio Internacional en la Universidad de Alicante dedicado a aquellas voces femeninas de entre los siglos XIX y XXI que plasmaron sus ideas en el ámbito de prensa. Nuestra alosiana francesa, Noémie François, nos deslumbró con su intervención dedicada a la producción en prensa de Concha Alós, centrándose, sobre todo, en los artículos más reivindicativos en temas sociales y la condición subordinada de la mujer en pleno franquismo. Como ya dije en anteriores ocasiones, Concha Alós cuenta con más de ochenta colaboraciones de prensa distribuidas en diferentes cabeceras del contexto catalán. En aquel Voces de papel: mujeres y prensa (siglos XIX-XXI), tuve el placer de conocer −y escuchar− a grandes investigadoras de la península y de más allá de los Pirineos. Sin traspasar la cadena montañosa, me detengo en un par de ellas. En primer lugar, me gustaría hablar de Ana Isabel Ballesteros Dorado que nos deleitó sobre mujeres poetas que publicaron en La Estafeta Literaria. Concha Alós publicó varios cuentos en la revista cultural, por lo que me acerqué a ella y hablamos. Ese fue el momento en el que la profesora se comprometió a ayudarme con la búsqueda de todas las publicaciones de Concha Alós al completo. Gracias otra vez.

Después, escuché atentamente la ponencia de la investigadora Inmaculada Rodríguez Moranta que habló sobre la producción en prensa de Carmen Kurtz. Me quedé atónita. Porque, conforme escuchaba a la profesora leer fragmentos de distintos artículos que la escritora catalana publicó, me parecía estar ante textos de Concha Alós. La semejanza en el tono, el registro, la manera de redactar era tan obvia que creí estar ante dos escritoras gemelas, narrativamente hablando. Sabemos que Carmen Kurtz y Concha Alós se conocieron. De hecho, ambas escritoras compartieron cartel en el ciclo de conferencias organizadas por el Ateneo de Barcelona, La mujer en la novela.

El 30 de marzo de 1965, Concha Alós, Carmen Kurtz y Mercedes Salisachs impartieron sendas charlas para compartir con la audiencia sus experiencias como escritoras. Las conferencias llevaron por título: «La vida en mis libros»; «La razón de mi obra» y «La autora enjuicia su obra», respectivamente. Por desgracia, las referencias encontradas se quedan cortas para estimar el grado de amistad o posible vínculo, más allá de la literatura, de las tres escritoras o, más concretamente, entre Concha Alós y Carmen Kurtz. No es posible determinar qué tipo de influencia −si es que la hubo− se produjo entre ambas para desarrollar un estilo narrativo tan parejo.

Estas similitudes no han pasado desapercibidas para la investigadora de la Universidad de Lille, situada al norte de Francia, muy cerca de la frontera belga, Marie Gourgues. Su reciente estudio, publicado en 2023, así lo demuestra. El monográfico La mujer y el texto: nuevas propuestas críticas literarias, editado por Fernando Candón Ríos, Nuria Torres López y Leticia de la Paz de Dios, recoge el trabajo de la francesa que pone en paralelo las obras Duermen bajo las aguas (1955) y Los enanos (1962). En «Más allá del silencio: vocear la condición femenina en la (pos)guerra», Marie Gourgues analiza las novelas de las escritoras, donde sus protagonistas, cada una a su modo, tratan de «(re)conquistar» una voz sofocada por las dinámicas de la sociedad machista del franquismo y hacer valer su autonomía, su capacidad, su fortaleza y, en definitiva, su independencia como sujetos de pleno derecho.

Imagen perteneciente a la web de la Librería Dykinson

Las dos novelas fueron galardonadas con premios literarios. Ya sabemos la historia de Concha Alós y sus enanos. Carmen Kurtz consiguió el Ciudad de Barcelona siete años antes que la primera. Inmaculada Rodríguez Moranta dedica un capítulo sobre lo que significó para la carrera de Carmen Kurtz tal reconocimiento literario en el monográfico Cine, literatura y otras artes al servicio de las ideologías, coordinado por Teresa Fernández Ulloa, Francisco Javier de Santiago Guervós y Miguel Soler Gallo (2023).

Ambas autoras, como estudió Lucía Montejo Gurruchaga en Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra (2010), tuvieron sus más y sus menos con el aparato censor. Los problemas con la censura en aquellos años tampoco suponen una novedad o algo extraordinario para la producción literaria de la época. Sin embargo, lo destacable aquí es que tanto Concha Alós como Carmen Kurtz fueron penalizadas por su modo de escribir: directo y crudo. Y no sólo eso. Sus obras fueron mutiladas porque hablaban sin complejos de temas espinosos para el régimen como el aborto, el divorcio, la prostitución o la homosexualidad. Lucía Montejo Gurruchaga observa con mucho atino que uno de los motivos por el que Concha Alós y Carmen Kurtz fueron silenciadas una vez llegada la democracia −sólo revalorizadas desde la academia estadounidense en las décadas de los ochenta y noventa− precisamente fue por su modo de escribir, que desafiaba la manera delicada y florida en la que se suponía que debían escribir las mujeres. Fermín Rodríguez, en su monografía dedicada a Concha Alós, señala el paternalismo que regía en el mundo literario del momento:

La actitud social, intransigente y restrictiva hacia la mujer, incluye también la creación artística de ésta. El chauvinismo masculino opera también en el campo del arte femenino. El hombre, con su preconcebida idea de cómo deber escribir la mujer, se cree llamado a imponer al artista del sexo “débil” normas masculinas, dictar qué puede y qué no puede poner en su creación artística (1985: 12).

Marie Gourgues hace ver en su estudio cómo ambas escritoras lucharon contra estos estereotipos a través de su literatura. Las voces de las mujeres que fueron «sofocadas» durante la etapa más rancia de nuestro pasado reciente se materializan en las protagonistas de Concha Alós y Carmen Kurtz que alzan las suyas para contarle al mundo sus experiencias subordinadas y ninguneadas bajo la tutela de los hombres. La investigadora francesa refiere una condición femenina que se abre paso en cada injusticia todos los días de su vida, incansablemente. Así, Pilar de Duermen bajo las aguas −la significación del nombre no es casualidad− demuestra con su determinación a su padre y a su marido que se puede ser fuerte, eficaz y tener voluntad propia a pesar de ser mujer. Pilar está muy lejos de conformarse con el rol de mujer sumisa, obediente y abnegada. De manera similar, la voz de María, plasmada en su diario −única voz que se permite elevar−, se erige en Los enanos como un reclamo al deseo perdido, mutilado por la incidencia de los convencionalismos sociales:

La protagonista de Los enanos no sigue un proceso de recuperación de la palabra igual que el de Pilar, porque no trata de enfrentarse a unos hombres particulares, sino a una abstracción, es decir, el sistema de valores franquistas que busca controlar el cuerpo y las actuaciones de las mujeres. El pasado de María entra en juego también en el concepto que se hace del lenguaje, de manera extremadamente traumática (2023: 143)

En definitiva, el punto de Marie Gourgues no es equiparar una literatura con otra para establecer un paralelismo de su parecido estilístico, que en cierta manera existe como comprobé en el Coloquio Voces de papel, sino más bien, la investigadora trata de subrayar una misma valentía, un mismo instinto de rebeldía que las empujó a denunciar una condición femenina injusta, inhumana, imposible. Marie Gourgues concluye al final de su estudio que Concha Alós y Carmen Kurtz toman la palabra para mostrar a la sociedad machista que la mujer tiene más aristas, complejidades, deseos y voluntades que los férreos convencionalismos asienten. Las palabras de Pilar y María quedaron latentes, bajo las aguas, esperando «su turno para salir a flote» (en Gourgues, 2023: 148 y Kurtz, 1975: 7).

Bibliografía:

Más allá del silencio: vocear la condición femenina en la (pos)guerra en Los enanos de Concha Alós y Duermen bajo las aguas de Carmen Kurtz en Fernando Candón Ríos, Nuria Torres López, Leticia de la Paz de Dios (ed.), La mujer y el texto: nuevas propuestas críticas literarias, Madrid, Dykinson, 2023, p. 136-148.

2025, ¡hola!

Saludamos al 2025 cuando estamos a mitad de enero. El parón de las navidades y la vuelta a casa desde Hungría han tenido mucho que ver para la vuelta al blog a estas alturas de comienzo de año. Este 2025 se presenta muy interesante académicamente hablando, pues la tesis está llegando a su desenlace y espero poder hacer el depósito hacia el ecuador del año. A estas alturas el miedo escénico empieza a planear sobre mi cabeza como un ave rapaz dispuesta a asaltarme en cualquier momento. Y no sólo eso. Acuden las dudas: ¿Estaré haciéndolo bien? ¿Conseguiré el objetivo que me propuse? ¿Habré mimado como merece la literatura de Concha Alós? Luego, viene la más cruel y arrebatadora de todas las dudas: A fin de cuentas, ¿qué estoy haciendo? Pero eso es una cuestión de corte existencial, sombra de las anteriores reflexiones. A lo que respecta a la investigación, las preguntas iniciales son el mantra con el que me despierto cada día y, desde que ya tengo la mira puesta en la entrega del trabajo, esas preguntas también me acompañan a la hora de irme a dormir.

Como cada inicio de año, resulta común tener propósitos de año nuevo. En mi caso, mis voluntades de cambio se rigen por el no cambio. Es decir, mantenerme firme en mi misión de reivindicación de Concha Alós, esperando que la defensa de la tesis sea el culmen de dicha misión. Por supuesto, el término de la investigación doctoral no será sinónimo de abandono a la figura de Concha Alós, pues todavía queda trabajo por hacer. Me gustaría mucho poder realizar los otros proyectos que tengo en paralelo a la tesis, que, de momento, van muy despacio. Por otro lado, espero que mi esfuerzo sirva de inspiración para otros investigadores que, me consta, se acercan a la literatura alosiana para sus tesis doctorales. Desde aquí les abro las puertas a la comunicación, al contacto académico. Estaré encantada de intercambiar impresiones, conocer más a fondo sus planteamientos de investigación, ampliar la comunidad alosiana, en definitiva.

Si, por el causal investigador, estos investigadores se toparan con este blog, se me ocurre decirles que “tranquilos, es normal tener dudas”. Las conversaciones con otros compañeros y compañeras me han enseñado que tanto el miedo escénico de hacerlo mal, la preocupación de si estará andando por la senda correcta como, incluso, las dudas más personales y existenciales que se presentan son un proceso natural ligado a cualquier trabajo de larga duración y tesón como requiere la tesis doctoral. No obstante, no hay que confundir estas palabras de apoyo −que parecen sacadas de un manual de autoayuda con mucha purpurina− con la dura realidad siempre al acecho como el ave rapaz que sobrevuela en cada cabeza. Quiero decir que el ánimo es necesario mantenerlo firme en el timón porque el camino de la investigación es un profundo mar donde siempre hay olas considerables que surcar, ya vengan de marejadas o de mar de fondo. Es deber del grumete investigador manejar con diligencia la situación. Ya adelanto que no es fácil, de ahí el mar de dudas. Válgame el símil marítimo para ilustrar lo que quiero decir.

Las dudas pueden ser tan grandes o más como las propias olas a cabalgar. Te hacen replantearte muchas cosas de tu vida profesional y personal −y, creedme, que se acentúan cuanto más cerca se halla el momento de− hasta el punto de querer tirar por la borda todo el camino andado. Así de simple y así de duro. En mi caso, las dudas no me interpelan para que abandone el barco, pero me acarician la frente con la fabulosa idea de dejar a Concha Alós en su puerto del final de la tesis. La ocurrencia es tentadora porque una ya está cansada, porque una cree que no va a llegar a nada, porque las dudas te gritan desde el espejo que tu trabajo no está sirviendo para nada: ¿Qué estás haciendo? Por eso, porque no quiero sucumbir, porque, a pesar de mis dudas, creo firmemente en lo que hago, el propósito de año nuevo es mantenerme fiel a mis objetivos iniciales, entre los cuales, está la tarea de valorar con firmeza la escritura de Concha Alós. Ojalá 2025 sea el año de la culminación de un trabajo al que le he dedicado más de cinco años, pero también, deseo que 2025 sea el año de Concha Alós.

Foto extraída del blog Notario Javier Díez, sección Avenida de la Libertad en la entrada “Concha Alós. Contra el olvido” del 3 de febrero de 2022. El momento de la imagen corresponde a la ceremonia del Planeta en 1964.

Concha Alós llega a Tübingen

Vamos cerrando etapas. Se acaba el cuatrimestre académico. La estancia en Hungría va tocando su final y este blog se tomará la pausa navideña correspondiente hasta nuevo año. Sin embargo, antes de cerrar todas estas páginas de las respectivas etapas, me apetece compartir con vosotros un nuevo hito en el ámbito investigador que, sin ser especialmente relevante, sí aporta un granito más en esta campaña de reivindicación que estamos llevando a cabo la comunidad alosiana. Este evento en cuestión tuvo lugar en Alemania, concretamente, desde la Universidad de Tübingen, un pueblito cuquísimo cerca de Sttudgart.

Tengo el placer −y el honor, dicho sea de paso− de contar con una gran amiga y mejor investigadora que ahora realiza su proyecto posdoctoral en esta prestigiosa universidad. Ella tuvo la deferencia de contar conmigo para que asistiera a los seminarios dedicados a los investigadores que organiza el circuito académico alemán. Estos seminarios en formato de comunicaciones tienen una frecuencia semanal y, en cada sesión, interviene un investigador o investigadora para exponer el trabajo que está desarrollando en esos momentos. El formato, además de ser dinámico, se muestra sugerente, ya que permite poner en contacto a distintos investigadores que comparten sus conocimientos, generando, asimismo, un flujo conversacional que es realmente el momento más enriquecedor de la sesión. Ya tuve la oportunidad de participar en un coloquio similar hace años cuando estuve de estancia en Leipzig. En aquella ocasión también hablé de Concha Alós analizando su novela Os habla Electra, ya sabéis que es mi obra fetiche. Pero, para esta vez, hablé de un tema bien diferente.

Como ya he dicho en anteriores entradas, Concha Alós contó con una gran producción de artículos de prensa. Aquí pongo el enlace donde cuento estas cosas más extendidamente. Los artículos de prensa ya fueron analizados en las tesis doctorales de otras alosianas como la de Eunhee Seo que nos habló sobre sus publicaciones en Diario femenino. También Verónica Bernardini puso en conocimiento sobre los primeros artículos escritos por Concha Alós en su etapa de la isla mallorquina, así como de algunos de sus cuentos publicados en La Estafeta Literaria… Sin embargo, es Noémie François quien más detalladamente amplía este tema, analizando el grueso de las colaboraciones en prensa de la escritora. Por mi parte, recopilo todo lo dicho por mis colegas investigadoras y dedico mayor espacio ya no sólo a la producción de prensa en sí, sino también a la red de contactos de Concha Alós perteneciente al mundo del periodismo catalán. La verdad, es que he trazado una buena madeja de hilos, lo que demuestra la solidez y conexión de los intelectuales de aquel contexto de la década de los sesenta y setenta que se movían tanto en el ámbito de prensa como el literario.

Como podréis imaginar, mi participación en el seminario alemán tuvo que ver con estos derroteros de colaboraciones periodísticas, subrayando ese entramado de amistades como aspecto fundamental en el que Concha Alós se convirtió en una integrante más y le permitió estar activa en las diferentes cabeceras donde escribió largo y tendido durante dos décadas, se dice pronto. Así pues, el pasado martes 10 de diciembre, tuve el honor de participar de manera telemática como invitada en el seminario de la Universidad de Tübingen en el que hablé sobre estas cuitas periodísticas y presenté a Concha Alós a un grupo de colegas académicos que no conocían su obra. Quedaron maravillados ante la diversidad de temas que abordó la autora, siempre comprometida con las cuestiones sociales y culturales, luchando por romper estereotipos y reclamando derechos: para las mujeres, para los niños, para los animales. Concha Alós escribió más de ochenta colaboraciones de prensa con las que tocó asuntos de caldeada importancia dado el contexto sociocultural que le tocó vivir.

Después de mi intervención, como siempre, se generó una bonita e interesante ronda de preguntas con las que tuve la oportunidad de ampliar algunas cuestiones abordadas durante la charla. Les llamó la atención las reivindicaciones de ámbito feminista que Concha Alós expresó en la mayoría de sus publicaciones. Quisieron saber si esta red de contactos tuvo algún tipo de nexo con anteriores generaciones, pensando en el flujo fantástico que se creó a principios de la II República y la red femenina consolidada gracias a la fundación del Lyceum Club. Por desgracia, se trató de otro fenómeno epocal y los puentes entre ambos momentos quedaron difuminados, quizá, tímidamente en contacto ante la llegada paulatina de los exiliados. Una pena. También me preguntaron cómo había hecho para recopilar todos los artículos de prensa. Aquí me gustaría hacer un aparte y compartir ese proceso porque siempre es de ser buen agradecido contar los créditos.

Gracias a la pregunta, que por cierto tuvo el atino de hacer mi amiga, pude explicar y agradecer públicamente los antecedentes de los hallazgos de mi investigación doctoral. La primera noción de conocer la faceta periodística de Concha Alós vino a través de la tesis doctoral de Eunhee Seo que ella, muy amablemente, me pasó en PDF por el canal de investigadores ResearchGate. Después, me topé con publicaciones de Verónica Bernardini que, además de las menciones específicas en su tesis que poco a poco fui buscando en las hemerotecas digitales como la de Santanyí, por ejemplo, me puso sobre la pista de las investigaciones llevadas a cabo por Amparo Ayora del Olmo. Como ya conté en anteriores entradas, fui a conocerla coincidiendo en Berlín. A partir de ahí, surgió un hilo de colaboración que ha sido esencial para el desarrollo de mi investigación. Entre los múltiples documentos que me facilitó desinteresadamente, apareció un enlace, que ella buscó movida por el furor investigador, de la hemeroteca digital de La Vanguardia. La cabecera donde más colaboraciones publicó Concha Alós. Aquella búsqueda me permitió descargar el gran grueso de aquellos artículos. Ahora, desgraciadamente, ese enlace ya no sirve, pues La Vanguardia ha limitado el acceso a sus suscriptores hace relativamente poco tiempo. Así que, menos mal, que el hallazgo llegó en buen momento.

Tras esta primera ronda de búsquedas, amplié la lupa y buceé en la hemeroteca digital de ABC para encontrar reseñas o menciones sobre Concha Alós. Obtuve un gran volumen de material de esta manera. Ahora el acceso también está limitado a registro o suscripción. En cambio, la revista cultural Destino tiene disponible y digitalizado todo su fondo documental, accesible de forma gratuita. Una maravilla. Gracias a la gestión del Arxiu General de Catalunya. El enlace de PrensaHistórica cuenta con un fondo de diarios y revistas inmenso y me sirvió para conseguir algunos de los cuentos de Concha Alós ubicados en La Estafeta Literaria. Amparo Ayora del Olmo tenía en su haber, comprado −me parece− a través de la página Todocolección o similar, otro cuento de la autora publicado en esta revista cultural. Más tarde, en mayo de este año, conocí a la profesora Ana Isabel Ballesteros Dorado que ha investigado profundamente sobre La Estafeta Literaria y me buscó, de manera totalmente generosa, publicaciones de esta revista en las que aparecieran referencias de Concha Alós. Me pasó todo un listado completísimo de esas joyas.

La ruta de búsqueda continuó con las referencias, súper utilísimas, de la tesis doctoral de Noémie François. La profusa investigación de la colega francesa me permitió descubrir más títulos de La Vanguardia, la existencia de las publicaciones de la revista Zoo, otras desconocidas de la primera etapa mallorquina… Ante estos descubrimientos, salvo el caso de Zoo que conseguí esos artículos gracias a la hemeroteca digital de la revista, recurrí al servicio de préstamo interbibliotecario de mi Universidad. Este servicio cuenta con un personal magnífico que busca imposibles y ha tenido la suma paciencia de cubrir todas y cada una de mis solicitudes, además en tiempo récord de asistencia. No solamente me han ayudado en la búsqueda de artículos de Concha Alós, sino otros tantos que están apoyando el desarrollo de mi investigación.

Todo esto lo conté a los compañeros de Tübingen. La excusa de esta entrada sirve para reiterarlo porque nunca serán suficientes mis manifestaciones de gratitud. Los agradecimientos de la tesis recogerán estas palabras de manera más extensa y detallada porque todavía me dejo a gente colgada: perdón, amigo Mario Raez, tu hallazgo de Arbor me salvó la vida. Literalmente. También mi director de tesis me echa algún capote que otro. No resulta ninguna novedad admitir que las investigaciones doctorales cuentan con un fondo de ayuda imprescindible y vital para el desarrollo óptimo y garantía de buenos resultados. Sin embargo, en mi caso, tengo la fortuna de contar con un apoyo a mis espaldas de lujo. Si no hubiera sido por cada una de estas personas que he mencionado −y que repito hasta la saciedad−, mi investigación no estaría en el punto que se encuentra: tocando el momento del depósito −¡qué nervios!−. Si no fuera por ellas, destacando siempre a mis alosianas, yo no habría podido montar una comunicación con el rigor y la dedicación que merece la participación a un seminario de la envergadura de la Universidad de Tübingen. Así que, llegados a este punto, sólo puedo afirmar que Concha Alós llegó académicamente a un pueblito de Alemania, gracias a la invitación de mi amiga Adriana Rodríguez, la genia que pensó que la labor periodística de Concha Alós tenía cabida en este ciclo de seminarios. Pero Concha Alós y yo no participamos solas en este seminario, ya que muchas personas nos acompañan siempre. Felices fiestas y hasta el año que viene.

Concha Alós tras recibir su premio Planeta. Imagen de Castellón Plaza digital

Concha Alós en Budapest

Me he traído a Concha Alós a Budapest. No es posible saber a ciencia cierta si realmente ella visitó la ciudad. No se han encontrado referencias −cartas, postales o anotaciones en la agenda personal− sobre si estuvo alguna vez en la capital húngara. Tenemos en cambio, gracias a las pistas de Amparo Ayora del Olmo, una carta del 9 de septiembre de 1966 en la que cuenta a su hermana que estará en Bruselas dando conferencias hasta finales de mes. Lástima no disponer de una prueba tan rotunda como esta sobre una estancia en Budapest. Quien muy posiblemente pisó la tierra de los magiares fue su ex pareja Baltasar Porcel. No puedo determinar la fecha exacta de su viaje, si es que realmente lo hizo; aunque puedo intuir que así fue.

La sospecha viene incentivada a partir de la localización de un cuento de él publicado en el semanario catalán Destino el 28 de marzo de 1985, justo cuando la revista decidió volver a las andadas tras varios años de silencio en los quioscos. El cuento, «Las pasiones de un rumano» (pp. 95-98), narra las reflexiones de un intelectual rumano que se aburre en sobremanera charlando con una dama de postín, la señora Rákos, bien emperifollada con pieles y piedras preciosas, en la cafetería más emblemática de la ciudad de Pest en el corazón de la plaza Vörösmarty: el café Gerbaud, cercano «al silencioso Danubio», tal y como lo describe el narrador del cuento. Ese café, uno de los más antiguos de Europa −inaugurado en 1858−, pronto se convirtió en un lugar relevante y distinguido para las tertulias. El relato, independientemente de mi gusto personal que aquí me ahorraré, aprovecha las alusiones históricas sobre intrigas palaciegas de los tiempos de Beatriz de Aragón y sus nupcias con el rey Matías Corvino (s. XV) para transmitir la desidia del protagonista que vive apáticamente su estancia en Budapest. Describe, además, la atmósfera mortecina de la ciudad otoñal en los albores del invierno. Es decir, frío y largas tardes sumidas en la oscuridad del hemisferio norte. La recreación del ambiente budapetense resulta vívido, verosímil, real. Sólo si se ha estado en la ciudad se puede captar esa ambientación con ese nivel de nitidez, de ahí mi sospecha.

El caso es que leí este cuento justo en mitad de mi estancia en Budapest. La lectura, quizá sea por el apego que siento hacia nuestra escritora, me movió algo por dentro. Me dio por divagar y se me ocurrió la fatal ideal de que, seguramente, Baltasar Porcel viajara a Hungría después de abandonar a Concha Alós. Me dio mucha pena pensar, con lo enamorada que ella estaba, que hubiera perdido la oportunidad o el interés de conocer una ciudad tan bella y monumental como Budapest, llena de rincones secretos increíblemente acogedores. Concha Alós habría disfrutado muchísimo los paseos junto al Danubio que, aun callado, es majestuoso y encandila. También puede ponerse bravo y bajar crecido y abombado como un vientre, pero las nieves del invierno mitigan la amenaza. De haber visto Concha Alós Budapest, no me cabe duda, ella habría escrito un cuento mucho mejor que «Las pasiones de un rumano». Apuesto mi mano derecha a que su relato sería más humano y menos pedante.

Al margen de mi juicio personal −que no he podido evitar emitir la cuña publicitaria−, la lectura de ese cuento me condujo a tomarme más a pecho la reivindicación de su figura como escritora indispensable dentro de las letras españolas en la capital húngara. Entre las labores académicas que he de desempeñar aquí, doy clases a unas alumnas magníficas de la Universidad Eötvös Loránd (ELTE). Se trata de una asignatura planteada a modo de seminario donde trabajamos textos de autoras españolas pertenecientes al siglo XX. Justo ayer, tocó hablar de Concha Alós. Tenía claro que nuestra escritora iba a formar parte, sí o sí, del plan de estudios de la asignatura. Pero cuando leí el cuento de Baltasar Porcel, entendí que la clase dedicada a Concha Alós tenía que brillar más que ninguna otra. Y así lo intenté.

Foto propia. Budapest, 10 de septiembre de 2024. Imagen tomada desde el Bastión de los pescadores. Panorámica del Danubio: al fondo el Puente de las cadenas y más al fondo, el Parlamento.

El cuatrimestre está ya llegando a su final, en apenas dos sesiones más la asignatura habrá concluido y, con ella, el periplo por las escritoras españolas del XX. En este tiempo, si he conseguido algo como docente −me parece− ha sido motivar a las chicas a partir de la creación en manos de mujeres que, por cuestiones del guion patriarcal que todas y todos conocemos, han sido mayormente arrinconadas en la periferia del canon. Para la clase de ayer propuse la lectura de tres cuentos de Concha Alós recopilados en Rey de gatos. Narraciones antropófagas (1972): «El leproso»; «Sutter’s Gold» y «La coraza» que cierra la colección de relatos del libro. Con el primero, se sintieron intrigadas: «una lectura muy diferente a las otras», me dijo una alumna. El segundo levantó cejas de ambigüedad. Pero el tercero, el tercero las dejó boquiabiertas. Dimos más espacio a este último. Concha Alós plantea desde el elemento insólito, un tanto al modo kafkiano, un debate pertinente sobre los derroteros de la liberación sexual de la época: está bien trivializar el sexo, sí, divertirse con él, por supuesto, pero de qué manera y a qué precio, ¿están las dos partes implicadas al mismo nivel de comprensión y aceptación?

La protagonista de «La coraza» se cuestiona en un monólogo interior si realmente desea o no al hombre que tiene encima de ella besándola, apretándole los senos, penetrándola. Se pregunta en cada embestida por qué consintió aquel encuentro, por qué se dejó llevar por los consejos de su psicólogo cuando le dijo la tópica frase de «un clavo saca a otro clavo», aunque la autora utiliza otra expresión para decir lo mismo. Finalmente, la protagonista se transforma en un insecto, parecida a una mantis religiosa, le ha crecido una coraza que la protegerá en adelante de esas relaciones vacías, mecánicas, porque sí. Ella será en lo próximo quien utilice a sus amantes para su placer, cual objetos desechables, del mismo modo que lo estaban haciendo ellos. La denuncia es obvia: a eso se reduce, según los dogmas de la liberación sexual, la mercantilización de las relaciones, sin reflexión, sin debate, sin verdadera comunicación entre los interesados.

Quiero pensar que la lectura de «La coraza» haya calado hondo −porque el mensaje creo que es potente− a estas alumnas inteligentes y despiertas que me han tocado en suerte. Quiero pensar que la clase de ayer, aunque sea a pequeña escala, acercó a Concha Alós a un contexto universitario que de otra manera hubiera pasado desapercibida. Concha Alós, quizá nunca estuvo en Budapest. Estoy segura de que, si hubiera tenido oportunidad, le habría encantado pasearla colgada del brazo de su amado que, como en el cuento «La coraza», la abandonó por otra mujer más joven. Leyendo «Las pasiones de un rumano», se me ocurre que casi ha sido mejor no haber estado en Budapest al lado de un petulante intelectual. Creo que Budapest cerró su «cielo plomizo» asqueada, aburrida. Mi fantasía me hace pensar que Concha Alós habría venido en primavera cuando los árboles rebosan verde y las flores estallan en miles de colores con olores dulzones y pegajosos, la vitalidad que a ella le gustaba resaltar en su literatura. El cielo habría estado alto y azul con nubes graciosas pintadas en el rosa atardecer del Danubio. Concha Alós habría dibujado la ciudad con otros tonos, estoy completamente segura. Yo no tengo su gracia, ni su talento… por lo que ni me atrevo a hacer un intento al modo que ya hice con la entrada de «Yo, Germán». Me conformo con traer a Concha Alós conmigo y exponer su palabra allá donde voy. Humildemente, desde el ámbito académico, pongo mi granito de arena y dejo que a las alumnas les brillen los ojos con su escritura, porque Concha Alós tiene mucho que decir a la juventud y «La coraza» es un cuento robusto, ambarino como el abdomen de la protagonista mutante: la trivialización del sexo conduce al consumo de carne en busca de sangre fresca, pero no se disfruta, no es una experiencia auténtica. El placer no va de eso. Concha Alós lo sabe bien. Las alumnas así lo entendieron. Y Budapest, ayer, hizo a su cielo llorar.

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Imagen de la edición de Rey de gatos. Narraciones antropófagas (2019) de la mano de La Navaja Suiza.

Ignacio Martínez de Pisón está por Concha Alós

Hace tiempo que venía sospechando del emblemático escritor de Carreteras secundarias (1996). Desde su publicación en La Vanguardia (10-III-2023) «La posteridad, amigas mías» −donde habla sobre la riqueza cultural que implica reconsiderar y valorar a escritoras tan potentes como Luisa Carnés y nuestra Concha Alós−, observé un respeto especial de escritor a escritora de sincera evocación. Más tarde, escuchando el podcast de El País (6-IX-2024) en el que Ignacio Martínez de Pisón era entrevistado por Berna González Harbour con motivo de la promoción de su última creación Ropa de casa (2024), me di cuenta de que ese «respeto especial» se transformaba en admiración profunda. A partir del minuto quince del audio, Ignacio Martínez de Pisón menciona a Concha Alós como «una de las reinas de la literatura española de los años sesenta», reivindicando el injusto olvido en el que fue subsumida la figura de la autora, y como ella, «muchos otros», dice el escritor y como ella, muchas otras, añado yo.

Con la sospecha rondando cerca de la oreja como una moscarda en las siestas del verano, me doy cuenta de que tengo que salir de dudas y averiguar cuánto impacto ha podido producir la literatura de Concha Alós en Ignacio Martínez de Pisón. Así que, me decido a escribirle directamente, gracias al capote de mi querido director de tesis Juan Antonio Ríos Carratalá. Sinceramente, me podía la vergüenza de dirigirme a él porque únicamente había leído Carreteras secundarias (era lectura obligatoria de clase) y, para colmo, había ido a una de las presentaciones de su penúltima novela Castillos de fuego (2023) y tuve el cuajo de irme después sin un ejemplar con su firma. No le dije ni una palabra. Visto y no visto. En mi defensa diré que me acuciaba una fuerte migraña. La intensidad del dolor comenzaba a apretar algunas tuercas de mi parte derecha de las sienes. Sin embargo, en el fondo de mi corazón sabía que la migraña era una excusa barata y que estaba desaprovechando una oportunidad de oro para conocerle. Pero me fui. También puedo argumentar lo diminuta y estúpida que me sentí delante de Rosa Montero mientras me firmaba La loca de la casa (2003). Fue bastante antes de la presentación de Castillos de fuego, pero no pude evitar sentirme igual de ridícula, sin saber qué decir, ¿qué decirle a un gran escritor al que has admirado y que te ha inspirado para tus cuartillas inútiles del cajón? Recordando mi anécdota con Rosa Montero que ahora no viene muy a cuento, me fui. En realidad, nos fuimos: yo, mi dolor de cabeza y mi vergüenza.

El caso es que, superando todas mis cortapisas, me decido a escribirle. Le pregunto cuándo y cómo llegó Concha Alós a la vida de Ignacio Martínez de Pisón. Me responde que fue gracias a las reediciones de La Navaja Suiza −comenzaron a editar sus obras en 2019 con Rey de gatos. Narraciones antropófagas, luego siguieron Los enanos, El caballo rojo…−. Me cuenta, además, que él intercedió para que Las hogueras volvieran a ver la luz en su sesenta aniversario. Me maravillo. Le cuento otros proyectos que estamos llevando a cabo. Me felicita. La conversación vía correo electrónico fluye con una normalidad aplastante que a mí me hace abofetearme mentalmente por mi injustificado aplomo del pasado. Finalmente, me confirma que considera a Concha Alós una gran escritora del realismo social. La novela Las hogueras le impacta por su tremenda actualidad, a pesar de soplar sesenta velas ya. Los enanos, El caballo rojo… son ficciones que han calado en Ignacio Martínez de Pisón por su rotunda calidad de testimonio. Literalmente, son obras imprescindibles de nuestro legado cultural. Por eso, es esencial que no olvidemos a estas figuras que, con su osadía en la pluma, escribieron negro sobre blanco las calamidades de una época particularmente gris.

Ignacio Martínez de Pisón está determinado a colaborar activamente en esta labor de rescate de la escritora. Me comenta que está preparando otro artículo para La Vanguardia, ha salido hoy mismo (14-XI-2024), «Escritoras de armas tomar». Se compromete a facilitarme el texto −no tengo suscripción a la cabecera, ya me pesa− y, fiel a su promesa, esta mañana a primera hora tengo la captura de pantalla en mi bandeja de entrada. Gracias, querido Ignacio. A mí se me hace corto el artículo. Es un texto bello en el que enlaza sabiamente las agallas de Emilia Pardo Bazán, que luchó a capa y espada contra los convencionalismos de su época, con la valentía de Concha Alós que también luchó a su manera con los preceptos sociales del más rancio franquismo. Emilia Pardo Bazán fue caricaturizada como una «marimacho» por su talento literario más propio, naturalmente, del varón. Concha Alós, nacida un año después de la muerte de su colega decimonónica −según hila sabiamente Ignacio Martínez de Pisón−, fue criticada por su tono soez y directo, por retratar la miseria de una manera cruda, en definitiva, por no escribir con un estilo al esperado a las buenas señoritas. Tiene mucha razón Ignacio Martínez de Pisón cuando asegura que ambas escritoras fueron «escritoras de armas tomar». Pero ocurre otra cosa importante en su artículo, algo que imagino totalmente deliberado por su parte: sitúa en paralelo a Concha Alós y a Emilia Pardo Bazán. Esto es sinónimo de elevar la figura de la primera a la altura del reconocimiento de la segunda. A mi parecer, la equiparación de una con la otra es síntoma de una búsqueda de dignificación de la literatura de Concha Alós, de ponerla en el pedestal de nuestra historia literaria, de situarla en lo alto del canon cultural español. No es casual que también mencione a las tres grandes que han sobrevivido a este canon, tan deseable como discriminante: Carmen Laforet, Ana María Matute y Carmen Martín Gaite.    

Ignacio Martínez de Pisón se lamenta al final del artículo y desvela la terrible verdad que ya comentó en anteriores ocasiones: igual que Concha Alós, puede haber (de hecho, las hay) más escritoras «(y escritores)», como bien puntualiza, que hayan sido sepultados en el olvido. Esta afirmación viene a remarcar la importancia de no perder el timón y siempre estar dispuesto o dispuesta a buscar más allá de las figuras canónicas que llegan a nosotros de manera abierta. Quién sabe cuántas sorpresas y tesoros estaremos dejando pasar… La buena noticia, dice Ignacio Martínez de Pisón, es que, en lo que respecta a Concha Alós, «su lanzamiento es imparable». Así lo queremos pensar las alosianas, aunque hay que seguir trabajando para que este furor renovado con Las hogueras, no caiga en una moda pasajera. No hay duda de que Ignacio Martínez de Pisón está de nuestro lado y su admiración por la escritora, no sólo la dignifica, sino también la envuelve de una legitimidad que bloquea cualquier atisbo de caída del lugar relevante en el mundo de las letras que le corresponde a Concha Alós. Estar por Concha Alós es quererla, es admirarla y es respetarla. Estar por Concha Alós es reivindicar su figura, elevarla al sitio del que nunca debería haberse ido. Y todo esto, amigos míos, lo hace concienzudamente Ignacio Martínez de Pisón. Gracias.

Ignacio Martínez de Pisón en 2020. Foto de ABC (24-IX-2020). Entrevista.

Remitente: Pere Montaner. Alhama de Aragón, 50230

La investigación tiene sus puntos de ironía o, quizá, ingenuos por parte del investigador. Investigadora en este caso. A veces, las búsquedas de referencias conducen a verdaderos puntos de luz −hallazgos que te resuelven una buena parte del enigma− y, otras, te dejan en la más flagrante oscuridad porque la pista se perdió, fue pasto de las llamas o de alguna inundación diluviana o el perro se la comió. Pero de las referencias ficticias todavía no había sido víctima… hasta ahora.

Mi afán recopilador de cada referencia −aun con aroma a merchandising− que lleve el nombre de Concha Alós me empuja arrimarme a cualquier árbol como mosquito a la lámpara de luz ultravioleta. La analogía está bien traída porque, a veces, efectivamente, puedes salir escaldado. En esta ocasión no hubo chispazo abrasador, pero sí unas risas. Al menos, las mías hacia mí misma por impulsiva. Digo impulsiva porque si me hubiera detenido a tiempo a inspeccionar la web de mi hallazgo, quizá me hubiera dado cuenta de que se trataba de un espacio narrativo y no de un lugar al puro estilo periodístico con aspiraciones a contar hechos reales o con ciertas ínfulas académicas divulgativas como fue mi primer pensamiento. Me estoy adelantando. Voy a empezar por el principio.

Un caluroso 23 de agosto de este verano recién concluido, rastreo por internet las posibles nuevas referencias sobre Concha Alós −ya sean entradas de blog, notas de prensa, etc.−. Entonces, mis ojos se topan con La Charca Literaria, una revista digital. Leo la entrada dedicada a mi autora escrita magistralmente por Pere Montaner. El título es sugerente: «Concha Alós: del tremendismo al olvido». Yo, acostumbrada como estoy a este tipo de reseñas, leo casi aburrida y sin demasiada esperanza de encontrar nada fuera del tiesto de la información habitual en estos casos. Hasta que en el cuarto párrafo aparece:

Movido por la lectura de Rey de gatos, echo mano del baúl de los recuerdos y caigo en la cuenta de que mi padre ya leía y comentaba las novelas de esta escritora, a la que conoció fugazmente en un balneario de Alhama de Aragón, a mediados de los setenta. Por lo visto allí solía recalar Concha cuando necesitaba olvidarse de su turbulenta relación con Baltasar Porcel.

What? O sea. What? ¿Concha Alós en Alhama de Aragón? ¿Desde cuándo iba a refugiarse allí? ¿Cómo había sido posible que semejante dato me hubiera pasado desapercibido hasta ahora? Me he entrevistado con la hermana de Concha Alós, con sus sobrinos… Amparo Ayora del Olmo ha rastreado la vida de Concha Alós desde sus cimientos en Castellón de la Plana… Mi cabeza daba vueltas con este nuevo descubrimiento. Era imposible, ¿qué se le había perdido a Concha Alós en Alhama de Aragón cuando a ella le gustaba veranear en Calafell? Luego, después del primer arrebato, pienso más calmadamente que cómo podía ser tan maniquea o abstrusa y no ser capaz de pensar que Concha Alós, independientemente de dónde veranease, durante el resto del año podía ir a donde le diera la real gana y si le apetecía remojarse los pinreles en reparadoras aguas termales pues por qué no. Entonces, continué leyendo:

Al hojear Las hogueras descubro en su interior algunas notas caligráficas de mi padre y una carta firmada por Concha Alós dirigida a él. Por lo visto compartieron en Alhama de Aragón una tarde de charla y el interés por intercambiar vivencias y lecturas. Mi padre debió enseñarle alguno de sus cuentos, que enviaba, sin fortuna, a concursos literarios. Y ella juzgó que los personajes y temas que abordaba —de un realismo humorístico, en la línea de Azcona o de La Codorniz— sobraban en un mundo donde los escritores apostaban ya por el realismo mágico y la experimentación literaria. Era la moda. A juicio de Concha Alós —tal como puede leerse en esa carta—, convenía ir abandonando la descomposición moral de la posguerra y narrar otras historias, otros temas. Los cuentos de mi padre, por el contrario, continuaban dando protagonismo a los enanos, esos personajes pequeñitos y ridículos que salen en las películas de Berlanga y el neorrealismo italiano. Y esa era una vía agotada, según la Concha Alós de entonces.

Aquí, explota mi cabeza. O sea: tengo claro que mi objetivo es contactar con el autor de esta entrada, preguntarle por esa carta, preguntarle por ese padre, preguntarle por ese momento del balneario, pedirle que me deje ver la carta, aunque no la incorpore a la tesis. Me da igual. Soy adicta a Concha Alós, cualquier cosa de ella, tanto si es de sus escritos como de su vida privada, me produce éxtasis. Lo quiero saber todo, todo. Así que, me puse manos a la obra. Busqué a Pere Montaner por internet sin demasiada suerte. Sin embargo, una mini pista me dice dónde puedo encontrarle. Escribo a la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña. Es verano. Spoiler: mi correo se pierde en spam. O algo similar porque el tiempo pasó y no obtuve respuesta. Pero como tengo una virtud muy edificante: soy más pesada que una vaca en brazos o que un collar de melones −según aseguraba mi seño de primaria, Dori−, vuelvo a escribirles a finales de septiembre. Esta vez con mejores resultados.

La Asociación tiene la gentileza de reenviar mi correo suplicante a Pere Montaner. Y ¡sorpresa! Me responde enseguida. Salen lágrimas de mis ojos cuando leo su nombre en la bandeja de entrada. «Voy a leer esa carta», me digo emocionada. Pero rápidamente pincha mi burbuja: La Charca Literaria es precisamente eso: una revista literaria donde sus numerosos colaboradores escriben literatura, es decir, ficción. Por tanto, esa carta nunca se escribió. El papá de Pere Montaner nunca conoció a Concha Alós, aunque sí es cierto que la leía, y tampoco hay manera de saber si Concha Alós se refugió alguna vez en ese idílico pueblo de la comarca de Calatayud. Si en medio de mi furor investigador cuando leí las palabras de Pere me hubiera detenido, tan sólo un instante, a indagar un poco −un poquito, tampoco hacía falta meterse en las tripas de una catacumba− sobre el ánimo literario de la revista, me hubiera ahorrado semejante chasco. Me pudo la embriaguez.

No obstante, he de romper una lanza por mí porque, a pesar de mi fracasado hito, la historia acaba con final feliz. Pues, nuestro contacto −dentro de la anécdota que delata mis pasos de investigadora novata (o arrebatada)− ha abierto una puerta a una cordial amistad. Así que, no habrá carta con código postal de Alhama de Aragón, pero a cambio tengo el placer de contar con una conversación amiga. Me imagino a Pere Montaner leyendo mi correo: «Esta chica no se entera de nada»; «Mira que creerse que…»; «Pero ¿cómo no fijarse en…?» y luego respondiendo con toda la paciencia del mundo, aclarando mi entuerto. También me lo imagino sopesando la tentadora posibilidad de seguirme el juego: «Sí, se conocieron en la primavera de 1978. Ella escribía notas para su próxima novela en un cuaderno azul oscuro con los bordes gastados, mirando al horizonte muchas veces y sorbiendo lenta su zumito de naranja con un toque de ponche. Mi padre la reconoció por las fotos de la prensa y, realmente, la admiraba desde su novela Los enanos. Así que se acercó a ella y le pidió permiso para compartir asiento en la terraza de aquel alejado balneario, como el hotel de El resplandor». Pero lo pensó mejor. Se dijo: «si le miento en algo así, me pedirá la estúpida carta, lo único que quiere es leer mezquinamente ese trozo de intimidad». No. No podía mentirme. Era más sensato explicarme amablemente mi metedura de pata y, de paso, pedirme felizmente que «chapoteara» en La Charca. Gracias por la lección, querido Pere.

Ayer y hoy, siempre Concha Alós

La semana ha comenzado alosiana. Ayer, ElDiario.es publicaba un artículo dedicado a la escritora: «Concha Alós, la escritora que puso voz al deseo femenino en los años represores del franquismo». La periodista Cristina Ros realiza una lúcida y sensible reseña sobre Las hogueras, recordemos recién recuperada por Seix Barral. Digo que es lúcida porque ofrece una lectura muy detallada de la novela en la que retrata acertadamente cada uno de los personajes que habitan en la obra. Y digo sensible porque no se limita a perfilar protagonistas o describir situaciones, sino que, además, da en el clavo al observar el verdadero tema de fondo de Las hogueras: la soledad radical en la que viven sumidos los personajes (femeninos y masculinos), el ensimismamiento y los pocos recursos disponibles, socialmente hablando, para desarrollar interrelaciones de una manera auténtica. Esto es: respetando la vida misma, lejos de los convencionalismos sociales, tan nocivos, tan destructores del individuo. Las hogueras lo demuestran. Concha Alós nos lo hace ver en cada una de sus obras.

La semana continúa alosiana. Hoy, el diario Las Provincias amanece con otro artículo dedicado a Concha Alós. Esta vez de la mano de Carmen Velasco, jefa de sección del área de Cultura. Tuve el placer de entablar una conversación telefónica con ella muy amena y muy llena de Concha Alós. Fue delicioso poder transmitir el valor literario de nuestra autora de cabecera y sentir que al otro lado del hilo telefónico había verdadero interés por la escritora y su obra. El reportaje de Carmen Velasco es impecable y delicado, muy respetuoso con Concha Alós y mi testimonio. No puedo más que darle las gracias. Carmen Velasco contactó conmigo gracias a este blog que, poco a poco, va haciéndose un hueco entre el panorama alosiano −la periodista lo tilda de «auténtica Biblia», yo no diría tanto, pero se agradece el cumplido porque me da fuerzas para continuar con la labor de divulgación−. Pues bien, aprovecho el tirón del blog para agradecerle públicamente su interés y su mimo por Concha Alós. Además de su rápida escritura. Abruma su eficiencia periodística.

Imagen cedida por Carmen Velasco. Se trata de su artículo en Las Provincias ya que la versión online no puede leerse completa si no se dispone de suscripción al diario valenciano. Gracias por la gentileza, Carmen.

Ayer y hoy, nuestra Concha Alós sigue en la cresta de la ola. No sé si conseguiremos entre toda la comunidad alosiana que la escritora sea incluida en el canon literario de primera fila junto a Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite o Ana María Matute… pero creo que los esfuerzos están, al menos, forzando a «ensanchar el canon», como bien señala Carmen Velasco. Sea como fuere, Concha Alós tiene mucho que decir en nuestros días y su literatura se alza como atemporal porque su escritura apunta a los problemas universales del individuo, como bien sostiene Cristina Ros. La literatura de Concha Alós habla al hombre y a la mujer suavemente en el oído, quiere hacerles despertar, desea una humanidad libre de prejuicios y encorsetamientos. Eso es lo que más admiro de su escritura y lo que me motiva para leer a Concha Alós, siempre.  

Yo, Germán

La tesis doctoral sigue su curso. Concha Alós es traída de vuelta al panorama cultural. El camino investigador parece que va dando resultados. Aun así, encuentras misterios, pistas que derivan en puntos ciegos, fragmentos de la historia personal y profesional de una escritora que dejan con la miel en los labios porque no podrá saciarse nunca. Estoy hablando de datos encontrados como aquella supuesta obra de teatro que escribió en 1967. Hoy, mirando por mi ventana que da a un jardín mojado y telarañoso, me viene a la cabeza otra de esas pistas que no hacen más que inyectar el gusanillo de la curiosidad.

Como sabéis, la ruptura sentimental de Concha Alós con Baltasar Porcel fue un duro golpe para la escritora. Pero mantuvo el tipo y, aun separados y él preparando sus nupcias con otra mujer, quiso mantener cierta relación cordial con el antiguo compañero. Una suerte de prórroga amistosa para no tirar al traste de manera brusca y violenta diez años de relación y convivencia común. Sergio Vila-Sanjuán recopila en su ensayo biográfico sobre el escritor de Andratx (2021) −citado en este blog en varias ocasiones− parte del epistolario entre ambos ex compañeros en el que se intuyen intercambios amistosos y comentarios sobre sus respectivos trabajos. 

Entre ese juego de impresiones y consejos creativos, Concha Alós escribe en una de sus cartas, con fecha del 26 de junio de 1971, que ella está trabajando en su nuevo libro de cuentos (Rey de gatos. Narraciones antropófagas, 1972) y que lo tiene «casi listo». Añade: «Pero ya sabes que yo soy muy lenta. Ahora tengo en la cabeza un cuento nuevo». Concha Alós escribe el comienzo de ese nuevo cuento a su antiguo compañero: «A Germán se lo comieron las hormigas. No dejaron de él más que las uñas de los pies» (cit. en Vila-Sanjuán, 2021: 286). No hay más noticias de ese cuento. No aparece en Rey de gatos, no está publicado en ninguna de las cabeceras en las que ella solía colaborar como Destino o La Estafeta Literaria…, al parecer tampoco está entre sus archivos personales. ¿Qué fue de ese cuento? ¿Lo llegó a terminar? ¿Tiró las cuartillas de notas, de mecanografiado? ¿Se perdieron una vez que ella dejó su piso de Martínez de la Rosa en pleno corazón de barrio de Gràcia?

Ante la imposibilidad de recuperar aquel cuento, se me ocurre la fantochada de escribir una versión alternativa. Como aquellos juegos de relatos en cadena que comienzan desde una frase inicial. No sé vosotros, pero yo tengo una curiosidad insana por saber qué le habría pasado al pobre Germán para que se lo comieran las hormigas de semajante modo. Visto así el planteamiento, el Germán de este ignoto cuento se parece mucho al personaje innombrado de «Rey de gatos» −cuento que da nombre al título de la obra− que acaba devorado por los mismos perros y lobos que él cría en su cabaña. Concha Alós dice  también en su carta que el cuento de Germán está ambientado en un espacio de playas y vivencias de «aquí». Ese “aquí” se refiere a Calafell, que por aquella época se refugiaba allí junto a Carlos Barral y su trope del capitán Argüello. Este “Rey de gatos” vive alejado de la civilización en una casa desvencijada pegada a la ribera del mar… Pero no hay manera fehaciente de saber si el tal de «Rey de gatos» en un principio se llamó Germán y finalmente cambió las hormigas por perros y lobos.

El 25 de enero de 1979, Concha Alós publicó un artículo-homenaje en Destino (p. 46) dedicado al escritor británico afincado en la isla de Mallorca, Robert Graves, autor de obras tan reconocidas como su novela histórica Yo, Claudio (1934) que luego fue llevada a televisión con gran éxito de audiencia. La escritora tituló su artículo «Yo, Graves» en honor a aquella obra que le otorgó reconocimiento y que significaría el inicio de una carrera brillante y erudita. Siguiendo un poco este juego de palabras, me tomo la licencia de recuperar la voz de Germán y contar una historia independiente de lo que pudo ser aquel cuento, ahora sería algo así como “la versión del director” ateniéndonos a terminología cinéfila. Perdónenme los lectores sensibles. No pretendo faltar al respeto a Concha Alós. Ni siquiera igualarla. Eso está lejos de mi imaginación. Precisamente porque la admiro sobre todas las cosas, tengo la imperiosa necesidad de acallar a mi gusanillo de la curiosidad aunque sea con una versión inventada que viene a hacer las veces de una mentira piadosa.

Y sin más demora, ahí va mi aportación a la causa perdida:

A Germán se lo comieron las hormigas. No dejaron de él más que las uñas de los pies. Germán era un tipo normalucho. De esos que no despiertan suspiros, pero tampoco pasan inadvertidos. Al menos para su vecina Marisa era un tipo interesante, atractivo. Le espiaba por la ventana del patio interior que daba a su cocina. Lo veía por las mañanas preparándose el café en calzoncillos y camiseta de tirantes y con una colilla en la boca con medio cañón de ceniza amenazadoramente inclinado hacia abajo. La vida anodina de Germán, realmente no suponía nada exótico, pero a los ojos de Marisa esa pinta de bohemio pasado de moda, o de escritor fracasado que tiene sobre su escritorio un montón de cuartillas con borrones, ceniceros atiborrados con colillas mal fumadas y vasos de licores a medio beber, le hacía mucha gracia con sólo imaginarlo y le daba un no sé qué a Germán que a Marisa le subía la libido.

Germán y Marisa nunca cruzaron una palabra más allá de la frase breve del ascensor. A Marisa le daba pena dejar su apartamento en verano para dar paso a los turistas que deseaban llagarse la piel en la playa. Marisa se preguntaba qué haría Germán durante esos veranos tórridos y pegajosos de la vera mediterránea. Germán, ajeno a todos los barruntos de su vecina del cuarto B, vivía ensimismado encolando maquetas para la diputación provincial. Efectivamente, por las mañanas se levantaba enciendo un cigarrillo e iba a la cocina con la cara sin lavar a poner la cafetera. Para él, el verano era sinónimo de más trabajo, más maquetas y más eventos de corbata y cintas rojas que partir por la mitad con unas tijeras que apenas cortaban. Germán no iba a esos eventos, bastante tenía con no dormir la noche anterior para terminar la maqueta dichosa del museo de turno que se pensaba construir.

Germán, tan atontado con el mecanicismo de su trabajo, no se dio cuenta un día de esos veranos tórridos y pegajosos en los que las fiestas de los turistas en el piso de arriba no le desvelaban, porque él seguía trabaja que te trabajarás, que un naciente hormiguero había invadido coquetamente el hall de la maqueta del complejo de apartamentos Vistazul, próxima construcción. La primera hormiga apareció campante por el jardín en miniatura de aquella monería de arquitecto de turno. Germán la aplastó con el dedo como si tal cosa y siguió con la cola de maquetar dale que dale. La segunda hormiga no se hizo esperar, ni la tercera, ni la cuarta… Al cabo de un rato, Germán ya mataba hormigas con obstinación de exterminio. Pero aquellas hormigas no parecían acabarse nunca, salían como ejército del hall del edificio principal de Vistazul.

Germán estaba desesperado. La invasión era completa. Ya estaban instaladas por el salón, en la cocina, se bebían los restos de la cafetera y retozaban en las colillas de los ceniceros. Las tenía por la cama. Se le subían por las piernas, los brazos… Las hormigas tuvieron todo el verano para devorar a Germán. Nadie escuchó los gritos de Germán porque la música machacona de los turistas del cuarto piso era insufrible. Si Marisa hubiera estado en casa, quizá habría visto las hormigas de la cocina o, al menos, se habría percatado de que hacía varios días que Germán ya no iba en calzoncillos a prepararse su café. Pero Marisa volvió a su apartamento en octubre cuando el verano ya no era ni tórrido ni pegajoso y el silencio volvía a reinar en el edificio. La maqueta del complejo de apartamentos Vistazul se quedó a medias de pegar sobre la mesa del salón. Los tipos de la inauguración tampoco la echaron de menos porque tenían a otro Germán que hacía el mismo trabajo (por si acaso). Sólo en octubre pensaron en la posibilidad de hacerle otro encargo. Una exposición de arte figurativo. Como Germán no contestaba al teléfono, ni al timbre, tuvieron la deferencia de subir al cuarto a tocar a la vecina para dejar el sobre con las instrucciones del nuevo proyecto. Marisa abrió la puerta muy amable y solícita, ajustándose la bata por el escote. Tomó el sobre muy extrañada de que aquellos tipos no lo hubieran dejado en el buzón sin más ceremonia. Sonrió y se despidió de aquellos hombres encorbatados. Cerró la puerta y se quedó plantada con el sobre en la mano, sopesando el contenido. Pensó emocionada que aquel sobre podría ser la excusa que necesitaba para hablar con Germán. Con el barullo de sus pensamientos, no se percató de que varias hormigas se habían colado en su piso, tan campantes por la entrada principal, y ya subían estratégicamente por las cortinas.

Foto de Colita

Seguimos de promo con Las hogueras

Hoy, 14 de septiembre de 2024, los titulares de prensa vienen cargaditos de nuestra Concha Alós y de su legado literario. La promo de Las hogueras (a falta de cuatro días para su nuevo lanzamiento) sigue que echa chispas. La Vanguardia abre su versión digital con un mimado artículo escrito por nuestra incansable y alosiana más veterana, Amparo Ayora del Olmo: “Concha Alós frente a los tabúes”. Aquí pongo el enlace para su lectura completa. El periodista Eduardo Bravo recoge en El Periódico de Aragón una reseña sobre el prólogo de Llucia Ramis que acompañará a Las hogueras 2024 bajo el sello de Seix Barral: “Concha Alós, la escritora que ganó dos premios Planeta y murió en el olvido por su vida fuera de la norma”. Aquí pongo también el acceso al texto. Además, este artículo da acceso a otro relacionado con fecha de ayer que contiene alguna imagen de archivo de El Diario de Baleares. Creo que ya es momento de ir dejando atrás el mantra “Concha Alós en el olvido”. Ahora está más presente que nunca. Creo que, entre todos, hemos conseguido corregir ese sintagma. Aunque eso no significa que debamos bajar la guardia y relajarnos en una tumbona.

Ambos artículos desde distintas perspectivas inciden en el único eje de fondo: la literatura de Concha Alós no sólo merece la pena y debe ostentar la primera línea de nuestro canon cultural, sino que, además, guarda en sus líneas un mensaje actual a pesar de haber sido escrito hace sesenta años. Quiero decir que las reflexiones que planteaba en su momento Concha Alós, leídas desde nuestra óptica de pensamiento actual, vienen que ni pintadas para continuar cuestionándonos ciertos comportamientos de nuestro genoma cultural.  

Leída hoy Concha Alós, en este caso concreto su obra ganadora del Planeta, nos pone un retrovisor hacia un pasado no tan pasado que todavía consigue que alguna de sus fauces sobreviva en pleno siglo XXI. Esto demuestra que ni la situación anterior era algo que ahora no nos concierne como tampoco que la situación actual viene de la nada… Recordemos el refrán “de aquellos polvos estos lodos”. Y lodo es lo que a Concha Alós le gustaba remover en sus novelas y artículos de prensa.

Por eso Las hogueras vuelven pisando fuerte o arrasando con su fuego. Las historias de Sibila y de Asunción Molino tienen todavía muchas cosas que aportar, mucha reflexión que suscitar: ¿Realmente somos tan diferentes de aquellas mujeres, es decir, de verdad hemos superado esos modelos de mujer en la actualidad? ¿Seguimos teniendo sus mismos miedos, deseos, exasperación? ¿Hemos superado de manera plena nuestros prejuicios hacia el extranjero, el pobre?   

Larga vida a Concha Alós, señoras y señores míos. Larga vida a su literatura. Brindemos, ahora que nos vestimos de gala para los avatares de la promo, para que su escritura, ojalá algún día deje de ser una realidad viscosa y húmeda, buena señal sería. Pero, por favor, que ese síntoma no se traduzca en un nuevo olvido, sino en una superación y que nunca nunca se deje de leer y caiga en el olvido de nuestros corazones.

Concha Alós, durante la entrega del Premio Planeta que ganó en 1964. / EFE. Fuente: El Periódico de Aragón.