El camino doctoral va concluyendo: la tesis ahora mismo está en manos de los evaluadores externos. Llegada a este punto, comienza la retrospectiva, el examen de conciencia. El viaje en el tiempo se detiene en el otoño de 2019. Paseo por la Gran Vía de Granada. Me acompaña mi amigo Ángel. Vamos charlando animadamente, bueno, corrijo, soy yo la que no deja de hablar y mi tono de voz se eleva por las cabezas de los viandantes que nos preceden. Voy entusiasmada porque quiero ir a una librería de viejo, buscando libros de Concha Alós. Estoy determinada a comenzar la tesis analizando su obra. Por aquel entonces, era una autora descatalogada de las estanterías. Entramos. Los libros están ordenados alfabéticamente según la inicial del primer apellido. Voy al estante de la A. Ahí está: Los enanos. Increíble. Pago. Mi amigo y yo salimos a tomar un café para terminar de echar la tarde. La sorpresa que me guardaba con Los enanos espera paciente en la bolsa.
Llego a casa contenta con mi nueva adquisición. Se la enseño a mi marido. Él arquea las cejas: mira, hay algo escrito aquí. ¡Cómo! Es un autógrafo de Concha Alós para una tal Lucía con fecha de mayo de 1975. La dedicatoria es cordial, pero llena de cariño, dice: «en esta Granada inolvidable». No es posible saber por qué Lucía se deshizo del libro o cómo fue a parar a una librería de libros usados. Hay historias que siempre se escapan de entre los dedos, solo queda la imaginación, la suposición. Sea como fuere, el azar quiso que aquellas palabras escritas con el puño y letra de Concha Alós llegaran a mí. Aquellas palabras fueron como un susurro en el oído de confirmación, de impulso. En el otoño de 2019, recién armaba mi proyecto investigador, o sea, que no tenía ni idea de lo que quería hacer exactamente. Las dudas me invadían, la orientación académica no era la esperada… El desánimo comenzaba a instalarse cómodamente en mi cabeza. Por eso, las palabras de Concha Alós, aunque no fueran para mí, las sentí como tal y me reafirmaron en mi proyecto. Fue el aliento que necesitaba, la señal del universo de los cuentos de Coelho. De alguna manera pensé que Concha Alós me estaba pidiendo que continuara. Así lo quise pensar y así me sirvió para respirar.

Enredada en mi investigación, olvidé el detalle fortuito de aquella dedicatoria que en su día colgué en mis redes sociales, emocionada como estaba con el hallazgo. No hace mucho, el recuerdo de aquella publicación de hace seis años reapareció. Sonreí ante la ingenuidad de aquella casualidad y volví a colgarlo. De nuevo, el azar hizo de las suyas y Amparo Ayora del Olmo me reveló un dato importante de aquel mayo de 1975. En comentarios del post, me facilita un recorte de prensa en el que se anuncia −con foto incluida− la participación de Concha Alós en la Feria del Libro de Granada el 17 de mayo de 1975, tres días antes de su clausura. No sabemos cómo llegó el libro a la librería de viejas reliquias editoriales. No sabemos quién fue aquella Lucía privilegiada que intercambió unas breves impresiones con la escritora −de la dedicatoria infiero que fue una charla amena con una Concha muy cercana y cálida con sus lectores−. Pero la aparición del dato de la fecha exacta de aquel encuentro, a estas alturas de camino investigador, vuelve a tener un efecto catalizador en mí. Parece que es Concha Alós quien sonríe, allá donde esté. Quiero pensar que la escritora está orgullosa de que haya llegado a este punto. La valoración de mi trabajo depende de los evaluadores externos, aun así, me gusta pensar que ella está satisfecha, ya no tanto por la discutible calidad del trabajo, sino por todo lo conseguido hasta el momento: su nombre vuelve a brillar y en las estanterías están sus obras. Es un pensamiento reparador, un consuelo que cierra una etapa.
Concha Alós estuvo en Granada el 17 de mayo de 1975 firmando libros. Seguramente, caminó por Gran Vía, por el Paseo de los Tristes. Me la imagino apoyada en el murete que protege al Darro, mirando al río. Ella era una gran observadora de la naturaleza. Me la imagino feliz, sonriente. Y soltando un garabato en la portada de una novela suya pensando que cobraría sentido para una joven doctoranda cuarenta y cuatro años después. Al menos, con este ánimo de reflexión le cuento a mi amigo Ángel, ahora que charlamos de nuevo por Gran Vía.
