Realismo de la fealdad

Constantino Bértolo dijo de Los enanos que la censura permitió que se publicara la novela porque fue leída como una historia en la que sólo habitan «gentes vulgares». Es decir, la censura minusvaloró la obra. El Lector 28 fue el encargado de redactar el informe de evaluación el 27 de octubre de 1962, diez más tarde del polémico premio Planeta. Destacan pasajes como:

Por la novela de Concha Alós […] desfilan la vida cotidiana, los afanes, las miserias y las virtudes de unos cuantos seres grises y vulgares; […] Estampas conocidas en el marco de la penuria económica o de la vida irregular que algunas veces ofrecen los realquileres o las pensiones modestas; cuadros inconexos y reales, a los que presta cierta unidad e interés el relato que […] va vertiendo la pupila María Robles Martorell, una desgraciada muchacha que se aparta de un amor imposible de legitimar y por el que hubo de dejar el calor y la comodidad de una familia honorable […] (AGA 5708/62).

El arrepentimiento de María −que abandona a su amado por ser hombre casado y no desear vivir en pecado, perdón el pareado− pudo dar la clave para «salvar» la novela de los tijeretazos de la censura. Recordemos que el franquismo enarboló un modelo de mujer −sumisa, abnegada y dependiente− muy sujeto a los preceptos católicos. Por tanto, no es extraño observar que bajo este halo de beatitud y sufrimiento de María yace la constricción de todo siervo de Dios. Quizá fue esta la lectura que vio el censor número 28 y no la que propone Constantino Bértolo: «como uno de los testimonios más contundentes de la vida bajo el franquismo. El poder literario de su mirada sobre la realidad pone en evidencia la cruel y dura dictadura, su poder intimidatorio silencioso e implícito, pero a la vez manifiesto y visible». Es decir, que el «desfile de seres grises y vulgares» guarda en su interior «algo concreto y al tiempo difuso», asegura Constantino Bértolo, porque pone bajo esos «cuadros inconexos y reales» todo el aplomo de la fealdad del franquismo.

El periodista, crítico literario, profesor universitario, editor y escritor señala en su aproximación a Los enanos que, a través de los pequeños detalles: la suciedad de la cocina, el comportamiento de los niños, la usura de la dueña de la pensión, el sonido de las llaves del sereno, los redobles de los desfiles militares, la mirada lasciva de Don Benito, el asco de Sabina…, se encuentra «la característica más profunda y germinal del franquismo: su fealdad. Su fealdad civil, moral, individual y colectiva».

Constantino Bértolo durante su entrevista con El Salto (2021). Foto de David F. Sabadell

Otros autores como Fernando Larraz comentan las arbitrariedades o contradicciones que manejaba la censura a la hora de autorizar una obra. Por ejemplo, El gran sapo de Lauro Olmo (1961) fue sometida a tachaduras importantes. Igualmente le ocurrió a José María Cid con El trueno (1962). Al contrario, novelas como Los ninguno de Eugenio Nácher o El techo de lona de Mariano Tudela pasaron intactas por la censura (ambas publicadas en 1959). Quizá tenga razón Fernando Larraz cuando observa que «para la censura no había temas sociales prohibidos, sino tratamientos imposibles» (2014: 254). Es decir, que a la censura poco le importaban los retratos de fealdad que pudieran representar las obras, más bien observaban con celo que la obra guardara el decoro ante alusiones directas a figuras del franquismo y se preservara la moralidad católica (Manuel L. Abellán, 1980).

Bien es cierto que el relato de María son reminiscencias dolorosas del recuerdo de una vida anterior, pero, sobre todo, son la penitencia: «el peso de la culpa, el aborto, la soledad como destierro, vacío y prisión» como dice Constantino Bértolo. No hay lugar para la nostalgia, solo el castigo por haber desviado la senda. ¿Y no será que Concha Alós nos advierte precisamente de eso, de las consecuencias de vivir siguiendo esa línea recta? El dolor de María no representa la moralina de un escarmiento, sino la advertencia sobre la constricción del amor libre.

Dice Constantino Bértolo que en la novela no queda sitio para «el estilismo, la paradoja, la ironía o la parodia; sólo cabe la suciedad, la fealdad, la tristeza, la amargura, la mierda física y mental sin la menor sombra de psicologías de clase media o vida interior». Tiene razón. Los enanos dibujan el «realismo de la fealdad». Pasó «el filtro de la censura» porque su discurso fue tamizado por la penitencia de una pobre mujer. Las «gentes vulgares» con sus vidas «grises y tristes» se consideraron inofensivas, «inconexas». Sin embargo, la realidad, la triste y fea realidad es que Los enanos son el resultado de la fealdad misma que vive «a ras de ratas y a pan duro».

Quiénes somos? 55 libros de la literatura española del siglo XX ...

Constantino Bértolo tenía razón, la censura pasó por alto la descarnada crítica al régimen. Quizá no la pasó por alto, simplemente la menospreció porque tenían atado y bien atados los privilegios de los suyos. Mi ingenuidad quiere pensar que el aparato censor no supo leer Los enanos con toda su carga ideológica. Mi cinismo me dice que no solamente les importó un pito esa lectura crítica, sino que también la dejaron pasar por el escándalo mediático que suscitó la polémica del Planeta, dando preferencia al mercado editorial. Mi sentido común me orienta a sopesar todas las alternativas y a dejar en suspenso algo que no se sabrá cierto nunca. Lo único tangible que nos queda es la fealdad de Los enanos que bien deseaba mostrarnos en contraposición el camino opuesto hacia la belleza o la autenticidad del ser.

 

ABELLÁN, Manuel L. (1980). Censura y creación literaria en España (1939-1976). Ediciones Península: Barcelona.

BÉRTOLO, Constantino. (2021). ¿Quiénes somos? 55 Libros de la Literatura española del siglo XX. Editorial Periférica: Cáceres.

LARRAZ, Fernando. (2014). Letricidio español. Censura y novela durante el franquismo. Ediciones Trea: Gijón.

La noche del Planeta

Cada 15 de octubre desde 1952, día de Santa Teresa y en honor a la esposa de José Manuel de Lara cuyo nombre coincide con la onomástica, la editorial Planeta brinda su cotizado (y codiciado) premio literario. La noche del señalado 15 de octubre de 1962, paseaba nerviosa por el hall del Hotel Ritz una misteriosa mujer vestida de negro con moño alto y gafas de pasta. Esa mujer se llamaba Concha Alós y había presentado un manuscrito que, contra todo pronóstico, iba pasando las fases de votación del jurado. Ese manuscrito llevaba por título El sol y las bestias y fue el vencedor de la noche.

Concha Alós recibe la noticia de su premio. Foto ABC y La Vanguardia.

Concha Alós sonreía radiante. Los focos de la prensa la apuntaban a ella. Su ansiado premio literario por el que tanto había luchado por fin se ha materializado. Ese premio significaba su consagración como escritora, la entrada en el parnaso de las letras españolas. Pero como en todos los cuentos, siempre aparece un villano para pifiarlo todo. El villano en cuestión era un señor sin atributos de malvado como cuernos, garras o colmillos, solo disponía de su poblado bigote. Esos pelillos se movieron contundentes cuando la boca portadora del sujeto profirió en mitad de la sala que esa novela estaba comprometida con la editorial a la que él prestaba fiel colaboración bajo el título Los enanos (Plaza & Janés). Ese señor de bigote espeso se llamaba Tomás Salvador y acusó a De Lara de entregar el premio a la novela para beneficiarse del escándalo. El señor De Lara se rio a carcajadas. Estaba tranquilo y se tomó el agravio con humor. Dijo que no quería problemas y la obra fue descalificada automáticamente en pro del finalista Ángel Vázquez con Se enciende y se apaga una luz. Lo curioso del asunto es que quien realmente se benefició del escándalo fue precisamente el señor Salvador quien publicitaba la flamante novela editada bajo su sello, aludiendo a la polémica del Planeta (véase la hemeroteca de La Vanguardia).

Hasta aquí creo que no he contado nada nuevo. Como diría una amiga: «No he descubierto el agua tibia», me gusta esa expresión. El caso es que, lógicamente, el asunto del Planeta marcó un antes y un después en la vida de Concha Alós, pero no solo para ella, también para Ángel Vázquez que a ambos les perseguiría en adelante como una segunda piel el estigma del Planeta fallido. En 1977 hubo otro escándalo en Planeta, una disputa entre Jorge Semprún y Manuel Barrio con una acusación de sobornos y favoritismos. Pero esa es otra historia. Lo importante de todo esto es que a Concha Alós el escándalo le allanó el camino literario para saltar a la palestra del reconocimiento. En otras palabras, la propaganda de la polémica la catapultó a la fama y al mundo literario de lleno.

Parece que no ando muy fina porque no salgo de las obviedades. Tomás Salvador y su bigote amenazaron bravucones en la ceremonia XI del Planeta con que irían a los tribunales si el señor De Lara se empeñaba en publicar la obra. De Lara impasible. Dijo algo así como: «No voy a permitir que nada de eso ocurra». En efecto, la sangre no llegó al río como dicen en mi pueblo. Rápidamente se llegó a un acuerdo entre las editoriales y la autora volvió a salir beneficiada, ya que cobraría la misma cantidad del Planeta solo que siendo premio literario de Selecciones de lengua española de Plaza & Janés.

Los días posteriores a la entrega del premio medios como ABC y La Vanguardia aludían a la noticia literaria del año. Cuando Tomás Salvador delató a Concha Alós, por supuesto, las miradas se centraron en ella pidiendo explicaciones. Ella fue tajante y se defendió argumentando que fueron ellos los primeros en incumplir el contrato. Hacía meses que esperaba ver su obra publicada tal y como le habían prometido los editores de Plaza & Janés, pero el tiempo pasaba y la novela continuaba en el cajón. Concha Alós le contó a Fermín Rodríguez que ella presentó la obra al concurso mensual de Selecciones de lengua española. Con la entrega firmó un recibo en el que se especificaba que la narración quedaba sujeta por un año al sello editorial. Sin embargo, a los tres meses Tomás Salvador le comunicó que no pensaba publicar la novela por considerarla «de tendencias socialistas». Le devolvió dos ejemplares de las tres copias que Concha Alós había entregado en un principio bajo el pretexto de que la tercera no la encontraba y que probara «suerte en otra editorial». Creo que el resto de la historia ya se puede figurar. De hecho, el propio Lara confesó en entrevistas concedidas tras el bombazo que Salvador le dijo personalmente antes de la ceremonia de los premios que no tenía ninguna intención de publicar la novela (ABC, 19-X-1962, p. 45).

Este cuento, aun con villano y todo, acaba bien. Tomás Salvador corrigió su mal ojo inicial y consiguió varias tiradas exitosas de Los enanos, José Manuel Lara no vio perjudicado el prestigio de su premio literario, más al contrario, y nuestra querida Concha Alós obtuvo lo que quiso: convertirse en escritora de ley y entrar en los circuitos culturales.

Concha Alós creía tanto en su trabajo que la llevó a luchar con todas las estrategias posibles a su alcance, es decir, no se rindió ante la negativa de Plaza & Janés y presentó su novela a más concursos literarios. Probó suerte en el Nadal que únicamente consiguió pasar la primera ronda de selección (ABC, 7-I-1962, p. 75-6), también tocó la puerta al Ciudad de Palma en el cual llegó a ser finalista… y no conforme, no paró hasta conseguir el campanazo de la noche mágica de Santa Teresa.

La perseverancia de Concha Alós es un hito a seguir. El éxito de Los enanos no mermó su empeño de trabajar duro. Pues dos años después cayó el Planeta, esta vez sin escándalos ni sorpresas, y en 1967 consiguió su premio de Guiones de Televisión Española. Y así hasta hoy que todavía gozamos de su escritura, de su sensibilidad y de su rabia con la pluma.

José Manuel Lara (c) y el escritor Sebastián Juan Arbó (d), premio Planeta 1949, con Concha Alós. Foto: EFE/CARLOS PÉREZ DE ROZAS en Castellón Plaza.

La reedición de La Navaja Suiza en 2021 fue seleccionada por La Sexta en su sección «Ahora qué leo».