Alicante está situada entre dos zonas lacustres: La Albufereta y El Saladar. Las albuferas y salinas están cuidadosamente reguladas por Alfonso X, quien regula la caza, la pesca o la extracción de la sal. Hacia el interior, van penetrando una serie de valles que cerraban el término municipal de Alicante. Junto al espacio cultivado, predomina una vegetación de tipo mediterráneo, de pinos y encinas.
Habría importantes transformaciones en el paisaje rural a lo largo de los siglos XIII y XIV, la revuelta mudéjar de 1265 y la campaña de Jaime I para recuperar el reino de Murcia, la conquista del reino murciano de Jaime II, las correrías de los granadinos o la guerra de los dos Pedros, trajeron los inevitables saqueos, destrozos, el abandono de la población mudéjar del campo y el retroceso de espacio cultivado. El hábitat rural experimentó cambios, muchas alquerías musulmanas desaparecieron, la población se concentró en villas y lugares que ofrecían mayor seguridad.
La documentación alfonsí presenta una gran importancia que se le da a la tierra frente a las otras actividades como la pesca o la artesanía. La corona procedió a repartir las tierras por la categoría social del individuo y su participación en la conquista. La Corona buscaba asentar una propiedad basada en pequeñas y medianas explotaciones. La implantación del modelo feudal estuvo condicionada por la escasez de efectivos cristianos y la abundante población mudéjar hasta 1264. No hay grandes explotaciones o villas, todo lo contrario es una sociedad de pequeños y medianos propietarios, rentitas la mayor parte, mientras que los moros siguieron trabajando sus tierras.
Los primeros años de la conquista los cristianos decidieron aprovechar de la infraestructura de los musulmanes, sobre todo los riegos, que se mantuvo durante siglos. Alicante seguirá siendo una huerta de secano, en la que se cultivaba los cereales, vid, olivo e higueras destinados tanto al abastecimiento local como a la exportación.
AZUAR RUIZ, Rafael. Historia de la ciudad de Alicante, tomo II. Alicante, 1990, pp. 324-328.