Tolerancia

Tolerancia es un término mal entendido en general. No pertenece a la categoría de los conceptos filosóficos abstractos, como ley, logos, realidad, o cosas así. No podemos acudir a Aristóteles (salvando su «Poética») o a Platón para que nos iluminen al respecto. Si acaso habría que recordar a J. Stuart Mill que habló de la tolerancia en un sentido más bien práctico, para recordarnos los límites del pensar y actuar en términos de verdades absolutas.

Tampoco la tolerancia es un concepto que se desprenda del dogma religioso: al contrario, todas las religiones, unas más y otras menos, albergan residuos de intolerancia porque determinan un mensaje de fe absoluta, que por mucho que se suavice topa de frente con otras creencias igualmente dogmáticas.

Así que la tolerancia es una conquista reciente, duramente experimentada en carne propia por las gentes y los pueblos que padecieron las catastróficas guerras de religión que ensangrentaron Europa en los siglos XVI y XVII y que humanistas como Erasmo se atrevieron a sintetizar como mensaje civilizatorio, de esta manera: nadie puede ser juzgado por su credo o religión; hay que tolerar las diferentes opiniones en el ámbito religioso, pero siempre que no pretendan imponer sus creencias por encima de la razón (que dos y dos son cuatro no es opinable) y que despojen al ser humano de su dignidad y sus derechos inalienables. Sólo así es posible asegurar la paz y el progreso de los pueblos.

No hay duda de que el principio de tolerancia religiosa fue el punto de partida para el desarrollo del conjunto de los derechos y libertades que hoy son emblemas civilizatorios, especialmente por lo que se refiere a la libertad de expresión y de pensamiento, de debate y de crítica, los cuales, si cayeran o se disolvieran, sumirían a la sociedad entera en los abismos de la barbarie. De manera que la intolerancia –es decir, el código penal y la alerta ante cualquier ataque a las libertades– tiene que aplicarse con toda contundencia a los intolerantes que hieren el corazón de la convivencia.

Los atentados terroristas de París ponen de manifiesto que estamos ante una amenaza creciente, una verdadera guerra que, en nombre del Islam fundamentalista, pretende silenciarnos y amedrentarnos. Como algunos expertos han apuntado, la masacre de «Charlie Hebdo» supone un giro en la estrategia del yihadismo terrorista; ya no se trataría de ataques masivos, como el 11-S o el atentado de Atocha, sino de ataques selectivos ejecutados por células organizadas que castigan sectores concretos, en este caso el sector de la prensa libre e independiente, para esconderse y atacar de nuevo. Frente a esta barbarie, la única respuesta es la unidad y la acción contundente para preservar por encima de todo los valores en los que se asienta la tolerancia misma.

«Charlie Hebdo» no es una publicación cualquiera. Es una revista satírica que ejerce la crítica a través del humor. Y no hay cosa que perturbe más a una mente totalitaria que la fuerza liberadora de la distancia irónica. Recordaba estos días al personaje que creó Umberto Eco en «El Nombre de la Rosa», Jorge de Burgos, un monje intolerante que pretendía ocultar (aunque para ello tuviera que asesinar), precisamente, el descubrimiento de un libro que se consideraba perdido, la «Poética» de Aristóteles, donde se hace una defensa de la comedia y del humor como posibilidad de cuestionar los absolutos establecidos. Sin ironía, sin humor, sin libertad de expresión, no hay convivencia civilizada, no hay esperanza de paz y de dignidad.

A los valientes caídos de «Charlie Hebdo» y sus familias, y a toda Francia, la solidaridad y el respeto de las personas libres y honestas. A los terroristas, a los que apoyan y colaboran con ellos, tiene que llegar el mensaje de que la democracia nunca se dejará intimidar por la cobardía y la barbarie.
20150112 Artículo diario informacion J.ASENSI
http://polop.cpd.ua.es/dossierua/REPOSITORIO/12-01-2015/INFORMACION/D-DIARIO%20INFORMACION%2012%20ENE%20-%20ALICANTE%20-%20Alicante%20-%20pag%2020.jpg
http://www.diarioinformacion.com/opinion/2015/01/12/tolerancia/1586788.html

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El IBEC pretende constituirse en un espacio de reflexión sólido para todas las corrientes constitucionales que están eclosionando en ambas orillas del Atlántico a partir del conocimiento exhaustivo de la situación en la que viven los países iberoamericanos, y además, en un espacio de conocimiento de la situación iberoamericana y, de investigación del mismo ofreciéndose a los investigadores jóvenes más prometedores para que puedan seguir alimentando primero en su seno y más tarde en sus respectivos países de origen la riqueza de su pensamiento.
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