El fallido “espíritu de Locarno” del siglo XVI
Cuando Carlos V acababa de recibir la corona de los reinos hispánicos parece que se extiendía ante Europa un largo futuro de paz y concordia. El gran humanista Erasmo de Rótterdam escribía en esas fechas a algunos amigos cargas llenas de gran confianza.
La constelación de cuatro príncipes, formados en una mezcla de caballería y humanismo – Maximiliano I, Enrique VIII, Carlos I y Francisco I – parecía integrar un grupo de príncipes con una cultura común que iban a ser capaces de actuar conjuntamente en empresas universales, dando realidad política a la Cristiandad.
Pero la formación de estos descasaba, en gran medida, en los relatos de una historiografía triunfalista, en la que se destacaban las acciones bélicas de los grandes de la Historia, desde Alejandro Magno hasta Aníbal o Julio César.
Así que, no es de extrañar, que los deseos de gloria y las conveniencias particulares acabaran pronto con este sueño. En 1515, Francisco I invadía el Norte de Italia. No menos ansioso de gloria militar andaba Carlos. Pero el futuro Emperador se hallaba bajo cierta influencia erasmista, tan fuerte en sus Países Bajos natales en el principio de su reinado y por ello soñó con canalizar esos afanes bélicos
Y esto es, según Manuel Fernández Álvarez, lo que daba a nuestro Emperador un tono de elevación moral sobre su adversario.