El Estado Moderno

1. La nueva forma política

Los profundos cambios culturales, sociales, económicos y geográficos derivados del Renacimiento conllevaron también cambios políticos.

Origen.

Durante la Baja Edad Media, paralelamente al desarrollo de las ciudades, los reyes fueron fortaleciendo su poder en un proceso gradual que culminó con la aparición de una nueva forma de gobierno, el Estado moderno, que tuvo su principal manifestación política en la constitución de monarquías nacionales.

Obstáculos.

Los monarcas tuvieron que vencer resistencias a dos niveles:

  • Resistencias internas: la estructura disgregada del poder, propia del feudalismo.
  • Resistencias externas: el ideal medieval del Sacro Imperio Romano.

Características de las monarquías nacionales:

  • El poder real es absoluto.
  • Los monarcas aspiran a mantener su independencia respecto de cualquier poder político superpuesto (del Imperio e, incluso, de la Santa Sede, si se implica en cuestiones temporales).
  • Los reyes desean reafirmar su identidad diferenciándose de los demás Estados.

Ejemplos: las monarquías de Francia, Inglaterra, “España”, Portugal, Dinamarca, Suecia, Polonia o Austria.

Evolución de la monarquía estamental a la nacional.

  • Durante los siglos XIII y XIV la monarquía feudal evoluciona hacia una nueva forma denominada monarquía estamental. Esta se basa en la aparición de una conciencia nacional y política, concretada en el regnum, el reino al que pertenecen todos los nacidos en un territorio determinado. Este regnum supera la disgregación feudal del poder, aceptando la supremacía jerárquica de la corona y la existencia de asambleas de representación estamental (Cortes o Corts, Estados Generales, Parlamento, etc.). El rey pasa a ser la cabeza del reino y su poder se encuentra menos limitado que en el modelo feudal.
  • Durante los siglos XIV y XV, en los distintos reinos europeos se producen dos procesos relacionados: el debilitamiento de los poderes feudales de los estamentos y el fortalecimiento de la autoridad real.
  • A finales del siglo XV, culmina la crisis de la monarquía estamental, dando paso a la consolidación de la monarquía nacional. En ella, el rey es ya capaz de asumir en solitario la representación de toda la nación. Las asambleas estamentales no son suprimidas; siguen existiendo por “inercia histórica”; pero pierden protagonismo político y quedan reducidas en muchos reinos ya en el siglo XVI a entidades meramente votadoras de tributos reales.

Casos: Francia, Inglaterra y “España”.

  • Francia. La monarquía francesa salió fortalecida de la Guerra de los Cien Años. El regnum adquirió poco a poco el sentido nacional francés (como reacción a la guerra contra los ingleses). Además, Carlos VII (1422-1461), salvado por la intervención militar de Juana de Arco y por la gestión administrativa del burgués Jacques Coeur, consiguió establecer impuestos regulares (la taille y la aide), que le permitieron reducir su dependencia de las concesiones de los Estados Generales y de los señores feudales. De esta forma, durante la segunda mitad del siglo XV Francia pasó a ser la nación más estructurada política y administrativamente de Europa. La asamblea estamental fue perdiendo poder; de hecho, los Estados Generales no fueron convocados desde 1489 hasta 1560. Además, el sucesor de Carlos VII, Luis XI (1461-1483), extendió el poder de la corona a todo el territorio excepto la Bretaña, que sería finalmente anexionada durante el reinado de Carlos VIII (1483-1498). Consolidada la unidad política de la nación francesa, la corona pasó a la ofensiva internacional y trató de expandirse por Italia (donde se encontró con los intereses hispánicos).
  • Inglaterra. Tras la batalla de Hastings (1066), Guillermo I el Conquistador pudo instaurar una monarquía menos encorsetada por la jerarquía feudal. El rey se relacionaba directamente con los vasallos de clase media, de quienes recaudaba los tributos. Aunque en Inglaterra se desarrolló una poderosa nobleza feudal, los nobles no llegaron a ser en la práctica señores jurisdiccionales porque el monarca mantuvo siempre la relación con el pueblo y controló el poder judicial. El resultado de las tensiones entre la nobleza y el monarca se tradujo en la publicación de la Carta Magna en 1215, que supuso la transformación de la monarquía feudal en estamental, con la dualidad monarquía-parlamento. La alianza de los reyes con la burguesía reforzó la Cámara baja del Parlamento, la de los Comunes. En cambio, en el siglo XV, después de que la nobleza quedase muy debilitada como consecuencia de la Guerra de las Dos Rosas, la Cámara de los Lores quedó políticamente neutralizada.
  • La Monarquía Hispánica. Hasta el reinado de Isabel la Católica, Castilla vivió durante el siglo XV una situación de anarquía feudal. Ni Juan II ni Enrique IV el Impotente pudieron frenar los intereses nobiliarios. Tras la muerte de este último, la guerra civil entre los partidarios de Juana la Beltraneja (con el apoyo de Portugal) y los de Isabel la Católica (con el apoyo de Aragón, por su matrimonio en Fernando el Católico) terminó con la victoria de esta última y dio paso a la unión de las coronas de Castilla y Aragón. A partir de esta unión personal, la monarquía fortaleció su poder respecto a la nobleza y a las entidades de representación estamental, con mayor éxito en Castilla que en Aragón.

Bases económicas de la evolución hacia el Estado Moderno.

El Estado Moderno nació como consecuencia del impulso burgués, que necesitaba un nuevo tipo de sociedad. A lo largo de la Baja Edad Media, los intercambios económicos crecieron y superaron el ámbito local, demandando seguridad y libertad, y estas solo podían ser consolidadas por un poder efectivo superior a los distintos poderes locales feudales. El adversario social de la burguesía naciente era la nobleza feudal y la única vía para controlarla era el fortalecimiento de la autoridad real y la progresiva sumisión de los parlamentos a dicho poder monárquico.

2. La materia del Estado

La identidad del Estado Moderno está formada por tres elementos fundamentales: el territorio, la población y el poder centralizado en la figura del rey. El territorio y la población son considerados la materia del Estado y el poder, la forma.

El territorio.

En la Baja Edad Media, las ciudades tendieron a constituirse en entidades autárquicas (suficientes) y autónomas (independientes); y se consolidaron como unidades sociales diferenciadas, definidas por sus límites territoriales, sus pobladores y sus aspiraciones.

No obstante, la creciente complejidad de las relaciones sociales desbordó el marco de las ciudades y fue el Estado la entidad encargada de asegurar la independencia y la “suficiencia” al pueblo. Al igual que las ciudades, los Estados trataron de definir sus límites territoriales. Este interés por reconocer y fijar con precisión los límites geográficos de su poder propició el desarrollo del concepto de “frontera”, prácticamente inexistente en la Edad Media. En la época medieval, las marcas eran los límites del Imperio Carolingio o de otros reinos feudales. No eran regiones bien definidas, al tratarse de zonas de dominio disputado e inseguro.

La población.

La condición imprescindible para la integración de la población de un territorio en un Estado es el desarrollo de sentimientos de pertenencia, de “patriotismo”. El uso de la palabra “patria” indica que la población de la Baja Edad Media empezó a comprender la novedad de la unidad política de la que formaba parte, una entidad distinta del Estado feudal.

Por otra parte, también la palabra “nación” amplió su significado para hacer referencia a la integración de la población en el Estado. En primer lugar, fue utilizada para designar a grupos humanos de origen común (del mismo linaje). Posteriormente, aludió a integrantes de “gremios” o de los grupos estamentales, o a las personas que hablaban la misma lengua. Y finalmente, terminó refiriéndose a la comunidad en la que el individuo se integra y hacia la que tiene deber de lealtad, es decir, hacia el Estado.

3. El poder del Estado

El poder del Estado Moderno se reafirmó en disputa con otros dos focos de poder:

  • Las instancias universales del poder en Europa (el Imperio y la Santa Sede).
  • Las instancias particulares, internas de la sociedad feudal, dentro de su territorio.

En esa lucha utilizó varios medios:

  • Reforzó su dimensión nacional.
  • Monopolizó la representación de la nación.
  • Y asumió en nombre de la nación potestades que antes no tenía.

Para poder hacer efectivos dichos medios, el Estado se personalizó en la figura del príncipe, del rey, en calidad de titular del poder.

A partir del siglo XIII, el monarca afirmó su independencia completa del emperador. El rey asumió la auctoritas y la potestas, que se suponían propiedad de aquel y se consideró “imperator in regno suo”. Así mismo, empezó a recibir el tratamiento de majestad, que era propio del emperador (“maiestas populi romani”).

Por otra parte, el monarca también afirmó su poder frente a los señores feudales y a la organización estamental (parlamentos, cortes, estados generales, etc.), que fue la única institución que aspiró a compartir o competir con la superioridad real. Los parlamentos actuaron con sentido nacional en diversos momentos, impidiendo acciones del rey en contra de la unidad nacional, como enajenaciones o particiones entre herederos. No obstante, con mayor frecuencia se dedicaron a defender intereses puramente feudales. La institución monárquica fue la que desarrolló las aspiraciones burguesas de una nueva sociedad, asumiendo potestades que anteriormente se encontraban en manos feudales y desarrollando bajo su mando un aparato de poder (administración, ejército).

Tras afirmar su supremacía sobre las instituciones feudales, los reyes se enfrentaron a otro obstáculo que impedía la reafirmación de su poder: la presencia en sus dominios de una institución universal, la Iglesia, que tenía sus propios sistemas económico, tributario y jurisdiccional. Por ello, los reyes se plantearon varios objetivos en relación con la Iglesia:

  • Reducir su influencia al terreno puramente espiritual, sin permitir ninguna interferencia en el secular.
  • Y utilizar la religión como instrumento de poder, para cimentar la unidad del reino y reforzar su propia autoridad.

Para conseguir ambos objetivos, los monarcas intentaron controlar en mayor o menor grado a la Iglesia en sus dominios (acercando la organización religiosa a la estatal) y trataron de mantener la unidad religiosa de sus súbditos, formando “iglesias nacionales” (según el principio “cuius regio eius religio”, generalizado por la Paz de Augsburgo en 1555).

  • En los estados protestantes, las nuevas iglesias nacionales rompieron la vinculación con la Santa Sede y quedaron bajo la dirección de los monarcas.
  • Los estados católicos siguieron reconociendo la autoridad espiritual del sumo pontífice pero afirmaron el poder real en sus dominios de varias maneras:
    • Limitando la jurisdicción de los jueces eclesiásticos a temas espirituales y disputando su intervención en causas mixtas.
    • Tratando de controlar a la jerarquía eclesiástica, ejerciendo el derecho de presentación de candidatos “nacionales” y de confianza al papa.
    • Controlando la Inquisición.

La intervención de los monarcas en temas religiosos fue posible por la aceptación generalizada del carácter divino del poder real y de la monarquía. El rey asumió la condición de vicarius Christi, propia del emperador.

4. La organización del Estado

La nueva monarquía hubo de integrar en su organización política espacios mucho más amplios que los feudales, con una población mucho mayor. Estas dimensiones geográficas y humanas (y la dificultad de las comunicaciones) impidieron que el Estado crease nuevas instituciones que le permitiesen gobernar de modo efectivo y exclusivo todo el territorio y a todos los súbditos. No obstante, aunque algunas estructuras feudales pervivieron, la nueva monarquía sí que desarrolló nuevos instrumentos que le permitieron afianzar su poder y llegar a convertirse en un Estado moderno.

El primer objetivo de los monarcas fue asegurarse la obediencia de los súbditos en todo el reino. Para ello, centraron su atención en la organización del aparato del poder, es decir, la administración estatal en sus distintos niveles y el instrumento más importante y eficaz del poder, el ejército.

  • La creación del ejército permanente. Los monarcas tendieron a crear en sus estados un ejército permanente que por su dimensión, organización, preparación profesional, armamento y capacidad ofensiva, pudiese servirles, en primera instancia, para imponer su autoridad sobre las milicias feudales y poder afrontar con garantías de éxito los “actos de rebeldía” de los nobles descontentos. En segunda instancia, este ejército permanente les sirvió para la afirmación y extensión internacional de su poder. Por ambos motivos, el ejército cobró tal importancia para el Estado moderno que gran parte de la administración y de la política económica de los monarcas quedó orientada a la consecución de fondos y provisiones para su dotación. De hecho, el ejército se convirtió en el primer consumidor del mercado e indujo a la aparición de industrias destinadas directamente a su suministro.
  • El desarrollo de la administración real. Los reyes no pretendieron el monopolio administrativo en sus territorios. Tuvieron que desarrollar su aparato de estado de forma paralela a las instituciones administrativas feudales. Los “oficiales” reales no sustituyeron ni a los de los nobles, ni a los de los eclesiásticos, ni a los que se encargaban del gobierno en las ciudades. Les respetaron su dignidad y sus ingresos, pero tendieron a controlar y a limitar sus atribuciones y competencias, apoyándose en la supremacía legal del poder real. Ello dio lugar a múltiples conflictos que, en su mayoría, terminaron con el triunfo del rey. Con el tiempo, la voluntad de los monarcas de mejorar la eficacia de sus agentes les movió a exigir a los oficiales que tuviesen conocimientos de Derecho (por lo que primaron a los juristas, titulados universitarios) y sentimientos patrióticos o, al menos, de fidelidad. Así mismo, para mejorar las condiciones laborales, tendieron a definir sus pautas de acción, a estabilizar los cargos y a asignarles retribuciones del presupuesto del Estado. Estas medidas llevaron progresivamente a la profesionalización de dicho oficio y a la aparición de la figura del funcionario.
  • La búsqueda de recursos regulares. De acuerdo con la tradición medieval, el rey debía vivir únicamente de las rentas de sus derechos feudales, de los beneficios de sus posesiones (bosques y tierras), del producto de los derechos de regalía (como la acuñación de moneda) y de las concesiones de las instituciones representativas de los estamentos. Estas rentas “ordinarias” no eran suficientes para afrontar los gastos de la nueva administración real y del ejército permanente. Por ello, los monarcas trabajaron para conseguir recursos “extraordinarios”, que en la mayoría de los casos obtuvieron por medio de impuestos sobre las personas y los bienes o tasas sobre los intercambios comerciales.
  • Las líneas de actuación del Estado. Junto al control del orden público (por medio de la administración de justicia), el Estado moderno mostró una creciente preocupación por sus súbditos y comenzó a emprender acciones destinadas a la mejora de la situación sanitaria, laboral, social y económica, así como a la construcción de obras públicas.

5. El “pluriverso” de Estados

El Estado moderno consiguió reforzar su identidad, asegurando su independencia respecto al Imperio y remarcando sus diferencias y peculiaridades respecto al resto de estados. Por ello, Europa se convirtió en la Edad Moderna en un “pluriverso” (en contraposición a universo) de estados en el que no existía ya un gobernante universal (emperador) que impusiese su autoridad.

El nuevo orden se basó en el principio de equilibrio de fuerzas entre los distintos estados. Dicho equilibrio no fue estable, ya que las distintas monarquías nacionales tendieron a reforzarse por medio de conquistas exteriores y estas actividades expansivas llevaron a las monarquías a un estado casi continuado de guerra.

Durante el Renacimiento las relaciones entre los estados se intensificaron hasta tal punto que llegaron a institucionalizarse. De esta forma nació y se desarrolló la diplomacia, con sus agentes específicos: los embajadores permanentes. Las alianzas entre estados, consolidadas con enlaces entre las principales dinastías, fueron claves en el equilibrio y en la evolución de los poderes del pluriverso europeo.

Otro elemento decisivo en las relaciones exteriores de los estados modernos fue el desarrollo del Derecho internacional. La contribución de los escolásticos españoles, entre los que cabe destacar a Francisco de Vitoria, fue fundamental. Las relaciones entre las monarquías quedaron sometidas a las exigencias de la justicia y el orden moral, y no solamente al uso de la fuerza.

 

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