Después de la alta nobleza, compuesta por los grandes de España y los títulos, seguían en la escala social los caballeros, los hidalgos y los burgueses acomodados que no ejercían un trabajo manual. Todos ellos atendían con especial cuidado a su indumentaria, vestían a la moda, imitaban en lo posible el traje de los nobles y cambiaban cada pocos años la forma de sus vestidos.
Caballeros, hidalgos y burgueses vestían trajes de brocado y de seda, con ricos bordados. En 1499, los Reyes Católicos intentaron detener estos excesos con severas prohibiciones, pero hicieron ciertas concesiones en el empleo de la seda a todos cuantos mantuvieran caballo, a sus mujeres, a sus hijas siendo doncellas y a sus hijos menores de quince años.
La distinción entre los que tenían caballo y los que no lo tenían se perdió en las disposiciones posteriores publicadas durante el reinado de Carlos V; en ellas, los nobles y los burgueses tenían legalmente los mismos derechos en la elección de telas y vestidos.
En la práctica, aparte de que los trajes fueran más o menos ricos, existieron siempre ciertos matices diferenciales, más o menos acusados y no siempre fáciles de determinar.