En la España cristiana, había un gran auge con la conocida escuela de traductores de Toledo: la colaboración de varias personas, cada una especializada en un idioma – árabe, latín, romance, con el fin de dar a conocer las grandes obras del pensamiento filosófico y científico de la Antiguedad grecorreomana y del mudo islámico.
Los judíos desempeñaron un papel de primer orden en la transmisión de este saber que consistía, primero, en traducir los textos del árabe al romance; luego, del romance al latín; su conocimiento de la lengua y de la cultura árabes les convirtieron en agentes imprescindibles de aquella labor que culminó en el reinado de Alfonso X el Sabio ( 1252-1284). A este monarca se debe especialmente la obra conocida como Tablas alfonsíes, realiadas en colaboración por sabios de las tres religiones. Alfonso X puso especial empeño en la promoción de la lenua romance; trató de imponer el romance como lengua de cultura; de él escribe Don Juan Manuel: <<Fizo trasladar en este lenguaje de Castilla todas las ciencias […], toda la secta de los moros porque paresciese por ella los errores en que Mahomad, el su falso profeta, les puso […]; otosí, fizo trasladar toda ley de los judíos e aun el Talmud. E otra ciencia que han los judíos muy escondida a que llaman Cábala. E esto fizo porque paresce manifiestamente por la su ley que todo fue figura desta ley que los cristianos habemos>>.
La aportación judía dio a los intelectuales judíos españoles de los siglos XII y XIII un inmenso presitigio; prestigio del que carecían sus compañeros cristianos y contribuyó a crear la tradición del judío vesado en las actividades científicas y literarias, una tradición que se prolongará hasta bien avanzada la Edaad Moderna. Añádase a este prestigio el orgullo que sentían los judíos españoles por atribuirse una especie de nobleza colectiva, como descendientes que pretendían ser de la tribu de Judá ( no la de Jacob) y de la ciudad de Jerusalén.