La Inquisición y la expulsión de los judíos

Andrés Bernáldez, cura de Los Palacios, ha dejado un cuadro muy conocido de los judíos castellanos en vísperas de la expulsión:<< Estos judíos de Castilla vivían en las mejores ciudades, villas y lugares y en tierras más gruesas y mejores; todos eran mercaderes, vendedores. arrendadore de alcabalas y rentas, tundidores, sastres, zapateros, curtidores, zurradores, tejedores, especieros, buhoneros, sederos, plateros y de otros semejantes oficios. Ninguno rompía la tierra ni era labrador, ni carpintero ni albañil, sino todos buscaban oficios holgados y modos de ganar con poco trabajo>>.

Está confundiendo aquí judíos y conversos, para él, como para muchos de sus coetáneos, no había deferencia entre unos y otros. Pero en realidad, no todos los judíos vivían en ciudades, muchos de ellos habitanban en núcleos rurales y se dedicaban a la agricultura. Es posible que las matanzas de 1391 y los atrpellos posteriores hayan reforzado la tendencia a vivir en el campo o en pequeñas localidades. En cambio, había muchos judíos deuños de campos, prados y viñas. En Toledo, la mayoría de los hebreos eran agricultores. Tampoco se dedicaban a la artesanía.

En cuanto al tema vidrioso del papel de los judíos en el manejo del dinero, hubo entre ellos gente que ejercía préstamo a cambio de interses muy altos. Lo curioso del caso es que, a veces, vemos a miembros destacados del clero acudir en defensa de los judíos para ayudarles a recobrar sus deudas; es que era relativamente frecuente que judíos sirviesen de testaferros a instituciones eclesiáticas en esta clase de negocios.

Entre los judíos había clases como en la sociedad cristiana, una pequeña minoría de hombres muy ricos y muy bien situados, junto a una masa de gente menuda: agricultores, artesanos, tenderos. Entre unos y otros, como en el resto de la sociedad, existían rencillas, desavenencias, incluso odios y explotaciónde los débiles por los potentes. Todos ellos tenían un rasgo común: comulgaban en las mismas creencias; practicaban la misma fe. Esta fe era lo que hacía de los judíos de España una comunidad separada, dotada de cierto grado de autonomía dentro de la monarquía. Éste es el punto clave para comprender la situación de los judíos y permite entender mejor los motivos de su expulsión.

Se les toleraba en el seno de la nación cristiana; se les autorizaba a practicar una religión distinta de la oficial, pero no a título individual, como asunto meramente privado, sino colectivamente. Los judíos eran súbditos y vasallos de la corona, como lo repitió una y otra vez la reina Isabel. Como tales, cuando disfrutaban de rentas anuales de más de 30.000 maravedís, tenían la obligación de mantener caballo y armas para la guerra, aunque servían en tropas aparte de las cristianas. Pero eran súbditos de la corona, no como individuos particulares, sino como miembros de una comunidad que tenía una existencia legal. Se organizaban en forma de aljama, que funcionaba a modo de un concejo municipal autónomo.

Tenían los judíos un régimen fiscal específico. Desde 1437, no contribuían en los impuestos municipales, lo que se explicado que formaban una comunidad separada. Los Reyes Católicos confirmaron en 1377 aquella disposición a pesar de las protestas de ciertos concejos. Esto no constituía ningún privilegio, al contrario, los judíos pagaban mucho más impuestos que los cristianos. Los judíos no gozaban de la plenitud de los derechos civiles. Están excluidos de varios oficios, los que podían conferirles cierta autoridad sobre los cristianos.

Con la creación del tribunal de la Inquisición dispondrán las autoridades del instrumento y de los medios de investigación adecuados; el edicto de fe viene a ser un inventario minucioso de las Prácticas y afirmaciones consideradas como judaicas. Entonces fue cuando salieron a relucir hechos que a veces se remontaban a unos ochenta años antes, es decir, a la fecha de las conversiones masivas. Se descubrió que muchos conversos, antes de la segregación rigurosa de los años 1480, iban a reunirse con sus familiares judíos para celebrar con ellos sus fiestas, asistir a la sinagoga, oír sermones y discutir sobre materias de fe; los mismos guardaban el sábado y los ayunos, rezaban oraciones judías, ect. Los procesos inquisitoriales están llenos de casos concretos. Cuando murió el regidor Fernando de la Torre, converso ,se descubrieron en su casa de Toledo libros litúrgicos hebraicos y recibos de participación a obras pías rabínicas.

Los inquisidores empiezan las detenciones y los procesos, llueven las sanciones: setecientas sentencias a muerte y más de cinco mil reconciliaciones ( es decir, penas de cárcl, de exilio o simples penitencias) entre 1481 – 1488 para la sola ciudad de Sevilla. Los inquisidores no se contentan con detener y condenar a los judaizantes. No olvidan que el objetivo es llegar a la asimilación de los conversos y consideran que dicha asimilación siempre será difícil mientras los conversos tengan ante los ojos el ejemplo de los judíos. Exigen y obtienen en 1483 la expulsión, en un plazo de seis meses, de los judíos de Andalucía, concretamente de las diócesis de Sevilla, Cádiz y Córdoba; los judíos de aquells diócesis se fueron a Extremadura, se trataba de impedir toda comunicación, todo contacto entre judíos y conversos. La medida de 1483 es el precedente inmediato de la expulsión de 1492.

La inquisición sólo se ocupaba de los que habían recibido el bautismo; se trataba de facilitar la asimilación de los conversos al condenar severamente a los que judaizaban. La asimilación total resultaba difícil en la medida en que los conversos seguían en contacto con sus antiguos correligionarios, auténticos judíos que no se habían convertido. La llucha contra los falsos conversos parecía exigir la desaparición del judaísmo en la Península. Éste fue el objetivo del decreto del 31 de marzo de 1492. Unos meses antes, se había dado una extraordinario publicidad a un proceso que contribuyó poderosamente a crear el ambiente propicio a la expulsión: el caso del Santo Niño de La Guardia.

El 31 de marzo de 1492, los Reyes Católicos firmaron un decreto de expulsión en el que se les ordenaba escoger entre la conversión al cristianismo ( que les permitiría quedarse en España ) o la permanencia en su religión ( que les obligaría a dejar los territorios hispánicos en el plazo de 4 meses). El decreto dio inicio a una nueva ola de conversiones. No obstante, unos 100.000 judíos optaron por salir de Sefarad y se dirigieron a Portugal o a distintos lugares del Mediterráneo ( dispersos por África del Norte o Turquía), formando comunidades sefardíes, que mantuvieron sus costumbres y la lengua castellana.

Fue un momento cruel en que tuvieron los judíos que salir de la patria en la que habían vivido durante siglos. Refiere Bernáldez que << Salieron de las tierras de sus nacimientos chichos y grandes, viejos y niños, a pie y caballeros en asnos y otras bestias, y en carretas, y continuaron sus viajes cada uno a los puertos que habían de ir, iban por los caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas; unos cayendo, otros levantando, otros muriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no había cristiano que no hubiese dolor de ellos y siempre por do iban los convidaban al bautismo y algunos, con la cuita, se convertían y quedaban, pero muy pocos, y los rabíes los iban esforzando y hacían cantar a las mujeres y mancebos y tañer panderos>>.

 

 

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