El 16 de noviembre de 1491, en un auto de fe celebrado en Ávila, dos judíos y tres conversos son condenados a muerte por la Inquisición y quemados vivos inmediatamente después. Era un caso misterioso, que había empezado en junio del año anterior con la detención casual, dejando tantos enigmas.
En Astorga, un converso Benito García, de quien se sospechaba que robaba hostias consagradas. Benito García confiesa entonces que, desde 1485, judaizaba por inducción de otros conversos, Juan de Ocaña y la familia Franco de Tembleque. Le trasladan a la cárcel de la Inquisición de Segovia donde ya estaba preso un zapatero judío, Yucé Franco. La Inquisición no se metía con los judíos, sólo tenía jurisdicción sobre los bautizados. Lo que hacía la Inquisición segoviana en la cárcel es un enigma.
Otro judío, el médico Antonio de Ávila, aparetando ser rabino, visita a Yucé Franco y éste confiesa entonces que, unos quince años antes, un Viernes Santo, en la localidad de La Guardia, provincia de Toledo, había participado en un crimen ritual: se había dado muerte por crucifixión a un niño, luego se había mezclado la sangre y el corazón de la víctima con una hostia consagrada con el fin de realizar un acto de brujería: su propósito era provocar una epidemia de rabia en toda la comarca.
Más después, Franco se retracta: pretende ahora que no ha participado en el crimen y que ha oído hablar de ello a un converso, Alonso Franco, que sí que estuvo en La Guardia. Sometido a tormento, Yucé Franco vuelve a confesar su participación en el crimen. Después de estas revelaciones, la Inquisición detiene a varios conversos que son trasladados a la cárcel de Ávila. ¿Por qué a Ávila y no a Toledo que era el distrito en el que se situaba La Guardia? Éste es otro enigma.
El proceso formal se abre el 17 de diciembre de 1490 y se termina un año después con la condena a muerte de cinco de los acusados. Todo, en este proceso, suena a falso. No se sabe cómo se llamaba el niño ni quiénes eran sus padres, que, por lo visto, no presentaron ninguna denuncia. Las declaraciones y confesiones están llenas de incoherencias y contradicciones. Las investigaciones que se han realizado actualmente sobre el caso no aclaran el misterio.
Parece evidente que se trata de una provocación montada por ciertos inquisidores, pero ¿ con qué fin? Probablemente para calentar aún más la opinión pública coatra judíos y conversos y tal vez preparar el terreno para un endurecimiento de la represión. De ser así, los que montaron aquel tinglado fracasaron: las confesiones y denuncias, además de incoherentes, son contradictorias.
Los reyes tampoco cayeron en esta provocación, ni en el decreto de expulsión ni en los varios centenares de documentos relacionados con el mismo, tanto en Castilla como en la Corona de Aragón, se encuentra la mnor referencia a este episodio. Este silencio no deja de llamar la atención. Bien es verdad, por otra parte, que estamos frente a una clásica acusación de crimen ritual con profanación de hostia consagrada como las hubo tantas en la Edad Media.