El pueblo hebreo siempre ha guardado en su memoria colectiva el recuerdo del desengaño de José.
José es el undécimo hijo de los doce hijos de Jacob y era el más querido por su padre, lo que produjo la envidia de sus hermanos. Además, tenía sueños en los que aparecía alzado por encima de éstos, prediciendo lo que iba a suceder en el futuro. Por ser el favorito y quien quería Jacob que fuese su sucesor, le elaboró una túnica de colores que lo distinguía, lo que enfureció aún más a sus hermanos, que buscaban la ocasión para vengarse.
Un día sus hermanos llevaron a sus animales a pastar en un lugar lejano a sus tiendas. Al pasar el tiempo y ver que no regresaban, Jacob envió a José a buscarlos y ver que se encontrasen bien. Sus hermanos, al ver desde lejos que venía José, planearon matarlo. Rubén, el mayor, intentó convencerlos de que no era buena idea. Cuando llegó lo tiraron a un pozo de agua vacío y lo tuvieron atrapado hasta decidir qué hacer con él. Al otro día pasó por esos lugares una caravana de mercenarios que se dirigían a Egipto y sus hermanos lo vendieron como esclavo. De regreso con Jacob, le mintieron diciendo que habían encontrado su túnica, la cual habían mojado con sangre de cordero para hacer creer a Jacob que fue atacado por una bestia del bosque que lo mató. Jacob lloró la muerte de su hijo querido sin consuelo. De esta manera José sale de Canaán (Israel) y llega a Egipto.
En sus tiempos como esclavo trabajaba mucho y siempre confiando en Dios que algún día iba a regresarlo a sus tierras con sus padres y sus hermanos.
Allí llegó a ser privado del faraón y, como tal, protector y benefactor de su raza hasta que las vacas flacas sucediesen a los vacas gordas; llegó el hambre, entonces empezaron las persecuciones contra los judíos que tuvieraon que salir de la tierra de Egipto. Siempre ha ocurrido así y se puede sentar como lay histórica la coincidencia entre recesión y persecución.
Es lo que confirma la trágica historia de los hebreos de España. En períodos de expansión, como fueron los siglos XII y XIII, conocieron una larga etapa de desarrollo y plenitud que luego se idealizó y mitificó. No hubo tal edad de oro, simplemente los judíos se aprovecharon de la prosperidad general, política, militar, demográfica, económica…, como los demás vecinos de la Península, pero nunca fueron equiparados a los cristianos, nunca se olvidó el objetivo implícito que las máximas autoridades eclesiásticas habían fijado: la conversión de los judíos, su asimilación religiosa, su desaparición como comunidad autónoma.
Para que los judíos pudiesen sobrevivir sin mayoes problemas con el resto de la sociedad, se requerían dos condiciones previas: una situación general de prosperidad y de bienestar y una autoridad estatal capaz de garantizar la seguridad de las personas y de los bienes, o sea, expansión económica y estabilidad política.