En Al-Andalus los musulmanes, siguiendo las enseñanzas del Corán, consideraban que los cristianos y judíos, en tanto que “gentes del Libro”, no debían ser convertidos a la fuerza al Islam y eran merecedores de un trato especial, la dhimma. Dhimma es palabra árabe que significa a la vez garantía, ley, protección y contrato.
Los dhimmssi (los “protegidos”) tenían garantizadas la vida, la propiedad de sus bienes y la libertad de culto, disponen de una autonomía bastante amplia: tienen sus propios jefes, sus tribunales que juzgan conforme a sus leyes y costumbres.
En cambio, estaban obligados al pago de dos tributos: el impuesto personal (yizia) y el impuesto predial sobre el ingreso de las tierras (jaray). Tenían autoridades propias, gozaban de libertad de circulación y podían ser juzgados de acuerdo con su derecho. Sin embargo, debían aceptar una situación social inferior y someterse a discriminaciones diversas, también estaban sujetos a las siguientes restricciones:
• no podían ejercer cargos políticos (funciones militares ni políticas en que tuvieran jurisdicción sobre musulmanes);
• los hombres no podían casarse con una musulmana (que eran castigados con la muerte si mantenían relaciones sexuales o se casaban con una musulmana);
• no podían tener criados musulmanes o enterrar sus muertos con ostentación;
• debían habitar en barrios separados de los musulmanes;
• estaban obligados a dar hospitalidad al musulmán que la necesitara, sin recibir remuneración
Es probable que muchos judíos se convirtieran al Islam en los siglos VIII, IX y X, aunque no se puedan dar cifras concretas. Sin embargo, la aplicación rigurosa de la dhimma varió en función de las épocas y no siempre se cumplió con rigidez, como lo ilustra que varios judíos alcanzaran rangos prominentes en los Estados andalusíes.
El pacto de la dhimma permitió la formación de muchísimas comunidades judías que podían alcanzar un gran próspero. Por ejemplo, en Córdoba, al principio no se permitió el incremento demográfico de judíos, pero luego el judaísmo se impuso con fuerza, alcanzando su auge en tiempo del Abd al-Rahmán III (912-961).
En todas ciudades donde vivían, los judíos estaban organizados en aljamas.
Al principio, los judíos no tenían una dedicación profesional exclusiva, por ejemplo, en trabajos relacionados con el campo y la agricultura. Pero en fecha relativamente temprana una minoría de ellos empezaron el comercio y el préstamo. A menudo los dirigentes musulmanes confiaban en los judíos para las actividades más impopulares. Ello permitió a los judíos, llegar a una posición económica de prosperidad, pero les exponía también, en épocas de crisis y recesión, a sufrir el resentimiento del resto de la población, que los consideraban los beneficiarios y los responsables de las dificultades.
No faltaron judíos que llegaron hasta la cumbre del poder político, merced a la confianza de las autoridades musulmanas. Se sabe de judíos que, en Zaragoza, Sevilla o Almería, ocuparon el puesto de visir, entre ellos, caben destacar Jasdáy ben Aaprut y Samuel ha – Naguid.
La situación de los judíos en Al-Andalus no fue siempre igual. En general, se notan grandes diferencias antes y después del comienzo de las invasiones almorávides (en torno a 1086).
La primera etapa coincide con el emirato independiente (756-912), el califato de Córdoba (912-1031) y los primeros reinos de taifas (1031-1086). Fue el período de esplendor de los judíos en la España musulmana, especialmente a partir de la época de Abderramán III. Numerosos judíos alcanzaron un alto grado de relevancia económica y social, y la cultura hebrea tuvo una verdadera edad de oro.
Con los almorávides y, sobre todo, con los almohades, la situación cambió radicalmente. Estas dinastías de origen africano tenían una concepción del Islam mucho más rigorista, por lo que se mostraron mucho menos tolerantes hacia los judíos. A partir del siglo XII, la población judía inició un éxodo masivo: los mayores contingentes se refugiaron en los reinos cristianos del norte, cuyos monarcas estaban en plena actividad repobladora y precisaban del concurso de los recién llegados.