Los chuetas, del catalán xueta/es (ʃwətə(s)), conforman un grupo social de la isla de Mallorca, descendientes de una parte de los judíos mallorquines conversos al cristianismo y de los cuales, a lo largo de la historia, se ha conservado conciencia colectiva de su origen, por ser portadores de alguno de los apellidos, de linaje converso, afectado por las condenas inquisitoriales por cripto-judaísmo en el último cuarto del siglo XVII, o por estar estrechamente emparentados con ellos. Históricamente han sido estigmatizados y segregados, por lo cual, y hasta la primera mitad del siglo XX, han practicado una estricta endogamia. Hoy en día, entre 18.000 y 20.000 personas en la isla son portadoras de alguno de estos apellidos.
Etimología y otras denominaciones
El término se documenta por primera vez en torno a los procesos inquisitoriales iniciados en 1688, como expresión usada por los propios procesados. Su etimología es discutida y cuenta con diversas hipótesis. Las más aceptadas son:
- Procedería del catalán juetó, diminutivo de judío que habría derivado en xuetó —expresión aún vigente—, y que habría evolucionado en xueta. El principal argumento para defender esta propuesta es que su uso primigenio era autodefinitorio y eso excluiría connotaciones denigratorias.
- Para otros, se trataría de una expresión despectiva que procedería de la palabra xulla, tocino y por extensión carne de cerdo, (en mallorquín pronunciado xuia o xua), y haría referencia a los hábitos alimenticios de los conversos en relación al consumo del cerdo, o a la costumbre, presente en diversas culturas, de usar nombres ofensivos relacionados con el cerdo para designar a los judíos y los conversos.
- Una tercera propuesta relacionaría ambas etimologías: la palabra xuia habría provocado la sustitución de la j de juetó por la x, dando xuetó, y, a su vez, se habría ido imponiendo xueta sobre xuetó por la mayor similitud fonética con xuia.
También se les ha denominado del carrer del Segell (de la calle del Segell), por la calle homónima de la cual tomó nombre el barrio donde vivían concentrados, y también del carrer, bien por reducción de la expresión anterior, bien por el retorno del castellano de la calle, propio de la documentación oficial inquisitorial, a causa de la proximidad fonética con del call, haciendo referencia al antiguo barrio judío de Palma de Mallorca. Modernamente se ha querido relacionar con la calle de la Argenteria que actualmente es la calle chueta por excelencia, donde, hasta hace poco, se concentraba la mayoría de los residentes en Palma y que toma el nombre de uno de los oficios más característicos del grupo.
En algunos documentos se han utilizado las expresiones hebreo, género hebreorum o de estirpe hebrea o directamente jueus (judíos), o con el castellanismo judío [ʒodío], macabeos o, en relación a sus profesiones más habituales, argenters (plateros) y marxandos (tenderos y buhoneros).
En todo caso, después de los procesos inquisitoriales, pasó a ser una palabra ofensiva, y los designados han preferido referirse a sí mismos con los nombres más neutros de del Segell, del carrer o, más habitualmente con noltros (nosotros) o es nostros (los nuestros) opuesto a ets altres (los otros) o es de fora del carrer (los de fuera de la calle).
Apellidos
Los apellidos considerados chuetas son: Aguiló, Bonnín, Cortès, Fortesa/Forteza, Fuster, Martí, Miró, Picó, Pinya/Piña, Pomar, Segura, Tarongí, Valentí, Valleriola y Valls. Los cuales derivan de una comunidad conversa mucho más amplia, dado que los registros de las conversiones, a caballo entre los siglos XIV y XV, así como los de la Inquisición, de finales del XV y principios del XVI, documentan más de 330 apellidos entre los conversos y los condenados por judaizar en Mallorca. Un detalle que ha llamado la atención de diversos estudiosos que han tratado el tema, es que algunos mallorquines llevan apellidos de procedencia claramente judía, que no son considerados descendientes de hebreos, ni chuetas (por ejemplo: Abraham, Amar, Bofill, Bonet, Daviu, Duran, Homar, Jordà, Maimó, Salom, Vidal y otros).
La procedencia conversa no es condición suficiente para ser chueta; es necesario que este origen haya quedado fijado en la memoria colectiva de los mallorquines mediante la identificación de las familias y linajes así considerados. Por lo tanto, aunque los chuetas son descendientes de conversos, sólo una parte de los descendientes de conversos son chuetas.
Genética
Diversos estudios realizados, principalmente, por el Departamento de Genética Humana de la Universidad de las Islas Baleares han acreditado que conforman un bloque genéticamente homogéneo afín en las poblaciones judías orientales, pero también relacionados con los askenazíes y los judíos norteafricanos, tanto en el análisis del cromosoma Y, de ascendencia patrilineal, como en el del ADN mitocondrial, de ascendencia matrilineal.
Asimismo pueden presentar algunas patologías de origen genético, como es la Fiebre mediterránea familiar, compartida con los judíos sefardíes y una alta frecuencia de hemocromatosis, particular de esta comunidad.
- Historia
Antecedentes
Conversos (1391-1488)
Hasta finales del siglo XIV la iglesia mallorquina destinó importantes esfuerzos a la conversión de los judíos, pero sus éxitos tuvieron un carácter anecdótico y sin consecuencias sobre la estructura social. Esta situación se vería trastocada a partir de 1391, con el asalto a los calls (juderías), las predicaciones del San Vicente Ferrer en 1413 y la conversión de los restos de la comunidad judía de Mallorca, en 1435. Estos acontecimientos crearon situaciones de riesgo y peligro colectivo por las cuales se produjeron las conversiones en masa que dieron lugar al fenómeno social de los conversos.
Debido a que las conversiones fueron bajo coacción, una buena parte de los neófitos continuó con sus prácticas comunitarias y religiosas tradicionales. Se constituyó la Cofradía de Nuestra Señora de Gracia o de Sant Miquel dels Conversos como instrumento que sustituía, en buena parte, a la antigua aljama, resolviendo las necesidades del grupo en diversos ámbitos: asistencia a las necesidades, justicia interna, vínculos matrimoniales y, naturalmente, cohesión religiosa. Estos conversos, hasta el último cuarto del siglo XV pudieron desarrollar sus actividades, en parte clandestinas, sin sufrir una excesiva presión externa, ni institucional ni social, como lo acreditan la poca actividad de la Inquisición papal y la escasa normativa gremial de segregación en razón del origen judío. Ello, probablemente, les permitió mantener el grueso del grupo de conversos relativamente intacto.
Inicio de la Inquisición española (1488-1544)
En 1488, cuando todavía vivían algunos de los últimos conversos de 1435, llegaron a Mallorca los primeros inquisidores del nuevo tribunal instituido por los Reyes Católicos, que estaban en proceso de crear un estado-nación sobre la base de la uniformización religiosa. Como en toda la Corona de Aragón, su implantación fue acompañada de quejas y muestras de rechazo general, que de poco sirvieron. Su objetivo central fue la represión del criptojudaísmo, comenzando por aplicar los Edictos de gracia, procedimiento de autoinculpación por herejía que permitía evitar condenas severas.
Por los Edictos de gracia (1488-1492), 559 mallorquines reconocieron prácticas judaicas y la Inquisición obtuvo los nombres de la mayor parte de los judaizantes mallorquines, sobre los cuales, junto con sus familias y sus círculos más próximos, ejercería una durísima actividad punitiva. Posteriormente y hasta 1544 serían reconciliados 239 criptojudíos y se relajaron 537; de estos, 82 serían efectivamente ajusticiados y quemados, y el resto, 455, difuntos o fugitivos, fueron quemados en estatua.
Nueva clandestinidad (1545-1673)
Este periodo se caracteriza por la reducción del grupo por huida de los penitenciados de la época anterior y por la adhesión incondicional al catolicismo de la mayor parte de los que quedaron. Simultáneamente, se comenzaron a extender los estatutos de limpieza de sangre en una parte de las organizaciones gremiales y órdenes religiosas. A pesar de todo, persistió un pequeño grupo remanente del gran colectivo converso mallorquín, concentrado en torno a algunas calles, integrante de organizaciones gremiales y mercantiles específicas, con una marcada y compleja endogamia y, con una parte significativa de sus miembros, practicando clandestinamente el judaísmo.
En esta época, la Inquisición mallorquina dejó de actuar contra los judaizantes, a pesar de tener indicios de prácticas prohibidas. Las causas podrían ser: la participación de la estructura inquisitorial en las banderías internas mallorquinas, la aparición de nuevos fenómenos religiosos como algunas conversiones al Islam y al protestantismo, o el control de la moralidad del clero, pero sin duda también por la adopción de estrategias de protección más eficaces por parte de los criptojudíos, ya que los procesos inquisitoriales posteriores informan que la transmisión de las prácticas religiosas se producía en el ámbito familiar cuando el joven llegaba a la adolescencia y, muy a menudo en el caso de las mujeres, cuando se sabía quién sería su esposo y su opción religiosa.
En este contexto, en 1632 el promotor y fiscal del tribunal mallorquín, Juan de Fontamar, enviaba un informe a la Suprema Inquisición en que acusaba en los criptojudíos mallorquines de treinta y tres cargos, entre los cuales había: la negativa a casarse con cristianos viejos y el rechazo social de los que lo hacían; práctica del secretismo; imposición de nombres del Antiguo Testamento a los hijos; identificación de la tribu de origen y la concertación de matrimonios en función de este hecho; exclusión, en el domicilio, de la iconografía del Nuevo Testamento y la presencia de la del Antiguo; desprecio e insultos a los cristianos; ejercicio de profesiones relacionadas con pesos y medidas con el fin de engañar a los cristianos; obtención de cargos dentro de la iglesia para después burlarse con impunidad; aplicación de un sistema legal propio; realización de colectas para sus pobres; financiación de una sinagoga en Roma donde tendrían un representante; realización de reuniones clandestinas; seguimiento de prácticas dietéticas judías, incluidas las del sacrificio de animales y las de los ayunos; observancia del Sabbat; evitación de los servicios religiosos en el momento de la muerte; e incluso, la realización de sacrificios rituales humanos. Sorprendentemente la Inquisición no actuó en aquel momento.
En torno a 1640, los descendientes de conversos inician un fuerte proceso de ascenso económico y de influencia comercial. Con anterioridad, y con alguna excepción, habían sido artesanos, tenderos y distribuidores al detalle, pero a partir de este momento, y por causas poco explicadas, algunos empiezan a destacar en otras actividades económicas: crean compañías mercantiles complejas, participan del comercio exterior (llegando a controlar, a las vísperas de los procesos inquisitoriales, el 36% del total), dominan el mercado asegurador y la distribución minorista de productos de importación. Por otra parte, las empresas y compañías son participadas, habitualmente, sólo por conversos y destinan parte de sus beneficios a obras de caridad en el seno de la comunidad, a diferencia del resto de la población que acostumbra a hacerlo mediante obras pías a la iglesia.
A causa de la intensa actividad económica exterior se reanudan los contactos con las comunidades judías internacionales, especialmente de Livorno, Roma, Marsella y Ámsterdam, mediante las cuales los conversos tienen acceso a literatura judaica. Se sabe que Rafel Valls, líder religioso de los conversos mallorquines, viajó a Alejandría y Esmirna en la época del falso mesías Shabtai Tzvi, aunque se desconoce si mantuvo algún contacto con él.
Probablemente en este momento se configura un sistema de estratificación social interna —aunque también se afirma que procede de la época judía—, que distinguiría una especie de aristocracia del resto del grupo, más tarde denominados respectivamente orella alta (oreja alta) y orella baixa (oreja baja), y otras distinciones basadas en la religión, la profesión y el parentesco, que acabaría configurando un tejido de alianzas y evitaciones entre apellidos, las cuales tienen una gran influencia en las prácticas endogámicas de la época.
Génesis
Segunda persecución (1673-1695)
Las causas por las cuales la Inquisición volvió a actuar contra los judaizantes mallorquines después de casi 130 años de inactividad, y en una época en que la Inquisición ya estaba en horas bajas, no están suficientemente claras: las necesidades financieras de la corona, la preocupación de sectores económicos decadentes ante el ascenso y dinamismo comercial de los conversos, la reanudación de prácticas religiosas en comunidad, en lugar de limitadas al ámbito doméstico, un rebrote del celo religioso y el juicio contra Alonso López podrían estar entre los factores que influyeron.
Los indicios
Hasta 1670 son muy escasas las referencias concretas a los conversos mallorquines como tales, pero a partir de esta fecha su aparición se hace frecuente en la documentación gremial, fiscal, inquisitorial o en dietarios, lo cual pone de manifiesto la percepción general de la existencia del grupo y, algunas de ellas, anuncian la movilización inquisitorial posterior.
En julio de 1672 un comerciante informaba a la Inquisición de que unos judíos de Livorno le habían pedido referencias sobre los judíos de Mallorca llamados Forteses, Aguilóns, Tarongins, Cortesos, Picons, etc. En 1673 un barco con un grupo de judíos expulsados de Orán por la corona española y con destino en Livorno, hizo escala en la Ciudad de Mallorca. La Inquisición detuvo a un joven de unos 17 años que se hacía llamar Isaac López, nacido en Madrid y bautizado con el nombre de Alonso, el cual de niño huyó a Berbería con sus padres conversos. Alonso se negó a cualquier arrepentimiento y finalmente fue quemado vivo en 1675. Su ejecución provocó una gran conmoción entre los judaizantes, a la vez que fue objeto de gran admiración por su persistencia y coraje. El mismo año de la detención de López, unas criadas de conversos informaron a su confesor del conocimiento que tenían de las ceremonias judaicas que practicaban sus amos, a los cuales habían espiado.
La Conspiración
En 1677, con cuatro años de retraso, la Suprema Inquisición ordenó a la mallorquina actuar sobre el caso de la confesión de las criadas. En las mismas fechas los observantes, como se autodenominaban en referencia al observancia de la Ley de Moisés, se reunían en un huerto de la ciudad donde celebraban el Yom Kipur (día del perdón). Se procedió a la detención de uno de los líderes de la comunidad criptojudía de Mallorca, Pere Onofre Cortès, alias Moixina, amo de una de las criadas y propietario del huerto, junto con cinco personas más. A partir de aquí se procede a detener, en el lapso de un año, a 237 personas.
Ayudados por funcionarios corruptos, los acusados pudieron acordar sus confesiones, dar una información limitada y sólo denunciar el mínimo de correligionarios posible. Todos los acusados solicitaron el retorno a la iglesia y, por lo tanto, fueron reconciliados. Estos procesos son conocidos con el nombre de la conspiración.
Una parte de la pena consistió en la confiscación de todos los bienes de los condenados, que fueron valorados en dos millones de libras mallorquinas las cuales, por las normas inquisitoriales, se debían ingresar en moneda circulante. Se trataba de una cantidad exorbitante (654 toneladas de plata) y, según una protesta del Gran i General Consell de Mallorca, no había tanto numerario en toda la isla. Finalmente en la primavera de 1679 se celebraron cinco Autos de fe, el primero de los cuales fue precedido por la destrucción, y siembra de sal, del huerto donde se reunían los conversos. En ellos se pronunció sentencia condenatoria contra 221 conversos, ante de una multitud expectante. Después, los que tenían condena de prisión, serían llevados a cumplir la pena en las nuevas prisiones que había edificado la Inquisición con los bienes confiscados.
La Cremadissa (quema)
Cumplidas las penas de prisión, una gran parte de los que persistieron en la fe judía, evidenciadas sus prácticas clandestinas, preocupados por la vigilancia inquisitorial y vejados por una sociedad que los consideraba responsables de la crisis económica que provocaron las confiscaciones, decide huir de la isla en pequeños grupos de manera escalonada. Unos pocos lo lograron. En medio de este proceso, un hecho anecdótico precipitó una nueva oleada inquisitorial. Rafel Cortès, alias Cap loco (Cabeza loca), se había casado en segundas nupcias con una mujer de apellido converso, Miró, pero de religión católica. Sus familiares no lo felicitaron por la boda y lo acusaban de malmezclado. Por despecho denunció a algunos de sus correligionarios ante la Inquisición de mantener la fe prohibida. Sospechando que había habido una delación general se acordó una fuga en masa. El 7 de marzo de 1688 un gran grupo conversos se embarcó clandestinamente en un barco inglés con destino a Ámsterdam, pero un repentino temporal impidió la salida y de madrugada volvieron a sus casas. La Inquisición fue advertida y todos fueron detenidos.
Los procesos se prolongaron durante tres años, con un estricto régimen de aislamiento que evitó cualquier componenda, cosa que, junto con una percepción de derrota religiosa por la imposibilidad de escapar, debilitó la cohesión del grupo. El año 1691 la Inquisición, en cuatro autos de fe, condenó a ochenta y ocho personas; de estas, 45 fueron relajadas: 5 quemadas en estatua, 3 sus huesos y 37 efectivamente asesinadas. De estas últimas, tres (Rafel Valls y los hermanos Rafel Benet y Caterina Tarongí) quemados vivos. Lo presenciaron treinta mil personas.
Las condenas dictadas por la Inquisición comportaban otras penas que debían mantenerse durante al menos dos generaciones: los familiares directos de los condenados, así como sus hijos y nietos, no podían ocupar cargos públicos, ordenarse sacerdotes, llevar joyas o montar a caballo. Estas dos últimas penas no parece que se llevaran a cabo, pero las otras siguieron vigentes por la fuerza de la costumbre, más allá de las dos generaciones estipuladas.
Los últimos procesos
Todavía abierto el capítulo procesal, la Inquisición inició —aunque después suspendió— algunos procedimientos contra personas denunciadas por los acusados de los actos de fe de 1691. La mayoría eran difuntos; únicamente se realizó un auto de fe en 1695 contra 11 difuntos y una mujer viva que fue reconciliada. También en el siglo XVIII la Inquisición llevó a cabo dos procesos individuales: en 1718 Rafel Pinya se autoinculpó espontáneamente y fue reconciliado y en 1720 Gabriel Cortès, alias Morrofés, fugitivo en Alejandría y convertido formalmente al judaísmo, fue relajado y quemado en estatua, siendo el último condenado a muerte por la Inquisición mallorquina.
No hay duda de que estos últimos son casos anecdóticos; con los procesos de 1691 la percepción de derrota religiosa y el miedo generalizado hizo imposible el sostén de la fe ancestral y se cumplieron los objetivos inquisitoriales: confiscación de los bienes, sobre todo en los procesos de 1678; escarmentar a los herejes, algo que se prolongó hasta el siglo XX; y someter a los conversos al cristianismo. Es a partir de aquellos hechos cuando se puede empezar a hablar, en su sentido moderno, de los chuetas.