Desde el siglo XVI y principalmente en el siglo XVII y XVIII, se desarrollo en los países de Europa Occidental una abundante producción de escritos que analizaban el clima económico-social de esa época, pero también examinaban el fenómeno del crecido número de pobres que se juntaban en los centros urbanos. Muchos de estos necesitados se convertían en mendigos; otros vivían del hurto en la osociedad y la vagancia.
Como solución a los problemas sociales; se proponían medidas tendientes a moderar el sistema económico de acuerdo con las normas de la justicia y de la caridad, a la vez que a ampliar las fuentes de trabajo para proveer así a las clases populares de sufiientes medios para sostenerse honradamente. No obstante la protección extendida a las clases probres, se vituperaban los abusos de los mendigos fraudulentos y los atropellos de los vagos.
Siguiendo una línea parecida comentar que la población vagabunda y medicante siempre fue de difícil cuantificación, aunqe aumentan en época de crisis. De ella tenemos constancia por las novelas picaresca, que refleja la situación de una parte de la población importante. Estas personas son las que sufren las levas para el ejército, y las leyes de vagos que les oligan a trbajar por poco dinero en obras públicas. Proliferan los conventos donde se ofrece la “sopa boba” y los hospicios para los huérfanos. En ellos se trabaja bajo el control de los gremios en oficios útiles.
Por último y como curiosidad se crearon en España Centros de educación especial en los niveles primarios . Numerosas instituciones de asisttencia, correción y enseñanza para los niños pobres, expósitos y huérfanos, vagabundos y pícaros, surgían en la España del siglo XVI como fruto de la preocupación social de la infancia. La doctrina de Luís Vives de que el Estado, po razón de justicia y no sólo de caridad, había de proteger el niño pobre, coincidía casi en el tiempo con la petición de las Cortes de Castilla (1518-1523) de que los pobres y mendigos se redimieran por el trabajo, prohibiendo la mendicidad. Pero este intento de regular semejantes situaciones no tuvo éxito y el mismo Felipe II en 1565 hubo de admitir la limosna pública, aunque regulando su funcionamiento.