En muchos casos, sobre todo para los soldados rasos: iyac, era una pieza sin mangas que cubría el torso y el abdomen por encima de las rodillas. Por influencia huasteca, un pueblo del noreste, desde mediados del siglo XV los guerreros aztecas de élite llevaban modelos más complejos llamados tlahuizli, una especie de mono que no sólo protegía el torso y espalda, sino también brazos y piernas. Estas armaduras se cerraban anudando los lazos que para ese fin llevaban a la espalda y eran idóneas para fijar en ellas los complejos adornos de los que hacían gala los oficiales y nobles aztecas: estandartes de todo tipo, mosaicos de plumas para los guerreros Águila, o pieles de jaguar para los guerreros Jaguar. Estos guerreros águila y jaguar, además de algunos nobles y generales, llevaban ocasionalmente cascos de madera o magüey que imitaban las cabezas de animales o de dioses, aunque otros las desechaban debido a su incomodidad y a que les reducía la visión, adoptando simples tocados emplumados en su lugar.
Además, los oficiales llevaban a su espalda estandartes sujetos fuertemente mediante arneses en los hombros. Además de señalar el rango de su portador, estos imponentes emblemas de mimbre, a menudo espléndidamente decorados con plumas, banderolas, gemas, plata u oro, tenían una función vital a nivel de comunicaciones. En el fragor de la batalla, permitía a los comandantes localizar las compañías individuales, y también servían como puntos de reunión para los soldados dentro de cada unidad. Su amplia visibilidad, de todos modos, convertía a los oficiales portaestandartes en unos blancos tentadores para todo enemigo. Una de las razones de la supremacía de los españoles sobre los aztecas en las batallas, se debía a la relativa facilidad con que podían desmantelar el sistema de comunicaciones enemigo, y mediante la caballería, penetrar en sus filas y dar muerte a los principales líderes, claramente localizables.