Estas maniobras exigían un alto grado de coordinación, que se conseguía con el riguroso entrenamiento de los varones aztecas al nivel de la institución del calpulli. Una falsa retirada, interpretada por el resto de ejército como auténtica, podía provocar un abandono masivo que llevaba a la catástrofe. Además se necesitaba mucha disciplina para romper el contacto con las fuerzas contrarias y cederles terreno manteniendo a la vez la capacidad de contraataque. Sobre todo porque en esos momentos el enemigo se envalentonaba y redoblaba su presión por lo que, si no se conservaban los nervios bien templados, la huída fingida podía transformarse en desbandada real, de desastrosas consecuencias (recordemos que los pueblos mesoamericanos, en su insaciable ansia de capturar enemigos vivos para el sacrificio, acostumbraban a perseguir al enemigo derrotado). El mítico Genghis Khan, experto en éste tipo de lucha, decía que “simular desorden requiere disciplina, y simular el miedo requiere valor”. Este valor y esta disciplina eran el punto fuerte del ejército azteca. Gracias a su entrenamiento y organización superó a todas las fuerzas rivales que se pusieron a su alcance durante más de cien años.
El objetivo de los ataques de flanqueo y de las maniobras de falsa retirada era conseguir rodear a las fuerzas del enemigo en una posición que les fuera desfavorable. Pero los astutos estrategas precolombinos nunca cerraban completamente el cerco, pues no hay combatientes más fieros que los que luchan sin esperanza. En unas guerras donde la captura significaba la muerte segura en las piedra de sacrificio, aquellos que se veían si posibilidad de escapatoria peleaban con tal bravura que más de una vez habían dado la vuelta al resultado de la batalla, haciendo de la derrota una victoria (lo que demuestra que los aztecas no deseaban tanto el morir en la piedra de sacrificio, como algunos de sus poetas señalaban tanto, siendo probablemente la verdadera causa de éstas canciones la de insuflarles valor a su guerreros). Por eso, para evitar éste vuelco del resultado, los aztecas acostumbraban a dejar, una vez rodeado el enemigo, un pasillo de salida, una puerta de escape que les hiciera volver la cabeza y pensar en la salvación más que en la lucha. Si el número de guerreros era amplio y el hueco por donde retirarse pequeño, podía aparecer el pánico, que fácilmente llevaba a la desbandada general. Ese era, justamente, el momento en que los combatientes derrotados eran más vulnerables. Los mismos guerreros que de haberse visto totalmente perdidos habrían luchado como fieras, eran capturados con facilidad para que regaran con su sangre las gradas del templo de Huitzilopochtli.