Como todo el mundo mesoamericano, la guerra tenía también un complicado ritual, indispensable para conseguir la victoria. En primer lugar era preciso que los sacerdotes encontraran una fecha propicia en los calendarios. Normalmente la temporada de guerras empezaba con las lluvias de invierno, en septiembre. Después se mandaban heraldos que llevaban al enemigo mantas y armas como símbolo de la ruptura de hostilidades. No era extraño que hubiese un lugar prefijado para combatir, sobre todo en las “guerras floridas”. Antes de iniciar la batalla los sacerdotes quemaban copal y el comienzo del ataque se marcaba haciendo sonar caracolas y tambores de madera, además de los gritos de guerra de los combatientes.
La táctica más habitual de los ejércitos mexicas era el ataque frontal con abrumadoras masas de guerreros precedido de una lluvia de proyectiles. A continuación seguía la carga de los guerreros especializados en el combate cuerpo a cuerpo, a los que seguían ayudantes u esclavos con cuerdas para atar los pies y manos del enemigo que su amo pudiera capturar. El principal defecto de este tipo de formación era que no se sacaba todo el partido posible de una gran cantidad de combatientes, pues solamente luchaban los hombres de las primeras filas. Para evitar esto, los mexicas tendían a formar un frente lo más largo posible, por lo que la fuerza más numerosa podía desbordar al enemigo por uno o los dos flancos, o forzarle a desplazar sus tropas hacia las alas de la formación, lo que volvía peligrosamente frágil su centro. Los oficiales, con sus característicos estandartes a la espalda, se movían por la parte trasera de sus unidades, atentos a cualquier fractura o debilidad que se apreciasen en las propias filas o las del enemigo. La información era rápidamente transmitida mediante tambores o silbidos, para que a ese punto acudieran tropas de refresco que taponaran las brechas propias o profundizaran las ajenas hasta dar el golpe de gracia al ejército rival.
Para conseguir una mayor fuerza en el choque, los combatientes mejor preparados por su equipo y experiencia luchaban en las primeras posiciones. Cuando a lo largo de la batalla la fatiga iba restando ímpetu a estos primeros guerreros, otros les sustituían desde atrás. Gracias a éste sistema se podía mantener la presión sobre el enemigo por largos periodos de tiempo, lo que hacía que los combates pudiesen llegar a durar varias horas. El tipo de lucha donde predominaban las armas contundentes, exigía frecuentemente el uso de formaciones abiertas, donde hubiese el espacio suficiente para usarlas. También era frecuente que la batalla derivase hacia una serie de combates individuales, especialmente entre los luchadores de alto rango.