La religión azteca no tenía un salvador de la humanidad, ni cielo o infierno para recompensar o castigar las consecuencias de la conducta humana. Los aztecas y sus antepasados, creían que las fuerzas de la naturaleza obraban para el bien o para el mal en gran manera como lo hace la humanidad, así es que para ellos era lógico personificar a los elementos como dioses o diosas. La práctica del rito traía consigo el ofrecimiento de regalos, las oraciones y la realización de actos simbólicos para inducir a los poderes divinos a obrar por el bien público. Los hombres de talento de la tribu se movilizaban, por decirlo así, para sortear las fuerzas de la naturaleza, investigar cómo operaban y discernir métodos mágicos o rituales para lograr que actuaran a favor del hombre. La religión azteca fue una consecuencia del reconocimiento y temor de las fuerzas naturales, y del intento de dominarlas. El proceso mediante el cual el hombre define estas fuerzas y las gradúa por orden de importancia, constituye tanto una parte de la evolución cultural, como el arte, la mecánica o la organización social. Los aztecas desarrollaron un concepto de relación entre las fuerzas sobrenaturales y el universo, que, supuesta la precisión de nuestro método de pensar, podía haber evolucionado hacia una filosofía sistemática.