El reinado de Juan II convirtió nuevamente a Navarra en simple pieza de un juego donde se ventilaban los intereses de las grandes potencias circundantes.
La tenaz negación de los derechos del heredero Carlos, príncipe de Viana, condujo al estallido violento de las rivalidades nobiliarias (de los Gramont y los Luxa, de los Navarra-Peralta y los Beaumont) en una enconada lucha de facciones que conmovió a todo el país, provocó ingerencias extrañas, comportó la pérdida para siempre de las tierras de Laguardia, y dejó para varias generaciones una triste herencia de odios y resentimientos.
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