Fuente: REVISTA ESPAÑOLA DE SALUD PÚBLICA. Josep Bernabeu-Mestre, Josep Xavier Esplugues Pellicer y María Eugenia Galiana Sánchez. 2007. ISSN 1135-5727
Este artículo cuenta la historia de un comedor benéfico que se abrió en Madrid en 1933 bajo la recomendación del doctor Carrasco para diabéticos pobres, el cual ofrecía una dieta adecuada a esta enfermedad, la cual no podían permitirse estos enfermos por estar compuesta por alimentos de elevado precio.
En el panorama epidemiológico español de los años treinta una de las enfermedades que mostraba mayor crecimiento era la diabetes. Una gran proporción de personas diabéticas vivía en situación de abandono terapéutico, bien por desconocimiento (las diabetes ignoradas), bien por no poder beneficiarse de un tratamiento adecuado.
Este problema sanitario reclamaba una atención urgente por las características de la base alimenticia que seguía la mayoría de los españoles. La dieta estaba basada en pan, patatas, garbanzos, arroz, judías secas, etc., mientras los diabéticos precisaban un régimen integrado básicamente por carnes, huevos, pescados, verduras, quesos, mantequilla, fruta, etc. Como señalaba el doctor Carrasco: muchos diabéticos ni intentan tratarse, porque de antemano saben que no pueden costearse el régimen alimenticio, al cual han de añadir además la insulina.
Entre las posibles soluciones al problema, Carrasco presentaba la alternativa del dispensario-comedor para diabéticos pobres que puso en marcha en Madrid en enero de 1933: la Institución de Asistencia a Diabéticos Pobres. Los diabéticos acudían al comedor para hacer la comida del mediodía y la comida de la noche, horas en que una enfermera inyectaba también las correspondientes dosis de insulina. El comedor-dispensario tenía que convertirse en el eslabón principal de la campaña antidiabética, que en un porvenir no lejano hemos de ver oficialmente establecida y controlada.