Viajar es la única manera posible para llegar a entender el mundo, la vida y a uno mismo.
Uno de los primeros que ya en la Antigüedad que lo tuvo claro y huyó del sedentarismo fue Heródoto. Su curiosidad le hizo visitar y conocer a fondo los pueblos vecinos del Mediterráneo, sus gentes, sus costumbres, su historia reciente. Para evitar además que situaciones de conflicto del pasado cayeran en el olvido, el historiador de Halicarnaso nos dejó a través de su obra un singular testimonio acerca del valor de la diversidad cultural, así como de la importancia que posee el conocimiento de los aspectos esenciales y universales de la condición humana.
Su mensaje sigue teniendo una enorme actualidad, por desgracia. Sin irnos a montañas lejanas o desiertos remotos como los que hay en Arizona, basta mirar nuestro patio para ver lo poco que hemos avanzado. En Alemania la canciller Ángela Merkel declaraba recientemente, en un acto ante las organizaciones juveniles de su partido, la Unión Demócrata Cristiana, que “el concepto de sociedad multicultural alemana, ha fracasado”. A su entender el fracaso se ha producido porque los trabajadores extranjeros que llegaron a su país en los años 60 para trabajar al final no sólo no se han marchado, sino que, por si fuera poco, no se han integrado en la cultura germana ni han aprendido siquiera el idioma del país.
Cuando hemos logrado, al menos en los reducidos límites de Europa, que no sólo se puedan mover libremente las mercancías, sino también las personas, Sarcozy se dedica ahora a repatriar a rumanos y búlgaros de etnia gitana, aludiendo a razones de política de seguridad, aunque en realidad fomentando el racismo para ganar popularidad entre el electorado más radical.
¿Y qué decir de la Plataforma per Catalunya, con un ultraderechista, católico y xenófobo candidato a la Generalitat?
Cuánto mejor iría todo si hicieran como Kapuscinski, que cruzó una y otra vez la frontera acompañado de los edificantes relatos del padre de la historiografía. El autor polaco vio las maravillas y miserias del mundo contemporáneo y nos dejó algunas claves para entender y disfrutar de nuestro entorno, sin fobias, sin credos. Hablando, por ejemplo, de la Gran Muralla china, en su novela Viajes con Heródoto, nos dice:
“La muralla no sirve sólo para defenderse. Al tiempo que protege de la amenaza que acecha desde el exterior permite controlar lo que sucede en el interior. Al fin y al cabo, en una muralla hay aberturas, puertas y verjas. O sea, al vigilar estos lugares controlamos quién entra y quién sale, hacemos preguntas, comprobamos la validez de los salvoconductos, apuntamos nombres y apellidos, escrutamos los rostros, observamos, lo grabamos todo en la memoria. Así que la muralla es a la vez escudo y trampa, mampara y jaula.
Su peor característica consiste en que engendra en mucha gente la actitud de defensor de la muralla, crea una manera de pensar en la que todo está atravesado por esa muralla que divide el mundo en malo e inferior: el de fuera, y bueno y superior: el de dentro. Por añadidura, ni siquiera hace falta que ese defensor esté físicamente presente junto a la muralla, puede permanecer bien lejos de ella, pero basta que lleve dentro su imagen y obedezca las reglas que su lógica imporne.”
Con una clara tendencia humanista Kapuscinski nos invita a superar el provincianismo tanto de espacio, a través del viaje, como el temporal, mediante la lectura. Y hace incapié en la necesidad de recuperar la curiosidad de la infancia. Es así como Heródoto
“con su entusiasmo y apasionamiento de niño, parte en busca de esos mundos. Y descubre algo fundamental: que son muchos y que cada uno es único. E importante. Y que hay que conocerlos porque sus respectivas culturas no son sino espejos en los que vemos reflejada la nuestra. Gracias a esos otros mundos nos comprendemos mejor a nosotros mismos, puesto qu eno podemos definir nuestra identiad hasta que no la confrontamos con otras.”