1. Crítica filosófica a la historia como ciencia
Desde finales del siglo XIX, diversos pensadores realizaron críticas al método y la concepción positivista de la historia con argumentos basados en la filosofía y la teoría del conocimiento. Trataron de desprestigiar a los historiadores positivistas y ya en el siglo XX rechazaron el carácter científico de la historia.
Los filósofos críticos pusieron en duda diversos aspectos de la historiografía:
- Manifestaron sus dudas sobre si la acumulación inductiva de hechos históricos incrementaba de forma proporcional el conocimiento histórico, lo que acabó dando lugar a un pesimismo cognoscitivo en la investigación histórica.
- Dudaron de la existencia de leyes naturales relacionadas con la evolución histórica de las sociedades, lo que condujo a una negación de cualquier ley histórica.
- Publicaron sus dudas sobre la posibilidad de que la historia pudiese generar un conocimiento objetivo similar al de la naturaleza, ya que el conocimiento del pasado estaba condicionado por el presente. Ello produjo una negación total de la naturaleza científica de la historia.
A los ojos de los filósofos, los hechos del pasado eran solo fenómenos sueltos e independientes, cuyas causas y consecuencias no se podían establecer. Por ello, en su opinión, los historiadores únicamente habían de dedicarse a explicar dichos sucesos de forma cronológica, sin interpretarlos. Solo estaban capacitados para reflexionar sobre el pasado los propios filósofos.
Los principales inspiradores de la crítica al método y la concepción de la historiografía positivista fueron los filósofos Henri Bergson, Edmund Husserl y Ernest Cassirer.
- Henri Bergson (1859-1941) presentó el mundo como una totalidad en movimiento: “la evolución requiere que el presente sea realmente una continuación del pasado, exige que la duración sea un lazo de unión”.
- Edmund Husserl (1859-1939), formulador de la fenomenología, representa la reflexión lógica antiempirista sobre la ciencia. Defendía que el objeto cognoscitivo no puede ser aprehendido pasivamente, sino que es algo constituido por el papel “creativo” de un acto cognoscitivo.
- Ernst Cassirer (1874-1945), de tendencia neokantiana, consideraba la cultura, no como una acumulación de hechos y fenómenos individuales, sino como un todo que tiene una estructura lógica específica, que es una construcción mental: “lo que la memoria conserva de los hechos y procesos se convierte en una recolección histórica solo cuando sabemos transformarlos y meterlos en nuestro interior”.
Los principales representantes de la crítica antipositivista de la Historia, basada fundamentalmente en el relativismo, fueron Wilheim Dilthey, George Simmel, Benedetto Croce, Heinrich Rickert, Max Weber y Karl Popper. Todos ellos hicieron hincapié en las diferencias existentes entre las posibilidades del conocimiento de la naturaleza y el conocimiento del medio social.
Wilheim Dilthey
Wilheim Dilthey (1833-1911) consideraba que los métodos de las “ciencias de la naturaleza” no se podían aplicar a las “ciencias del espíritu”, como la Historia, el Derecho o el Arte. Pensaba que el conocimiento histórico era relativo, ya que dependía de la imagen subjetiva del pasado que el historiador se formaba desde un “presente” en el que el sistema de valores era diferente. La construcción histórica dependía, por consiguiente, tanto de la experiencia propia del historiador, como de su comprensión de la realidad pasada. Concedía un gran valor a las biografías elaboradas por los historiadores y consideraba que las autobiografías de los personajes históricos eran las fuentes más valiosas de información para la construcción histórica.
George Simmel
George Simmel (1858-1918) pensaba que la Historia es un producto de la mente y la experiencia del historiador, por lo que era imposible tener un conocimiento objetivo del pasado.
Benedetto Croce
Rasgos biográficos.
Benedetto Croce (1866-1952) fue una de las más importantes figuras intelectuales de la Italia de la primera mitad del siglo XX. Fue escritor, filósofo, periodista, historiador y político. De origen acomodado, se dedicó a la cultura, realizando diversos estudios sobre historia, filosofía y arte. En 1910 fue nombrado senador. Criticó abiertamente la participación italiana en la Primera Guerra Mundial, lo que, al terminar la contienda, reafirmó su prestigio político. Ocupó el cargo de ministro para la Instrucción Pública entre 1920 y 1921, durante el último gobierno de Giovanni Giolitti. Tras el asesinato del político socialista Giacomo Matteoti en 1924 rompió con el movimiento fascista, alejándose de la vida política. En 1938 publicó su obra La historia como hazaña de la libertad. Acabada la Segunda Guerra Mundial, volvió a la escena política para tratar de mediar entre los partidos antifascistas. En 1946 fundó el Instituto Italiano para los Estudios Históricos. En 1948 fue nombrado senador. En 1949 publicó el resumen de su pensamiento en Filosofía e historiografía. Murió en 1952 siendo uno de los personajes públicos más respetados de Italia.
Pensamiento.
Concepción de la Historia.
Como uno de los máximos representantes del historicismo que reaccionó contra el positivismo, Croce piensa que el método científico-experimental no es aplicable a la historia, ya que esta no es ni universal ni objetiva. Al contrario, es subjetiva y relativa.
La historia es el resultado de una creación subjetiva del historiador, condicionada, además, por los valores de la época en que vive, de su presente. Toda producción histórica es “presentista”. Por ello, es imposible el conocimiento objetivo del pasado. Al tratarse de una creación de historiador, Croce afirmaba que la historia, más que “historia-ciencia”, es “historia-arte”.
Además, al contrario que la ciencia, que tiene por objeto lo universal, lo abstracto, la historia narra los sucesos concretos e individuales, sin presuponer la existencia de un diseño preestablecido o providencialista del curso histórico. Oponiéndose a Hegel y de acuerdo con Giambattista Victo y su principio del “verum-factum” (lo verdadero es el hecho concreto), Croce cree que la historia es el resultado de las acciones de los hombres, movidos por ideales.
Crítica del marxismo.
Por otra parte, el pensamiento de Croce recibió la influencia de uno de sus profesores, el socialista Antonio Labriola, a quien dedicó su obra Materialismo histórico y economía marxista (1900). En ella, Croce explicaba que el materialismo histórico, con su acento en el sustrato económico de la sociedad, puede servir al historiador para interpretar y comprender mejor la Historia.
En cuanto a la obra de Marx, El Capital, Croce afirmaba que no puede ser considerado una descripción histórica ni un tratado de economía, ya que creía que contenía errores desde el punto de vista de la ciencia económica:
- Creía erroneo que la doctrina de la plusvalía no tuviese en cuenta la parte del capital en la formación del valor de una mercancía.
- Consideraba también un error la definición del modelo ideal de una sociedad en la que el valor era equivalente al trabajo. (A finales del siglo XIX, la escuela austriaca marginalista, fundada por Carl Menger, contraponía a la teoría del valor-trabajo la de que el valor de una mercancía dependía de su capacidad para satisfacer cualquier necesidad y también de su mayor o menor escasez o disponibilidad).
Consideraba El Capital una construcción hipotética y abstracta de carácter sociológico y comparativo, encaminada a esclarecer las condiciones del trabajo en la sociedad y la formación del provecho del capital. De un sistema de proposiciones tan generales, le parecía imposible deducir el programa social o político del marxismo.
Para Croce, el socialismo se fundaba en un imperativo moral, aproximándose así a la interpretación neokantiana del marxismo que circulaba en la socialdemocracia alemana de aquel momento.
Identificación entre filosofía e historia.
Por otra parte, Croce identificaba filosofía e historia. Influido por Vico, afirmaba que el conocimiento histórico coincide con el conocimiento. La filosofía, en cuanto conocimiento de la realidad, coincide con la historia, ya que la realidad es historia. Además, toda filosofía está siempre históricamente condicionada y cambia históricamente: no existe, pues, una filosofía definitiva o una metafísica consistente en el conocimiento de la verdad suprahistórica y última.
Heinrich Rickert
Heinrich Rickert (1863-1936) no estaba interesado en la naturaleza de la materia de la investigación histórica, sino en su metodología orientada hacia los hechos históricos.
Max Weber
La reflexión sobre la metodología de las ciencias sociales alcanzó su máximo nivel con Max Weber (1864-1920).
Este sociólogo alemán analizó el método científico y defendió la necesidad de realizar una estricta distinción entre el establecimiento de los hechos empíricos y las valoraciones realizadas sobre ellos.
En relación con la historia, buscó una vía intermedia entre los planteamientos de los historiadores y los filósofos.
Su mayor innovación metodológica a la historiografía fue la propuesta de construcción de los llamados “tipos ideales”, conceptos generales creados artificialmente por los historiadores para facilitar la construcción histórica a partir de los sucesos aislados. Un ejemplo de tipo ideal podría ser el concepto “Renacimiento”, que se refiere más a un modelo que a una realidad o a un conjunto de hechos históricos. Según Weber, la tarea del historiador había de consistir en comparar la realidad con los tipos ideales. Estos conceptos habían de servirle al historiador como leyes generales.
Karl Popper
Kart Popper (1902-1994) realizó una dura crítica al historicismo en La sociedad abierta y sus enemigos. La obra fue escrita por este filósofo y sociólogo judío, de origen austríaco y nacionalidad británica, durante la Segunda Guerra Mundial, en Nueva Zelanda, donde vivió exiliado durante unos años huyendo de la amenaza nazi.
Popper critica el historicismo porque este sostiene que el desarrollo de la Historia está determinado por leyes generales de cumplimiento necesario. Popper interpreta que cualquier historiador que conozca dichas leyes podría predecir el futuro y conocer las medidas adecuadas para promover el éxito de proyectos políticos que podrían ser totalitarios. Popper pensaba que las teorías historicistas eran utilizadas para impedir el desarrollo de la sociedad abierta.
Su crítica intenta destruir las bases metodológicas del historicismo, demostrando que no se puede utilizar el método de las ciencias naturales para la construcción histórica. Para ello, alega diversas razones:
- Niega la posibilidad de formular leyes generales, universales y objetivas en la historia.
- Defiende que en el proceso de construcción histórica, el historiador realiza una selección limitada, personal y subjetiva de los hechos a narrar, por lo que su teoría no puede ser una explicación universal.
- Opina que las fuentes documentales utilizadas por los historiadores son también subjetivas, lo que incide negativamente en su grado de credibilidad y en su validez universal.
- Las fuentes históricas son limitadas e incontrastables (por haber sido creadas en el pasado).
- Las fuentes solo permiten realizar interpretaciones del pasado; no permiten a los historiadores conocerlo directamente. Las interpretaciones no pueden ser definitivas ya que reflejan los puntos de vista de los historiadores, y estos pueden ser contrarios.
Por todos estos motivos, Popper sostenía que los historiadores no pueden escribir una historia universal de la Humanidad y que no tenía ningún sentido la historiografía historicista basada en el reconocimiento y la formulación de leyes históricas generales.
Conclusión
La principal aportación de estas críticas filosóficas fue la idea de que la historiografía había de seguir un método distinto al utilizado en las ciencias de la naturaleza porque la historia se ocupaba de hechos individuales no recurrentes y, además, el historiador no podía obviar los valores subjetivos y sociales de su época (“presentismo”) al abordar el estudio del pasado.
A partir de estos planteamientos fue surgiendo la idea de estructura, entendida como una construcción ideal en la que concurren diferentes variables que es posible analizar (geografía, economía, engranajes sociales, sistemas de valores, etc.), y cuya formulación más avanzada estaría representada por la corriente de los Annales.
El resultado fue una drástica reducción de las pretensiones de universalidad y objetividad propugnadas inicialmente por el historicismo y la extensión de la concepción de la historia como arte.
2. Los modelos macroteóricos: de Spengler a Toynbee
En esta tradición de reacción ante el empirismo positivista narrativo aparecieron los “macroteóricos” de la historia universal, como Spengler, con su obra La decadencia de Occidente, y Toynbee, con su tratado Estudio de la Historia.
Oswald Spengler
Oswald Spengler (1880-1936) fue un filósofo y matemático alemán. Tuvo una formación inicial voluntariamente autodidacta. Se doctoró en filosofía en 1904 y ese mismo año comenzó a trabajar a disgusto como profesor de ciencias en centros de enseñanza secundaria. Una pequeña herencia a la muerte de su madre le permitió en 1911 retirarse de la docencia para dedicarse a la escritura, colaborando con diversos periódicos. En 1918 y 1922 publicó los dos volúmenes de su ensayo La decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal, una obra que le dio una gran popularidad. Tras la derrota de Alemania en 1918 se declaró adversario de la democracia y expuso sus planteamientos políticos en obras como Prusianidad y Socialismo o La regeneración del Imperio Alemán. Durante la República de Weimar actuó como ideólogo de la derecha monárquica nacionalista, antirrepublicana y antisocialista. No escondió cierta simpatía hacia los nazis, hasta su llegada al poder en 1933. No obstante, acabó distanciándose de Hitler y el nacional-socialismo tras la “Noche de los cuchillos largos”, en 1934. En sus últimos años se dedicó a escribir sobre las grandes civilizaciones de la historia universal. Murió en 1936.
La aportación principal de Spengler se encuentra en su ensayo La decadencia de Occidente: la construcción de un sistema filosófico en el que ofrecía una particular explicación de la historia de la cultura humana.
Para comprender el éxito que obtuvo la publicación en su tiempo es necesario conocer la situación que se vivía en la Alemania de aquella época. El resultado adverso de la Primera Guerra Mundial generó una ola de pesimismo en el pueblo alemán. El desánimo general era tal que el propio Sigmund Freud, que había perdido un hijo en la contienda, especulaba en su ensayo Más allá del principio del placer sobre la existencia de un instinto mortal que empujaba a los seres vivos hacia la destrucción y la muerte con no menos fuerza que el instinto sexual que les empujaba a la vida.
El primer tomo de La decadencia de Occidente fue publicado en 1918. Era una reflexión teórica sobre los fundamentos del pensamiento, el arte y la política a través de todas las civilizaciones. Los lectores alemanes creyeron ver en la obra la explicación directa de la catástrofe que acababan de sufrir, lo que la convirtió en un tremendo éxito de ventas, con 53.000 ejemplares vendidos entre 1918 y 1922. Justo en ese año, Spengler publicó la segunda parte del ensayo, que trataba exclusivamente de los problemas de la Alemania contemporánea, y se realizó una tirada inicial de 50.000 ejemplares. La obra le dio a Spengler una celebridad inmediata y desencadenó debates y polémicas en los círculos científicos y literarios.
Entre las fuentes de inspiración del ensayo, el propio Spengler destacó la crisis de Agadir (en 1911, un buque cañonero alemán fondeó en el puerto marroquí de Agadir, desafiando a las autoridades francesas; el asunto terminó con un fiasco diplomático para Alemania). Spengler consideró que el suceso era una señal anunciadora de una guerra inminente por el dominio del mundo.
No obstante, el objetivo de Spengler en la obra trascendía por completo de la catástrofe nacional alemana. De hecho, con la expresión ‘decadencia’ no se refería a ninguna crisis concreta y aislada, sino a un largo proceso de declive de la cultura occidental que consideraba irreversible.
El descubrimiento de esta decadencia de Occidente se insertaba en el contexto de una nueva y revolucionaria visión de la historia de la Humanidad, que se alejaba de la concepción positivista y buscaba encontrar el verdadero objeto histórico en la cultura.
Pero, además, para Spengler, la Historia universal no era únicamente la de la cultura occidental, ni sus unidades principales eran las grandes naciones europeas, como sostenía Hegel, sino las grandes culturas de la Humanidad, cuyo número cifraba en ocho: la egipcia, la babilonia, la india, la china, la clásica, la arábiga, la maya y la occidental.
Aunque el título del ensayo apuntaba al análisis de la decadencia de la cultura occidental, Spengler quiso exponer una filosofía consistente en una morfología comparativa de la Historia universal. En esta idea de la morfología histórica se puede apreciar la influencia de Goethe, a quien el “macroteórico” veneraba, pues este había analizado previamente la morfología de los seres vivientes del mundo vegetal. Spengler sostenía que las culturas son las unidades orgánicas protagonistas de la Historia y que, al igual que las plantas, nacen, crecen, maduran y mueren.
Esta orientación historiográfica desacreditaba por mezquina y egocéntrica la generalmente aceptada reducción de la Historia universal a la de Occidente, con sus edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Así mismo, suponía oponer a esta visión unilateral y parcial del desarrollo de la historia otra más amplia y enriquecedora, que incorporaba el pluralismo de las diversas culturas, y también proclamar el relativismo cultural, reconociendo las verdades particulares de cada cultura, sin que ninguna de ellas tuviese la verdad absoluta.
Spengler denominaba “sistema ptolemaico” de la Historia al sistema tradicional y “descubrimiento copernicano” al sistema que planteaba en su obra.
El pensador buscaba rasgos comunes en los fenómenos históricos de las diferentes culturas, para probar la existencia de evidencias de un desarrollo cíclico común, que pudiese servir de base para realizar predicciones. Dichos rasgos comunes son los elementos que componen cada cultura: las mentalidades colectivas, las expresiones artísticas, las técnicas productivas, las instituciones políticas, y las creaciones intelectuales y materiales.
En cuanto a la decadencia de Occidente, Spengler creía que el alma de la cultura clásica era “apolínea” y que el elemento que la simbolizaba era el espacio, sede de la geometría euclidiana y de la arquitectura y escultura antiguas. Contrariamente, el alma de la cultura occidental era “fáustica” y su rasgo fundamental era la búsqueda incesante a lo largo del tiempo de algo inaccesible, la infinitud. Spengler afirmaba que la cultura occidental, que vivió su infancia durante el Medievo cristiano y su fase de esplendorosa madurez en la época del Barroco moderno, se encontraba en esos momentos en su fase de decadencia o de “civilización”, que es el nombre específico que le asignaba a las culturas declinantes. Para Spengler, la “civilización” era el destino inevitable de una cultura. Y ponía como ejemplo la degradación de la cultura griega bajo la forma de la civilización romana.
Consideraba que las causas de la decadencia de la cultura occidental eran, por analogía con el declive del Imperio Romano, las siguientes: el triunfo de la demagogia como democracia, la idolatría del dinero y la proliferación del imperialismo, iniciado en la época de Napoleón.
Arnold J. Toynbee
Arnold Joseph Toynbee (1889-1975) nació en Londres. Se licenció en estudios clásicos por la Universidad de Oxford en 1911. Tras terminar la carrera pasó un breve período en la Escuela Británica de Atenas, lo que le permitió tomar contacto con el mundo clásico y conocer la evolución de las culturas del Egeo, con su esplendor y su decadencia. Regresó a Inglaterra en 1912 y comenzó a trabajar como profesor en el Balliol College de la Universidad de Oxford. De modo paralelo a su carrera académica, durante la Primera Guerra Mundial, Toynbee desempeñó diversos cargos en el Ministerio de Asuntos Exteriores británico, lo que le llevó a conocer el Próximo Oriente o a actuar como legado de Gran Bretaña en la Paz de Versalles. Acabada la guerra, fue designado profesor de Estudios Griegos y Bizantinos en la Universidad de Londres, centro en el que a partir de 1924 trabajó como profesor investigador de Historia internacional. En 1925 fue nombrado director de investigaciones de Historia internacional en la Escuela de Economía de Londres y director del Real Instituto de Relaciones Internacionales. En 1937 ingresó en la Academia Británica. En 1955 se jubiló y dedicó la última parte de su vida a viajar y a dar conferencias por todo el mundo. Murió en 1975 a los 86 años.
De su abundante producción historiográfica destacan los 12 volúmenes de su obra monumental Estudio de la Historia (A study of History), redactados entre 1934 y 1961. En ella, siguiendo los pasos iniciados por Spengler, Toynbee partió de tres premisas:
- Presentó la Historia como una sucesión de civilizaciones, en contraposición a la tendencia de la historiografía académica del siglo XIX, que consideraba a las entidades políticas como la unidad de análisis y construcción histórica. Toynbee define las civilizaciones como unidades culturales que incluyen variados pueblos o naciones que tienen un mismo conjunto de creencias básicas.
- Rechazó el protagonismo histórico excesivo de la civilización occidental, incidiendo en el pluralismo cultural.
- Rechazó la división de la historia por períodos temporales o “edades”.
Toynbee propuso una filosofía de la historia, esto es, presentó una visión sistemática y unificadora de la Historia de la Humanidad. Sin mucho rigor metodológico, realizó un estudio comparativo de una veintena de civilizaciones que, según él, componían la Historia universal, analizando sus respectivas fases de nacimiento, crecimiento, decadencia y desintegración.
- Fase de nacimiento.
- Toynbee consideraba que la interacción entre reto y respuesta constituía el germen fundacional de las civilizaciones. Observó que el origen de todas las civilizaciones podía hallarse en una respuesta ofrecida por la población en conjunto, dirigida por una minoría elitista con capacidad creativa, para superar un reto natural o social, interno o externo, al que esa población estaba sometida. Por ejemplo, según Toynbee, el reto de la civilización egipcia fue dominar el clima y las crecidas del Nilo para generar riqueza económica, hecho que logró una minoría elitista, representada por el faraón y la casta sacerdotal, “respondiendo” con la creación de un sistema de canales y riegos que permitió el auge de la agricultura.
- Toynbee llamó “civilizaciones abortadas” a aquellos pueblos que no pudieron dar una respuesta creativa y satisfactoria al reto que se les planteó.
- Fase de crecimiento.
- El crecimiento de una civilización dependía también de la respuesta creativa a los nuevos retos que se iban presentando a lo largo de su historia.
- Las civilizaciones que no consiguieron resolver los problemas fueron denominadas por Toynbee “civilizaciones detenidas”, que nacieron pero se estancaron en la fase inicial de su evolución.
- Por otra parte, Toynbee señaló que una consecuencia directa del crecimiento era la aparición y el crecimiento progresivo de la espiritualidad (y la religión) en la civilización, un elemento que presentaba como fundamental para la cohesión del pueblo.
- Fase de decadencia.
- Toynbee creía que la decadencia de una civilización no tenía por qué terminar en su desintegración, ya que el relevo de las minorías creadoras podía permitir la solución de los retos causantes de la decadencia. No obstante, si el reto no era resuelto, la civilización iniciaba su desintegración.
- La decadencia podía ser pasiva (mantenimiento de instituciones inútiles con peso histórico previo) o activa (militarismo suicida).
- Fase de desintegración.
- Según el teórico británico, el resultado de la desintegración podía ser la formación de una sociedad más simple y uniforme (sin rasgos distintivos respecto a otras civilizaciones) o, incluso, su disolución y extinción.
- La decadencia producía un doble cisma, espiritual y social. La separación social se apreciaba en la existencia de tres elementos: la minoría dominante (que había perdido su creatividad y mantenía el poder por medios militares y policiales), el proletariado interno (la masa de esclavos que no podía liberarse de la opresión de la minoría) y el proletariado externo (la horda de bárbaros que remataba la civilización).
- El proceso de desintegración de una civilización se produce en varios tiempos:
- Tiempo de angustias, en el que un grupo de estados de la civilización se enfrentan entre sí en guerras fratricidas.
- Estado universal, que uno de los grupos contendientes o un conquistador extranjero impone a la civilización.
- Interregno, en el que el estado universal se desintegra, dando paso a reinos bárbaros que terminan de consumir la civilización por completo.
Toynbee contemplaba la existencia de contactos entre civilizaciones:
- Dos civilizaciones coetáneas podían entrar en contacto entre sí, generando relaciones de reto y respuesta, que solían dañar a una de ellas. Por ejemplo, la civilización andina fue sometida a la occidental.
- Por otra parte, la cultura de una civilización ya desaparecida podía ser “restaurada” por una civilización filial, por medio de un “Renacimiento”. Toynbee señala como ejemplos los renacimientos de la civilización helénica en la occidental (como la restauración del Sacro Imperio Romano Germánico o el propio Renacimiento cultural) o en la cristiana-ortodoxa (el Imperio Bizantino).
Para Toynbee, las civilizaciones que habían de ser objeto de la Historia universal eran las siguientes:
- Americanas: Andina, Chibcha, Maya, Yucateca, Mexicana.
- Asiáticas: Shang, Sínica, China, Japonesa-Coreana, del Indo, Índica, Hindú, Sumeria, Babilónica, Hitita, Siríaca, Arábiga, Iránica, Islámica, Estepárica (detenida), Otomana (detenida).
- Africanas: Egipcia.
- Europeas: Cretense-Minoica, Helénica, Espartana (detenida), Occidental, Cristiana-Ortodoxa Bizantina, Cristiana-Ortodoxa Rusa, Cristiana del Lejano Occidente (celtas, abortada), Cristiana del Lejano Oriente (nestorianos, abortada).
- De Oceanía: Polinésica (detenida).
- Otras: Esquimal (detenida).
De todas ellas, Toynbee reconocía que solo cinco pervivían en su tiempo: la Occidental, la Cristiana-Ortodoxa Rusa, la Islámica, la Hindú y la del Lejano Oriente.
Otro logro de Toynbee fue romper con la tradicional concepción lineal o evolutiva de la Historia. Creía que las fases de una civilización no debían verse en un plano continuo, sino que la Historia se caracterizaba por la alternancia de ritmos. A un período de creatividad, podía seguirle otro de decadencia y agotamiento, para volver a otro período de creatividad. Es decir, la decadencia no había de ir seguida inevitablemente por la desintegración; si la minoría creativa lograba responder al reto que se le planteaba, podía sobrevenir otro período de crecimiento. Por tanto, la capacidad de respuesta a los retos a los que se iba enfrentando una civilización era la clave de la evolución histórica. El ocaso de una civilización se producía cuando la élite dirigente impedía de forma tiránica la creatividad de otros grupos y no daba respuestas a los retos que se presentaban.
Toynbee señalaba como principales elementos destructores de las civilizaciones el militarismo y el nacionalismo. Y, al contrario, afirmaba que la espiritualidad era el elemento fundamental para la cohesión de la civilización. Y ponía como ejemplo el cristianismo en la civilización occidental, que había actuado como fuerza disgregadora del militarismo y el nacionalismo, con sus ideales de paz y universalidad.
Las macroteorías de Spengler y Toynbee presentan semejanzas y diferencias:
- Semejanzas:
- La obra de Spengler influyó en la de Toynbee en la rigurosidad filosófica de los procedimientos de análisis.
- Ambas obras tienen relación con el tiempo en que fueron escritas: sobre Spengler influyó el contexto de la Primera Guerra Mundial y sobre Toynbee el período de entreguerras.
- En los dos tratados se centra el estudio histórico en las civilizaciones.
- Diferencias:
- Spengler opinaba que la decadencia de una civilización era inevitablemente el paso previo a su desaparición.
- Toynbee pensaba que la desaparición de una civilización en decadencia podía evitarse si sus miembros conseguían responder de forma positiva a los retos que se les presentasen.
Las ideas de Toynbee han sido continuamente revisadas a lo largo del siglo XX. Las principales críticas han tratado sobre los siguientes temas:
- La importancia que concede a la espiritualidad para evitar la decadencia de las civilizaciones.
- La acusación de que el nacionalismo es uno de los principales enemigos de cualquier civilización.
Pese a ello, el marco teórico descrito por el historiador británico permanece como una de las cumbres de la historia del pensamiento europeo.
3. Aportaciones contemporáneas de la filosofía a la historia
Francis Fukuyama: El fin de la Historia y el último hombre
Francis Fukuyama (1952-) es un politólogo estadounidense de origen japonés. En 1992 publicó un controvertido libro, El fin de la Historia y el último hombre, en que defiende dos tesis:
- Que el liberalismo político y económico ha vencido a las ideologías totalitaristas.
- Que la democracia se generalizará como forma de gobierno.
Para el autor, la Historia “ha terminado”, es decir, que han terminado la lucha de las ideologías y la evolución de las formas políticas y el hombre ha alcanzado con ello el bienestar material y el reconocimiento universal de la dignidad como individuo, gracias al apoyo del derecho y la justicia: es el “último hombre”.
Fukuyama señala algunos obstáculos que se oponen al progreso económico, la libertad política y el la garantía de la dignidad de las personas:
- El deseo de reconocimiento de una confesión religiosa, una nación o una cultura.
- El hecho de que el modelo económico liberal capitalista genera desigualdades, “pobrezas relativas”.
- El deseo humano individual de ser reconocido como superior.
Samuel P. Huntington
Samuel Phillips Huntington (1927-2008) fue un politólogo estadounidense, profesor de la Universidad de Harvard. Es conocido por sus tesis sobre los conflictos sociales futuros.
En 1993, Huntington publicó en la revista Foreing Affairs un artículo titulado “¿El choque de las civilizaciones?” (“The Clash of Civilizations?”), en respuesta a las tesis de Francis Fukuyama, que sostenía que el mundo se aproximaba al fin de la historia gracias al triunfo de la democracia. El artículo abrió un importante debate sobre las relaciones internacionales. Posteriormente, en 1996, Huntington extendió sus tesis en el libro El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (The Clash of Civilizations and the Remaking of the World Order).
Huntington retomó el concepto de choque de civilizaciones, introducido en la Filosofía de la Historia, por Toynbee, afirmando que los principales actores políticos del siglo XXI serían las civilizaciones, en lugar de los estados-nación, y que los principales conflictos serían los que enfrentasen a civilizaciones (no a ideologías, ni a estados). Aunque los estados seguirán siendo los actores más poderosos del panorama internacional, los principales conflictos de la política global ocurrirán entre naciones y grupos de naciones pertenecientes a distintas civilizaciones. El choque de civilizaciones dominaría la política global.
Huntington cree que las líneas de fractura entre las civilizaciones son casi todas religiosas:
- La civilización occidental está formada principalmente por países de tradición cristiana de Europa y Norteamérica. Incluye dos “subcivilizaciones”:
- El mundo cristiano-ortodoxo de Europa oriental y Rusia.
- El mundo católico de América Latina.
- El mundo musulmán del Oriente Medio, el Magreb, Somalia, Afganistán, Pakistán, Malasia e Indonesia.
- El pueblo judío con centro histórico en Israel, pero deslocalizado por la diáspora.
- La civilización hindú, localizada fundamentalmente en la India.
- La civilización sínica de la China, Vietnam, Singapur, Taiwán y la diáspora china en Asia, el Pacífico y Occidente.
- La civilización japonesa.
- El África sub-sahariana.
- Las áreas budistas del norte de la India, Nepal, Bután, Mongolia, Birmania, Tailandia, Camboya, Laos y el Tíbet.
Huntington argumenta que desde el final de la Guerra Fría, los conflictos mundiales más destacados han tenido lugar en las fronteras entre civilizaciones; cita como ejemplos las guerras que llevaron a la desintegración de Yugoslavia, la guerra de Chechenia o los conflictos recurrentes entre la India y Pakistán.
También afirma que los conflictos entre civilizaciones son inevitables, puesto que cada una cuenta con sistemas de valores significativamente distintos. Argumenta que el crecimiento de nociones como la democracia o el libre comercio desde el fin de la Guerra Fría solo ha afectado realmente a la cristiandad occidental, mientras que el resto del mundo ha intervenido escasamente.
Huntington también arguye que el nivel de crecimiento de Asia Oriental hará de la civilización sínica un poderoso rival de Occidente. También establece que el crecimiento demográfico y económico de otras civilizaciones hará que el sistema de civilizaciones sea mucho más multipolar que el que existe actualmente.
Huntington clasifica a las civilizaciones islámica y sínica como rivales de la occidental y etiqueta a la ortodoxa, la hindú y a Japón como civilizaciones “oscilantes” (swing civilizations). También afirma que Rusia y la India continuarán cooperando estrechamente en tanto que China y Pakistán continuarán oponiéndose a la India. Huntington argumenta que una conexión islámico-confuciana está emergiendo (cita la colaboración de China con Irán, Pakistán y otros países para aumentar su influencia internacional).
El pensamiento de Huntington ha recibido diversas críticas:
- Se ha puesto en duda la unidad interna de las civilizaciones, argumentando que existen muchas fracturas internas. Por ejemplo, Vietnam se defiende de China; el mundo islámico está fracturado en distintas etnias: kurdos, turcos, árabes, persas, pakistaníes e indonesios, y existen diferencias religiosas entre el chiísmo y el sunismo.
- Se ha apuntado que los valores occidentales son fácilmente transmisibles a estados de otras civilizaciones (como, por ejemplo, la democracia, instaurada en Japón o la India).
- Se ha comentado que las afirmaciones sobre la inevitabilidad de los conflictos entre civilizaciones son exageradas y que, salvo algunos extremistas, la mayor parte de la población mundial desea vivir en paz.
- Se ha acusado a Huntington de que sus ideas pueden legitimar de forma encubierta la agresión hacia los países del tercer mundo por parte del Occidente liderado por los Estados Unidos, con el objeto de impedir que las regiones subdesarrolladas y en vías de desarrollo alcancen el nivel económico de los países ricos.
- Se ha dudado que la religión sea el motivo principal de la pertenencia a una civilización. Por ejemplo, Turquía, una democracia secular y constitucional, un país de mayoría musulmana, ha entablado negociaciones para la adhesión plena a la Unión Europea.
Walter Benjamin
Walter Benjamin (1892-1940) fue un filósofo y crítico literario judeo-alemán de orientación marxista. Es el autor de las Tesis sobre la filosofía de la Historia, publicadas póstumamente en 1942. Nos interesa especialmente la IX:
“Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.