En ¿Queremos una universidad burocrática o innovadora? (El País, 11/11/2014):
En los últimos años hemos asistido a una serie de cambios en la universidad española, entre los que destaca su creciente burocratización. […] Sin embargo, ¿es este el modelo organizativo deseable para la universidad española? ¿A qué nos va a llevar incrementar sin límites las normas, el control y la burocracia en la universidad? ¿Existen otros modelos organizativos en los que la universidad española debería fijarse?
De acuerdo con Henry Mintzberg (1989), un conocido profesor de la Universidad de McGill en Canadá, la universidad es una organización de tipo profesional, al igual que los hospitales, despachos de abogados, consultorías, etcétera. Este tipo de organizaciones se caracterizan por el hecho de que su mecanismo de coordinación fundamental es la normalización de habilidades; es decir, el modo en que se logra que el trabajo se realice es debido a que se confía en la formación y capacitación de los profesionales de la organización. Tendrían, pues, un menor peso otros mecanismos de coordinación como la supervisión directa, o la normalización de los procesos de trabajo —instaurar normas sobre cómo hacer su trabajo—. En estas organizaciones existirían dos comunidades, una más regida por planteamientos democráticos, el personal docente e investigador, y otra más regida por planteamientos burocráticos, el personal administrativo y de servicios. Por lo tanto, la normalización de los procesos de trabajo, elemento fundamental de otras organizaciones más burocráticas, sería un mecanismo que debería tener un peso relativo en la universidad, y estar sobre todo asociado al personal administrativo y de servicios.
Sin embargo, esto no está ocurriendo así. La burocracia se ha apoderado de la universidad. Existe una creciente desconfianza en el personal docente investigador, y de hecho también en el administrativo y de servicios, que conlleva un control permanente de todos ellos, la continua realización de informes y actas, y la obligatoriedad de seguir unos procedimientos largos, costosos y en la mayoría de los casos inútiles. Todo esto repercute en que el profesorado universitario, dedicado a la burocracia, apenas tiene tiempo para centrarse en la docencia y menos en la investigación. A pesar de ello, y dada la responsabilidad de muchos de estos profesionales, estos dedican parte de su tiempo libre a las tareas universitarias, generando disfunciones como las adicciones al trabajo o el síndrome del quemado (burnout). Entiendo que esta no es la universidad que deseamos.