La historia de la Catedral de Nuestra Señora de la Asunción de Valladolid es, cuanto menos, curiosa. Valladolid, que dependía eclesialmente de la diócesis de Palencia, emprendió en pleno siglo XVI y bajo proyecto y dirección de Juan de Herrera, importantísimo arquitecto del renacimiento español, la construcción de un templo que pudiera ostentar el rango catedralicio.
El proyecto de Herrera contemplaba un enorme y grandioso edificio de una depuración y clasicismo absolutas, que en territorio castellano sorprendería por su enormidad y su estilo, tan desligado del “moderno” o gótico. Sin embargo, esta iglesia no habría de concluirse jamás. Cuando las obras apenas alcanzaban los cuatro tramos iniciales, se detuvieron, de modo que hoy contemplamos un espacio de tres naves que concluyen allí donde habría de aparecer el crucero. Pero a pesar de su carácter inacabado, las proporciones del templo y su purismo arquitectónico, totalmente derivado de los principios herrerianos, resultan impresionantes y subyugantes.
En el interior de la iglesia, en el lugar del crucero, encontramos una permanente-pero-provisional capilla mayor. Damascos carmesíes cubren los muros, que por lo visto poco tienen que ofrecer, esperando que alguien los descuelgue para continuar con unas obras que nunca han de llegar. Por si la situación fuera poco extraña, el retablo que ocupa la cabecera procede de otro templo cercano, el de Santa María de la Antigua. Por suerte, acude Juan de Juni al rescate de esta triste historia.
Juan de Juni concertó el retablo de la iglesia de la Antigua en 1546, aunque no pudo hacerse cargo del mismo hasta 1550 debido a un litigio que comenzó el también escultor y ensamblador Francisco de Giralte. En este retablo de capital importancia, Juni articula una nueva tipología de retablo que reduce los elementos ornamentales y distribuye claramente pero de manera original los elementos. Los bajorrelieves redondeados, de figuras mórbidas, que crea Juni, se inscriben armoniosamente en una estructura en la que las esculturas de los santos de la predela parecen gigantes en su contexto. El artista explota aquí el recurso manierista de crear una fuerte angustia espacial. No obstante, esa angustia queda desplazada por la extraodinaria muestra de dolor y patetismo del Calvario que corona el conjunto, en que la Virgen María, desolada, cae desmayada a los pies de la cruz, en una de las más sugestivas muestras del arte español del quinientos.
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