Su última morada

Sepulcro del cardenal Cisneros
Doménico Fancelli y Bartolomé Ordónez
Escultura. Mármol de Carraca
Capilla de San Ildefonso, Alcalá de Henares

Encargado por sus albaceas testamentarios al maestro Doménico Fancelli, fue finalmente el escultor Bartolomé Ordoñez y sus discípulos quienes concluyeron este sobreacogedor y artístico mausoleo en honor del Cardenal de España.  De las manos de Bartolomé Ordóñez es la figura yacente del prelado; el resto del monumento funerario fue obra de los ayudantes del discípulo de Fancelli.
Según la investigadora Juana Hidalgo Ogayar, el mausoleo sigue el tipo de sepulcro exento, cuyos lados son rectos, a diferencia de los sepulcros del príncipe Don Juan y de los Reyes Católicos. Se levanta sobre un pequeño basamento decorado con motivos vegetales y animales. Los lados mayores están divididos en cinco nichos por pequeñas columnas clásicas sobre altos pedestales. El central, más ancho, lo ocupan tondos con las representaciones de San Eugenio, primer obispo de Toledo, en el lado de la epístola, y San Leandro, en el lado del evangelio; en los otros cuatro huecos, se encuentran las figuras del Quadrivium (Aritmética, Música, Astronomía y Geometría) en torno a San Eugenio, y las del Trivium (Gramática, Dialéctica y Retórica) más la Teología enmarcando a San Leandro, todas ellas aludiendo a las enseñanzas que se impartían en la Universidad de Alcalá.
En los cuatro ángulos del sepulcro aparecen unos impresionantes grifos (animales fantásticos con cuerpo de águila y garras de león). Sobre la cama sepulcral, descansa la figura yacente del Cardenal, vestido de pontifical, con el báculo entre sus manos y, en las esquinas, sentados, los cuatro doctores de la iglesia latina: San Jerónimo, San Ambrosio, San Agustín y San Gregorio. Esta parte superior se adorna con guirnaldas de flores y frutos, y en los frentes se sitúan el escudo de Cisneros y un epitafio, portados ambos por niños desnudos (putti).
El sepulcro fue traído a España y colocado en la capilla de San Ildefonso en 1521. Allí permaneció hasta el siglo XIX en que se trasladó a la Iglesia Magistral. Durante la guerra civil sufrió importantes destrozos y, una vez restaurado, se devolvió a su enclave original, donde hoy día se puede contemplar.
Información procedente del trabajo de Juana Hidalgo Ogayar.

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