Se ha estimado que cada adulto tiene cinco millones de billones (un cinco seguido de 18 ceros, cinco trillones) de células y que, por cada una de ellas, tenemos 10 compañeras de viaje a lo largo de nuestra vida, sobre todo en nuestra piel y en el tracto gastrointestinal. Nos referimos a la bacterias, los organismos más abundantes en nuestro planeta. Existen desde los sitios más calurosos hasta los más fríos, desde los más luminosos hasta los más oscuros. Se estima que en la Tierra hay cinco quintillones (un cinco seguido de 30 ceros) y, para nuestra sorpresa, en un mililitro de agua podemos encontrar un millón de bacterias.
Son seres vivos unicelulares que sólo pueden observarse con la ayuda de un microscopio, pues su tamaño suele oscilar entre media y cinco micras (una micra es la millonésima parte de un metro). No tiene núcleo (son procariotas) pero sí tienen una pared celular y una relativa movilidad gracias a unos flagelos.
Fueron postuladas al final de la Edad Media (finales del siglo XV) y observadas por primera vez en 1683. En 1828 se las bautizó como bacterias, que proviene del griego bacterion y significa bastón pequeño. A principios del siglo XX ya se sabía que eran responsables de muchas enfermedades (cólera, escarlatina, difteria, neumonía, tuberculosis, …) y gracias a los antibióticos las podemos mantener bajo control, aunque cada vez necesitamos que los medicamentos sean más potentes. También tienen su parte beneficiosa, como la producción de alcohol etílico, degradación de hidrocarburos vertidos accidentalmente y reciclado de basura, entre otros usos.
Como casi todos los seres vivos, las bacterias se comunican entre sí, o por lo menos eso creemos. Desde 2006 sabemos que algunas bacterias tienen la capacidad de generar una especie de pelitos que pueden conducir la corriente eléctrica (cargas en movimiento) y junto con otras bacterias pueden formar microcircuitos biológicos lo que permite que, de alguna manera, haya una energía eléctrica que es compartida entre ellas y por tanto hay una posibilidad de transmitir y de compartir información. Esos pelitos se denominan nanotubos y facilitan el movimiento de los electrones a lo largo de ellos.
Los seres humanos respiramos, esencialmente, intercambiando electrones con los átomos de oxígeno, por ello necesitamos la presencia del gas oxígeno para poder vivir. Las bacterias con nanotubos respiran intercambiando electrones con algún metal, como por ejemplo el hierro, por lo que las que no tengan acceso a alguna sustancia que permita el movimiento de electrones morirán. Por eso son capaces de generar nanotubos que se conecten con los nanotubos de otras bacterias, formando una cadena, cerrando un circuito, de tal manera que los electrones donados por ellas puedan llegar hasta receptores metálicos situados a distancias alejadas (hablamos de centímetros, claro). Dichos metales van ganando electrones, lo que se técnicamente se denomina se van reduciendo. Se podría decir que la bacterias están cooperando en busca de un fin común. Hay comunicación entre ellas, se pasan la información de donde están los metales.
En 2009 dos experimentos han mostrado que ciertas macromoléculas de ADN bacteriano emiten ondas electromagnéticas, es decir, irradian señales que pueden ser detectadas mediante el uso de unas bobinas o receptores apropiados. Estas señales electromagnéticas emitidas por una comunidad de bacterias permiten una versión inalámbrica y más elaborada de las comunicaciones mediante los nanotubos. La frecuencia de estas ondas puede ser del orden de los kilo hercios (kHz) o del orden de los mega hercios (MHz), por lo que las comunicaciones inalámbricas pueden ser transmitidas por las dos bandas en las que trabajan nuestras radios caseras: Onda Media (AM) y Frecuencia Modulada (FM). Las bacterias están avanzando desde una comunicación analógica hacia una versión inalámbrica, como los seres humanos.
Se está haciendo un riguroso trabajo de investigación en diferentes universidades y centros de investigación para poder averiguar qué información va encriptada en estas señales electromagnéticas, para intentar averiguar ¿qué se cuentan las bacterias? e intentar obtener alguna utilidad de este conocimiento. Quizá, algún día, podríamos comunicarnos con ellas (llamarlas por teléfono móvil) o, incluso, domesticarlas.