En el otoño de 1915, durante la Primera Guerra Mundial, cuando Europa se desangraba por los cuatro costados y todos los días miles de jóvenes dejaban sus vidas en las trincheras, el físico inglés de 25 años nacido en Australia, William Lawrence Bragg (1890-1971), por aquel entonces teniente del Regimiento Real de Artillería del ejército británico destacado en el norte de Francia, cuya misión era localizar las posiciones de las baterías alemanas registrando el sonido de sus bombas (lo que hacía con ayuda de micrófonos aplicando sus conocimientos de Física), recibió de Inglaterra una carta de su padre, William Henry Bragg (1862-1942), también físico y profesor Física y Matemática en la Universidad de Leeds.
El contenido de esta misiva era muy diferente al de otra que su padre le había enviado unos meses antes comunicándole la trágica muerte de su hermano pequeño, también teniente de artillería, luchando frente a los turcos en Gallipoli (aquella célebre batalla recreada en la película del mismo nombre y protagonizada en 1981 por Mel Gibson). En esta segunda carta, Henry Bragg le informaba que ambos, padre e hijo, habían sido galardonados con el Premio Nobel de Física de 1915 por sus “contribuciones al análisis de la estructura cristalina por medio de rayos X”.