En el principio creó Dios el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión por encima del abismo. Y dijo Dios: «Haya luz», y hubo luz. Y vio Dios que la luz era buena. Estos primeros versículos del Génesis son sólo una pequeña muestra de la fascinación que el ser humano siempre ha sentido y siente por la luz, hasta tal punto que recalcan que la luz surgió por «mandato divino» para poner orden donde antes había «caos y confusión». Fenómenos luminosos como el arco iris, la aurora boreal, el parhelio, el fatamorgana o simplemente las salidas y puestas del Sol nos siguen maravillando como ya sucediera a nuestros antepasados. Lo cierto es que la luz afecta a cada día de nuestras vidas. Es evidente que la luz emitida por el Sol juega un papel fundamental en el desarrollo de la vida en la Tierra y es la principal fuente de energía de nuestro planeta. Ante la pregunta «¿qué recibimos del Sol?», inmediatamente contestaríamos «luz y calor» e incluso algunos añadirían «rayos ultravioleta», de los que por suerte para nuestra salud la atmósfera terrestre nos protege en mayor o menor medida. Sin embargo, realmente no se trata de tres cosas distintas, sino que es sólo una: energía en forma de ondas electromagnéticas con longitudes de onda correspondientes a las radiaciones visible, infrarroja y ultravioleta, que producen en nuestros cuerpos efectos y sensaciones diferentes.
LEER EL ARTÍCULO – Diario INFORMACIÓN de Alicante 24-02-2015