Hans Christian Oersted nació en Rudkjöbing, en la isla de Langland (Dinamarca) el 14 de agosto de 1777 y falleció el 9 de marzo de 1851. Estudió filosofía natural en la Universidad de Copenhague donde desde 1806, y durante cincuenta años, fue Catedrático de Física y Química. La invención en 1800 de la pila eléctrica por el italiano Alessandro Volta (1745-1827) hizo entrar en ebullición al mundo científico al hacer posible trabajar con fuentes permanentes de “fluido eléctrico”. Oersted se interesó desde el primer momento por el “galvanismo” y su relación con la química y ya en el año 1801 empezó a realizar experimentos con una pila voltaica. Su contribución más importante al electromagnetismo fue su descubrimiento en 1820 de que el paso de una corriente eléctrica desviaba una aguja imantada situada en su cercanía. Había descubierto que una corriente eléctrica produce efectos magnéticos.
Su famoso experimento es muy sencillo. Situó una aguja imantada libremente de modo que ésta se orientaba en la dirección norte-sur. A continuación colocó un cable eléctrico sobre la aguja y, por tanto, en la misma dirección. Este cable lo conectó a una pila eléctrica y al cerrar el circuito comprobó que la aguja de la brújula se desviaba de su dirección original situándose perpendicular al cable, es decir, en la dirección este-oeste. Si la corriente eléctrica era capaz de hacer girar la aguja de la brújula, Oersted concluyó que dicha corriente produce efectos magnéticos, que la electricidad y el magnetismo no son fenómenos independientes, sino que están relacionados y acuñó el término electromagnetismo para designar a la parte de la física que englobaría desde entonces a ambos fenómenos.
Publicó sus resultados en un breve artículo escrito en latín y titulado “Experimenta circa effectum conflictus electrici in acum magneticam”, que envió a las principales revistas científicas europeas hacia julio de 1820.
A lo largo de los años se ha propagado la historia de que su descubrimiento se había producido de forma fortuita, casi por azar, cuando realizaba experiencias con una corriente eléctrica en clase con sus alumnos y vio que dicha corriente hacía girar la aguja de una brújula que tenía en la misma mesa. Esta versión tiene su origen en una carta que envió uno de sus discípulos a Faraday casi cuarenta años después del descubrimiento de Oersted. En cualquier caso, la observación realizada en 1820 era el resultado de una larga reflexión sobre las fuerzas eléctricas y magnéticas y, como señala Lagrange a propósito de Newton, “tales accidentes ocurren sólo a quienes los provocan”.
Mª Carmen Pérez y Paloma Varela, Orígenes del electromagnetismo. Oersted y Ampère. Nivola libros y ediciones. Madrid, 2003.
José Antonio Díaz-Hellín, El gran cambio de la Física. Faraday. Nivola libros y ediciones. Madrid, 2001.