Arroz y paludismo en la Valencia del siglo XVIII.

Hablar de Valencia y hablar de su arroz y sus arrozales resulta hoy todo uno. La tradición arrocera en Valencia es de sobra conocida en España y en el exterior de nuestras fronteras. Fue precisamente el siglo XVIII el que vio nacer los inicios de la potente tradición arrocera valenciana, las causas fueron principalmente económicas.

En el siglo XVIII una serie de malas cosechas derivaron en una escasa producción cerealística que impedía el abastecimiento de la población valenciana. De modo que los valencianos debían importar cereales de otras zonas, principalmente desde La Mancha y Aragón. Pero cuando la coyuntura del momento (epidemias, conflictos bélicos o adversidades climáticas) hacía difícil o imposibilitaba las importaciones los habitantes de Valencia se encontraban ante la temible amenaza de la carestía y el hambre. Por todo esto las autoridades, alarmadas ante esta situación y preocupadas por las graves consecuencias sociales que esta carestía cerealística podía producir, no tuvieron más remedio que posibilitar el cultivo de arroz.

El arroz pasaría a convertirse en poco tiempo en la base de la alimentación de los valencianos, junto al pan. Llegando a ser consumido a diario por todos los valencianos sin ninguna distinción de clase social. El hecho de ser un cultivo relativamente rápido, seguro y de elevados rendimientos (1,3 veces superior al trigo) explica que la cosecha de arroz fuera tan atractiva para el campesino de regadío siendo frecuentemente antepuesta al cultivo de leguminosas y de cereales panificables.

El paludismo afectaba principalmente a los jornaleros del arroz. Esto se explicaba porque pasaban largas horas al día trabajando, y en ocasiones viviendo, en los criaderos donde se desarrollaban las larvas del Anopheles vector. Además, la dureza del trabajo de los jornaleros les debilitaba el organismo y convertía a los campesinos en el grupo de mayor riesgo frente al temido paludismo.

El mismo ilustrado Cavanilles dijo estas palabras a este respecto:
“Es menester observar de cerca las varias operaciones que preceden y acompañan al cultivo del arroz, para calcular el mérito del trabajo (…). Verdad es que los jornaleros son crecidos, pero no corresponden al riesgo en que viven aquellos infelices. Cercados de agua, envueltos en una atmósfera de vapores corrompidos, agobiados por el calor del sol, y del trabajo, precisados de beber aguas impuras contraen enfermedades que les quitan la vida, o consumen en breves los ahorros hechos a fuerza de economía.”

Así, nos encontrábamos ante una situación en la que, por un lado, el cultivo del arroz reportaba grandes beneficios económicos al reino y por otro, ante una mano de obra que se veía azotada constantemente por el paludismo y que, para más señas, era la propietaria mayoritaria de las superficie arrocera. Esta coyuntura no tardó en presentar costes sociales. Las consecuencias finales fueron el aumento de la concentración de la propiedad arrocera, incrementándose la extensión de los mayores propietarios, mientras que los campesinos veían mermados progresivamente su superficie de cultivo en favor de la nobleza terrateniente y la iglesia que iban convirtiéndose en las mayores propietarias de las extensiones dedicadas al cultivo y producción de arroz, presionando para evitar leyes que les quitaran propiedades y poder.

El paludismo provocó una gran mortalidad en la Valencia del siglo XVIII afectando principalmente a los pobres campesinos arroceros. Además el estado sanitario general de la época era muy malo. Los arrozales eran los responsables de las continuas infecciones intestinales causadas por beber agua en mal estado, el agua que tenía un alto número de materia orgánica en estado de putrefacción provocaba intensas diarreas y fiebres que en ocasiones eran confundidas con el paludismo.

arroz

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