Las enfermedades infecciosas fueron las más frecuentes y mortales durante el siglo XVIII. Los continuos conflictos bélicos se convertían en un caldo de cultivo idóneo para el desarrollo de este tipo de enfermedades en forma de epidemias severas.
Hemos de tener en cuenta una serie de factores que resultaban letales y decisivos para facilitar la proliferación y expansión de estas epidemias. De un lado, nos encontramos con unos campesinos en Valencia (y en el resto de la península) que contaban con un escaso o nulo acceso a la educación y la cultura. El nivel de higiene y saneamiento era ínfimo. Además, existía una fuerte escasez de médicos y de medidas sanitarias.
A todo lo expuesto anteriormente hemos de unirle una escasa demanda de servicios por parte de una población que, influida desde los púlpitos, consideraba la mortalidad como un parámetro natural y hasta inevitable en muchos casos.
Las enfermedades infecciosas en aquella época estaban, en muchos casos, íntimamente ligadas a las condiciones de vida, por ello a esta dependencia con respecto a las formas de vida debemos que las infecciones durante el siglo XVIII se presentasen como enfermedades sociales típicas.
La ineficacia o ausencia de medidas que ayudaran a prevenir y combatir las enfermedades por parte de las autoridades, contribuye a reforzar y remarcar el carácter discriminador que las distinguía. Las infecciones solían realizar trágicos e irreparables estragos entre las clases más humildes de la población y eran menos incidentes entre las clases privilegiadas.
Como hemos visto en anteriores entradas de este blog, el paludismo fue una enfermedad que afectó y mermó a amplias capas de población en Valencia, especialmente a los campesinos que cultivaban el arroz, pues en los arrozales se daban todas las nefastas condiciones necesarias para la proliferación de dicha enfermedad.
Pero además del paludismo, otra patología que también tuvo su incidencia y afectó a la demografía valenciana fue la fiebre amarilla.
La fiebre amarilla (también conocida como plaga americana o vómito negro) se transmitía por la acción del mosquito Aedes Aegypti. La fiebre amarilla es una enfermedad que se producía típicamente en las ciudades portuarias y en las riberas de los ríos navegables, y por tanto de aparición muy localizada.
No sólo tuvo incidencia en Valencia, tenemos conocimiento de casos en otras ciudades españolas como Cádiz, Cartagena, Málaga, Granada, Sevilla, Alicante, Barcelona o Palma de Mallorca.
En muchas ocasiones, estas epidemias podían tener efectos trágicos y absolutamente devastadores mermando notablemente la demografía local.